Llevábamos tanta prisa que el día en que decidimos hacer maletas para viajar rumbo al corazón del otro, olvidamos empacar el amor,
cuando nos dimos cuenta,
era tarde,
ya habíamos llegado a puerto y ninguno de los dos había cargado combustible para devolverse.Desde nuestros destinos,
Vacíos,
Tratábamos de retardar la muerte del amor,
del nuestro,
De ese que habíamos dejado abandonado,
-sin querer- cuando hicimos las maletas,
Nos enviábamos cartas y postales,
pero siempre,
en el código postal marcábamos un número extra o uno menos o uno erróneo; Sin darnos cuenta por supuesto,
nos escribíamos sobre atardeceres,
nos escribíamos sobre días martes, viernes o domingos,
Nos escribíamos sobre como se veía el mar desde nuestros lados,
Nos escribíamos sobre como la luna debía recordarnos a diario que ambos estábamos del otro lado,
esperando,
Esperando quién sabe que,
pero esperando,
Lo cierto es que mis cartas y mis postales nunca llegaron a sus manos, como tampoco las suyas llegaron a las mías,
Por lo tanto,
Esperábamos respuestas que nunca nos iban a llegar,
Así paulatinamente nos trago el olvido,
Sí, un día, despertamos jurandonos olvidados,
Como sí en veinticuatro horas, hubieran pasado cien días,
O quizás al principio,
cien días parecían veinticuatro horas,
Una mañana,
despertamos con una tregua silenciosa entre las manos,
-sin saberlo- la tregua venía en forma de una vela,
Una vela para encender deseos,
para pedirnos el uno al otro,
era el último fuego,
el último fuego antes de la amnesia total y de la felicidad artificiosa,
El último fuego para estar juntos,
Pero yo no lo pedí,
El no me pidió,
Porque a esas alturas ya nosotros,
no éramos nosotros,
Ya no sabíamos quienes éramos,
Sólo teníamos la plena constancia,
de qué un amor,
de vaya a saber quienes,
se había podrido entre los pliegues de unas cobijas,
Con tres ave María usamos las velas para hacer el favor de enterrarlo,
Para enterrar -sin querer-,
aquel amor que habíamos tratado de mantener vivo,
Usamos las velas para nostalgiarnos de unas personas que irónicamente, éramos nosotros mismos,
-sin saberlo-.