|CAPÍTULO 8|

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Anastasia Bell en multimedia...




CRISTIÁN





Cuando salí de los calabozos me sentí aliviado, no me sentí mal, tampoco tuve algún remordimiento, puede sonar cruel y loco pero el sadismo era lo único que me hacía sentir mejor, retribuirle al mundo lo jodido que estaba, sabía que Mía no tenía la culpa de nada, ella no me conoce en lo absoluto, además, se crió de una forma y con una mentalidad completamente diferente a la mía, ella nació odiando a mi raza y con justa razón, aunque no todos son como yo, se que nos juzga por igual— Es una chica excepcional— Desearía haberla conocido antes, cuando no estaba tan roto, tal vez todo hubiese sido distinto, quizá ella me hubiese aceptado y yo la hubiese cortejado sin problemas, pero ya nada se puede hacer, ambos estamos en el lugar que estamos, soy un sádico, una basura, no soy una buena persona y no estoy interesado en recibir amor de nadie, tampoco en buscarlo, no lo merezco y mientras más aleje a Mía de mi, será mejor, así no la inundare en mi mierda.


— Ustedes— Andrés y Jacob, dos de mis tantos guardias que custodiaban las puertas de la comisaría me miraron atentos— No se pueden mover de aquí, la mujer que traje conmigo es mi mate, deben cuidar la zona, nadie tiene permitido entrar o salir sin mi autorización, ni siquiera ustedes, ¿Entendieron?— Alce una ceja y ambos asintieron con la cabeza— Si me entero de que no han cumplido con lo que les ordené, ambos recibirán una sanción, ¿Bien?


—Si, señor…— Respondieron ambos al unísono.


Asentí con la cabeza en respuesta y me acerque a la camioneta, subí en ella cerrando a mis espaldas y comencé a conducir hacia mi casa, no quedaba muy lejos, estaba casi al centro de la manada, al llegar baje cerrando a mis espaldas y me dirigí a mi casa, no era exactamente una mansión pero si era enorme, abrí la puerta y me recibió Ester, estaba algo nerviosa, pálida y se puso peor al verme manchado con sangre.


— Señor…— Negó con la cabeza y me acerque a ella— Señor, la señora Sofía está aquí, dijo que necesitaba verlo con urgencia— Agrego preocupada y me sorprendí.


— ¿Nana Sofía?— Alce una ceja y esta asintió con la cabeza en respuesta— ¿Estas segura?— Volvió a asentir con la cabeza.


— Lo espera en la sala señor— Fue lo único que dijo y pase de largo de ella.


— Bien, ve a la cocina y dile a Marta que prepare un café para mi y un té de yerbas para nana Sofía— Ordene y entre a la sala, entonces la vi.


Una venerable mujer que representaba unos sesenta años de edad, aunque en realidad tenía más, bajita, regordeta, cabello blanco y largo atado siempre a una gran cola de caballo, traía puesto un vestido largo y floreado, zapatos cómodos y unos finos lentes cubrían sus ojos grises.


— Nana Sofía, tantos años sin verte— Se giró hacia mi y me sonrió, más esa sonrisa no duro demasiado cuando noto mi aspecto.


— Cris… ¿Qué a pasado contigo muchacho?— Se acercó a mi, extendió sus manos hacia mi rostro y toco mis mejillas— Te miro y lo único que veo es el vivo reflejo de tu padre— Fruncí el ceño, dolió que haya dicho eso, pero tal vez es verdad.


— Tu bien sabes lo que sucedió— Quite sus extremidades de mi rostro con suavidad y pase por su lado— ¿Por qué volviste? ¿Qué te trajo hasta aquí?— Me quité la chaqueta y la camisa, me senté en un sofá de cuerpo completo y deje las cosas a un lado.

ALPHA REYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora