Katina
Me despierto a las siete y media de la mañana, entrecierro los ojos y dejo que mi vista se ajuste a la luz suave de la habitación. Perfecto, aún es temprano; así puedo darme una ducha tranquila antes de que el bullicio matutino comience en los pasillos.
Cojo mi toalla y me dirijo al baño, aún adormilada. Al entrar, me topo con la chica rubia insoportable, que acaba de salir de la ducha. Me lanza una mirada de falsa amabilidad y extiende un bote hacia mí.
— Toma, para que te laves ese hermoso pelo.
— Gracias... supongo. –Murmuro, frunciendo el ceño pero aceptando el champú–
Entro en la ducha, cuelgo la toalla en la puerta, y dejo que el agua caliente empiece a relajarme. Aplico el champú en mi cabello y, cuando intento aclararlo, algo me escuece terriblemente en los ojos. La sensación es tan intensa que empiezo a restregarme la cara, intentando quitarme el ardor.
— ¡Mierda! –Gruño, el escozor aumentando a pesar de mis esfuerzos–
Intento abrir los ojos, pero el picor es insoportable. En medio de la incomodidad, alzo la voz.
— ¡Paola! ¡Por favor, alguien! –Grito, esperando que alguien me escuche–
Oigo unos pasos y una voz conocida responde desde fuera.
— ¿Katina? Soy yo, Gabriel.
— ¡Gabriel! Me arden los ojos... no puedo abrirlos.
Un segundo después, escucho la puerta abrirse y siento su presencia cerca. Mi corazón late más rápido, estoy segura de que no me ha visto en esta situación tan vulnerable... ¿o sí?
— Déjame ayudarte. –Dice en voz baja-
Noto sus manos en mi cabello, cuidadosamente apartando el champú que quedó sin aclarar. A pesar de la incomodidad, una parte de mí está más preocupada de que me haya visto sin ropa que del ardor en mis ojos.
— ¿Puedes abrir los ojos? –Me susurra, su voz suave y cercana–
Abro los ojos despacio, y veo que él está empapado, sus ojos fijos en los míos con preocupación. Trago saliva, intentando controlar la vergüenza. Sus ojos siguen fijos en los míos, y yo, intentando tapar mi cuerpo, bajo su mirada, sintiendo el rubor subir a mis mejillas.
— Gabriel... por favor dime que no has mirado... ya sabes, nada inapropiado.
Él sonríe, divertido, y niega con la cabeza.
— Tranquila. He estado mirando tu rostro todo el tiempo, nada más.
Respiro aliviada y me esfuerzo en sonreír.
— Gracias.
Él toma mi toalla y me la pasa con delicadeza. Enrollo la toalla alrededor de mí, cubriéndome y sintiendo una mezcla de alivio y nervios. Ambos salimos de la ducha, y Gabriel se mira en el espejo, observando su reflejo empapado.
— Me preocupan tus ojos. –Dice con seriedad. Se acerca a mí y me acaricia el rostro, sus dedos pasando suavemente por mi piel–
Me acompaña hasta mi habitación, donde me dice que en unos minutos volverá para llevarme a la enfermería, por si necesito algo para el ardor. Me cambio de ropa rápidamente y, apenas estoy lista, escucho la puerta. Es él. Caminamos juntos en silencio hacia la enfermería, y al llegar, me siento en la camilla.
Gabriel se queda frente a mí y su mirada permanece atenta mientras examina mis ojos.
— ¿Te duele mucho? –Pregunta, su tono lleno de preocupación–
— Ya no tanto, gracias a ti.
En ese momento entra la enfermera, y tras examinarme, me dice que debo aplicarme unas gotas para aliviar el escozor. Asiento y agradezco, y salimos en silencio de la enfermería. Mientras caminamos, siento la necesidad de hablar sobre lo sucedido.
— Ese champú... me lo dio esa chica rubia insoportable. Creo que me lo dio a propósito. Es una imbécil. –Suspiro–
Gabriel suspira y se detiene un segundo. Se inclina y besa mi frente con una ternura inesperada.
— Ya está. No te preocupes, yo me encargo de hablar con ella.
Nos despedimos, y mientras camino de regreso a mi habitación, la pregunta me ronda la cabeza. ¿Qué va a hacer Gabriel ahora?
Gabriel
Vuelvo a buscar a esa chica, Carla, y la encuentro de inmediato. Parece casi sorprendida de verme, aunque trato de controlar mi expresión.
— Deja en paz a Katina. –Le digo, sin rodeos–
— Pero, Gabriel, yo no hice nada. –Responde con voz inocente, sus ojos buscando manipularme–
La ignoro y me giro sobre mi propio eje para marcharme. Toco a la puerta de la habitación de Katina. Cuando ella abre, respiro aliviado y entro, cerrando la puerta tras de mí.
— ¿Te pusiste las gotas? –Pregunto intentando distraerme de la rabia que aún siento–
— Sí. –Asiente, mirándome con una sonrisa pequeña. Nos sentamos en la cama, y ella estudia mi expresión–
— ¿Qué le has dicho? –Frunce el ceño, notando mi incomodidad–
— Nada. –Me encojo de hombros, intentando restarle importancia–
Katina suspira y me observa con una mezcla de ternura y confusión.
— ¿Por qué tan protector?
— No quiero que te hagan daño, Katina. –Respondo con honestidad, sintiendo el peso de mis palabras–
Ella sonríe, y algo en su mirada me hace sentir que todo estará bien.
— No me harán daño, Gabriel, créeme. –Su voz tiene una firmeza que me da paz–
Nos quedamos en silencio, y cuando levanto la vista, veo que me observa con curiosidad. Desvío la mirada, sintiendo que mi interior es un torbellino.
— ¿Ocurre algo? –Aunque quiero negarlo, una parte de mí se siente aliviada de que ella note mi lucha interna–
— No... –Susurro– solo quiero olvidar, eso es todo.
Ella suspira y pasa una mano por mi cabello, acariciándolo de forma casi instintiva. Es un gesto simple, pero me reconforta de una manera que no puedo explicar.
— Te entiendo, Gabriel. A veces todos necesitamos olvidar algo.
Nos quedamos así, en silencio, dejándonos llevar por esa paz compartida que no necesita de palabras.
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Polos opuestos.
RomanceNo todo en la vida sucede como uno espera. Las historias de amor no siempre tienen un final feliz, y, para algunos, el amor ni siquiera parece real. Me llamo Katina, tengo 18 años, y soy una chica que siempre se ha considerado amable y de corazón rá...