Capítulo 4

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Gabriel

Salimos de clase, y Darío y yo caminamos hacia la cafetería en silencio. De vez en cuando, mi hermano lanza alguna mirada divertida en dirección a las chicas que pasan. Como siempre, parece disfrutar del momento, mientras yo me concentro en mantener la calma en este lugar que a veces puede resultar... agotador.

— La chica nueva es guapa, ¿verdad? –Comenta, rompiendo el silencio–

Me encojo de hombros, indiferente.

— Supongo. –Murmuro, sin prestarle demasiada atención–

Entramos en la cafetería y tomamos una bandeja para que nos sirvan. Me limito a elegir la comida de siempre mientras Darío bromea con uno de los cocineros, que ya lo conoce de sobra. Después de que nos sirven, buscamos una mesa vacía. Nos dirigimos a una en el fondo, lejos del bullicio.

— Entonces, ¿vas a hablarle o te vas a hacer el interesante? –Dice Darío de repente, burlón, mientras se sienta–

Le lanzo una mirada de advertencia, pero antes de que pueda responderle, al girar con la bandeja siento que choco con alguien, y el contenido de la misma termina cayendo desastrosamente... sobre la persona en cuestión.

Parpadeo, mirando el desastre que acabo de causar, y me encuentro con Katina, la chica nueva, cubierta de comida. Sus ojos verdes me observan con sorpresa, antes de arrugar el ceño.

— ¡Mierda! Ten más cuidado. –Espeto, intentando esconder mi incomodidad–

Katina me fulmina con la mirada y apoya sus manos en su cadera.

— ¿Disculpa? Has sido tú el que ha chocado conmigo.

— Es verdad, ha sido tu culpa. –Interviene Darío, riéndose–

Lo miro con un deje de fastidio, pero él simplemente me sonríe, encantado de ver cómo se desarrolla la escena.

Paola, quien ha presenciado el accidente, se acerca con una sonrisa burlona.

— Bueno, Katina, te has manchado entera. –Dice, señalando una gran mancha en su camisa–

Antes de que pueda disculparme o pensar en algo sensato que decir, Katina hace algo inesperado. Sin perder la compostura, pasa el dedo por un poco de nata que quedó en mi camisa manchada y, con una sonrisa atrevida, me la unta en la nariz.

— Un poquito de nata, para que no seas tan amargo.
–Dice, y con esa pequeña venganza se da la vuelta y se marcha, sin mirar atrás–

Darío se echa a reír, y yo me quedo mirando cómo Katina se aleja, dejándome con la palabra en la boca y el orgullo un poco herido. Dejo la bandeja en una mesa cercana y, resignado, me levanto para cambiarme de ropa, tratando de ignorar las miradas y las risitas de mis compañeros.

Katina

De vuelta en la habitación, me quito la ropa manchada, todavía sorprendida por el pequeño "accidente" con Gabriel. No puedo negar que ha sido un primer encuentro interesante, y un poco caótico. Lo cierto es que Gabriel tiene algo intrigante, con su seriedad y ese aire de misterio, pero tampoco pienso dejar que me intimide tan fácilmente.

Revuelvo entre mi ropa y elijo otro conjunto, intentando sacarme la imagen de su rostro algo confundido y su camisa llena de nata. Al final, no puedo evitar soltar una pequeña risita mientras me cambio.

Decido salir para buscar dónde lavar la ropa manchada. Camino por los pasillos, pero después de varios minutos me doy cuenta de que estoy completamente perdida. Genial, primer día y ya me pierdo en este laberinto.

De repente, oigo unos pasos que se aproximan por detrás. Me detengo y, al girarme, me encuentro de frente con Gabriel, que también lleva ropa limpia. Parece sorprendido de verme allí, y yo tampoco esperaba encontrarlo tan pronto.

— ¿Otra vez tú? –Me dice, en tono un poco seco, pero con una chispa de curiosidad en los ojos–

— Sí, soy muy buena para aparecer en el momento menos oportuno, al parecer. –Respondo, alzando una ceja y lanzándole una sonrisa burlona– Por cierto, me debes una disculpa por lo de antes.

Él suspira, y parece debatirse entre disculparse o no.

— No fue intencional. –Dice finalmente, aunque con una leve incomodidad–

— Lo sé. –Suspiro– Pero no negaré que tu cara llena de nata fue lo mejor de mi día. –Bromeo–

Gabriel suelta una risa breve, una que parece casi forzada, pero es suficiente para revelarme que no es tan frío como aparenta.

— Es bueno saber que al menos alguien disfrutó de todo ese desastre. –Replica, cruzándose de brazos–

Por un momento nos quedamos en silencio, y no puedo evitar notar la intensidad de su mirada café, profunda y reservada.

— ¿Te has perdido? –Pregunta al final, como si fuera obvio–

Suelto un suspiro, resignada.

— Quizá un poco. –Admito– Es que este lugar parece un laberinto.

Gabriel suspira y, sin decir nada más, asiente con la cabeza, como indicándome que lo siga.

— Ven, te mostraré dónde está la lavandería.

Camino a su lado en silencio. La tensión de antes ha disminuido un poco, y me atrevo a mirarlo de reojo, intentando descifrarlo.

— Entonces... –Rompo el silencio, aprovechando el momento–  ¿eres siempre así de... serio siempre?

Gabriel sonríe, pero apenas lo suficiente como para que lo note.

— Digamos que prefiero observar antes que actuar.

— Interesante. –Le digo, intentando no sonar demasiado curiosa– Y yo que pensaba que eras así con todo el mundo.

Él se encoge de hombros.

— Depende de quién esté enfrente. –Responde, mirándome con esa mezcla de misterio que empieza a intrigarme más de lo que quisiera admitir–

Finalmente llegamos a la lavandería, y Gabriel se detiene en la puerta.

— Aquí es. –Me dice, y por un momento parece dudar si despedirse o no–

— Gracias. –Le sonrío– A pesar del "accidente", fue útil encontrarte aquí.

Él asiente, y su mirada se suaviza apenas un poco.

— Cuidado la próxima vez. No quiero ser yo quien termine otra vez lleno de nata. –Dice, y esta vez puedo ver una pizca de humor en sus ojos antes de darse la vuelta y marcharse–

Lo observo alejarse, sintiendo una extraña mezcla de curiosidad y desafío hacia él. Hay algo en Gabriel Ferrer que me resulta... intrigante, y de alguna manera sé que esta no será la última vez que nuestros caminos se crucen en este internado.

Polos opuestos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora