Capítulo 40

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Gabriel

Han pasado dos semanas, dos malditas semanas desde que la oscuridad se apoderó de su vida y ella no ha abierto los ojos. Cada día me despierto con la esperanza de que esta será la mañana en que la veré sonreír de nuevo. Dos días atrás, sentí que apretaba mi mano, un pequeño gesto que encendió una chispa de esperanza en medio de esta tormenta de desolación.

Me siento al borde de la cama mientras Darío ocupa el otro lado, su expresión es un reflejo del dolor que ambos compartimos.

— Si despiertas, te juro que haré todo lo que desees.
–Le digo, intentando infundirle un poco de alegría a esta situación tan sombría–

Reímos suavemente, un sonido que se siente casi extraño en este ambiente. La observo, su rostro aún pálido y sereno. Tomo su mano entre las mías, sintiendo la calidez que queda de su ser.

— Sabes, aunque los médicos me digan que hay un ochenta y cinco por ciento de que no vuelvas a despertar, yo elijo quedarme con ese quince por ciento positivo. Porque sé que vas a abrir los ojos. –Mi voz se quiebra ligeramente– Quiero volver a sentir tus labios sobre los míos, quiero abrazarte y no soltarte nunca.

Suspendo mis palabras, permitiendo que el silencio hable por mí.

— Esto no me lo perdonaré nunca, Katina. He sido un imbécil, debía protegerte, pero ya lo sabes, soy un inútil. Y seguiré a tu lado, pasen meses o años. Aquí estaré, cariño, contigo hasta el final. La chica que me hizo sonreír de nuevo, de la que me enamoré siendo así, tan guapa, dulce, graciosa... –Una sonrisa melancólica se dibuja en mi rostro– abre los ojos, por favor. Sé que volverás a estar a nuestro lado. Lo sé.

Darío me mira, sus ojos llenos de lágrimas que intenta contener mientras una pequeña sonrisa se asoma en su rostro.

Coloco la mano de Katina en mi frente, y en ese instante, un susurro me llega, ligero como una brisa, pero cargado de significado; "Te amo, Gabriel Ferrer, te amo"

Ambos nos quedamos boquiabiertos al ver cómo sus ojos parpadean y finalmente se abren.

— Katina, cariño. –Susurro, como si dijera una oración–

Ella gira un poco la cabeza y me mira, un brillo nuevo en sus ojos.

— Lo sabía. –Mi voz tiembla de emoción–

Me acerco y beso su frente, una acción que siento como un alivio, un pequeño triunfo en medio de esta batalla. La abrazo con cuidado, sintiendo su latido por fin de vuelta. Darío hace lo mismo, sus lágrimas cayendo libremente mientras nos unimos en un momento de pura felicidad.

— ¡Llama a los médicos! –Le ordena Darío con la emoción a flor de piel–

Ella aprieta mi mano, un gesto que me llena de esperanza.

— Tú no tienes la culpa de nada. –Susurra, y su voz suena como música celestial en mis oídos–

— Claro que sí. –Mis lágrimas fluyen sin control mientras ella limpia las mías con sus dedos delicados–

— ¿Quieres que te diga de lo único que eres culpable?

— ¿De qué? –Inquiero, sorbiendo por mi nariz, sintiendo una chispa de curiosidad–

— De que te ame tanto. –Me muestra una sonrisa–

Sus palabras me envuelven como un cálido abrazo, y en ese momento, sé que todo va a estar bien. A partir de ahora, no solo lucharé por ella, sino que también lo haré junto a ella, porque Katina es la razón por la que me levanto cada día. La razón por la que sigo creyendo en el amor y en los milagros.

Polos opuestos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora