11 de febrero

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A veces tengo la sensación de que un día me despertaré y ya no hablaré más, una sensación tierna de que me callaré para siempre,
de que el silencio se tragará el ruido,
de que llegara la tregua y de que nunca podré contárselo a nadie/ni siquiera a mi misma en el espejo.

La sensación de que se acabarán las risas fuertes y no sentiré que tengo que buscar un lugar en el mundo,
una manera de encajar en quién sabe donde y por quién sabe que razones,
de que caminaré con aplomo,
de que la gente me dejara pasar junto a ellos apenas como un murmullo.

Sensación de que podré comer peras a cualquier hora de mi reloj y de todos los relojes (sin guardarlo en secreto) y de que no habrá tiempo para que alguien lo considere deshora o locura.

A veces dejo que ese silencio que yo deseo fervientemente todas las noches, me invada por las mañanas y es justo en esas mañanas cuando todos aquellos que se hartan a diario de escucharme con mi manera de hablar sin parar;
se percatan de la ausencia de palabras y las rebuscan a gritos pausados,
buscan mis comentarios irrelevantes, mis chistes que nunca he aprendido a contar para que los otros se rían con ellos/tanto como yo cuando me los cuento,
mis teorías,
mis coherencias,
mis varios desvaríos y así despacio me lo arrebatan de la boca,
me revolotean,
me sacuden y me sacan de mi trance, me sacan de esa pequeña habitación en mi mente,
en donde mi silencio y yo nos sentamos y tomamos el té y nos revolcamos en el humo de ese incienso de vainilla que me gusta desde siempre sin ninguna razón en específico.
Ese lugar en dónde mi silencio y yo podemos vivir felices,
con todas nuestras paranoias y delirios pero con calma,
lejos del caos,
de los ruidos de las avenidas principales.

Me gusta pensar que un día todas esas sensaciones, pasarán de mera sensación a hechos.

Me gusta pensar que un día cualquiera me sentiré invalida; imposibilitada para conectar a mis cuerdas vocales las partes inconexas de mi, y las otras también por supuesto.

Entonces a raíz de eso,
se llegaría a rumorar que el mar se tragó mi voz,
que el sol,
que la luna,
que el miedo; se inventarían muchas teorías pero todos tendrán derecho en estar de acuerdo con no estar de acuerdo con las teorías de los demás porque aún así compartirán la misma certeza;
la certeza de que enmudecí.

Yo me lo creeré también y así con el paso de los años,
en un apartado estado de inconsciencia/inconsciencia algo consciente de vez en cuando; me iré desaprendiendo mi lenguaje,
mis sonidos y mi boca quedara vacía, como sí nunca hubiera aprendido el oficio de hablar,
como sí mi lengua naciera todos los días y los dientes fueran sólo herramientas de desgarre, corte y demolición.

Gracias a eso llegaría el día en que me moriría contenta/una muerte que no sé de qué será todavía pero sea de lo que sea; ojalá se diga que fue de purito silencio y que en parte así sea.

A veces tengo la sensación de que un día me despertaré y ya no hablaré más, una sensación tierna de que me callaré para siempre,
de que el silencio se tragará el ruido,
de que por fin,
por fin llegara la tregua/la mía y de que nunca podré contárselo a nadie/ni siquiera a mi misma en el espejo.

El diario de varios/desvaríos poéticos Where stories live. Discover now