Nos conocimos transitando por un callejón oscuro,
ambos caminando despacio,
ella como ese tipo de mujer que no teme de nada y yo como ese tipo de hombre que ya no lleva prisa,
caminamos cada uno con la mente en su ribera pero con los cuerpos cerca,
casi hombro a hombro y codo a codo,
tocándonos/sin tocarnos,
como haciéndonos cómplices sin querer/queriendo,
la oscuridad era suficiente como para no poder hacer bosquejos de un cuerpo, un rostro o de características físicas específicas/sobre todo porque nunca volvimos nuestros rostros a un lado para mirarnos y tratar de reconocernos,
pero el recorrido fue suficiente para que las curvas de su sombra se deslizaran por el contorno de la mía,
fue suficiente para registrarnos las esencias,
para construir un vínculo inexplicable,
al final del largo callejón,
yo gire a la izquierda,
ella a la derecha,
nunca apartando la vista del frente...
desde entonces trato de girar a la derecha en todas las calles,
preguntándome sí ella está en algún lugar, girando a la izquierda,
e imaginando igual que yo que el mundo es tan redondo que un día sin importar hacia donde giremos, nos encontraremos,
de frente o de espalda,
quién sabe,
ojalá sea de frente porque sé que podré conocerla en cuanto la vea,
sé que comprenderé su sonrisa y me encantaría que me sonriera,
pero sí es de espalda,
estarán sus hombros y sus codos y sentiré las curvas de su sombra deslizandose una vez más por los contornos de la mía,
sin necesitar frío o soledad que nos haga cómplices, de nuevo sin querer/queriendo,
cuando llegue ese día,
ella tendrá miedo de que ella o yo nos vayamos otra vez en sentido contrario al otro,
y yo tendré prisa de descubrir como quererla,
tendré prisa de ser todo lo feliz que me quepa en el pecho con ella
y tendré prisa de hacer que ella también lo sea conmigo.