Capítulo 25

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Katina

Gabriel abre la puerta de su habitación con cuidado, y ambos nos encontramos con Darío, profundamente dormido en la litera de arriba. Dejo escapar una risa suave al ver cómo él duerme tan plácidamente, completamente ajeno al ruido.

Gabriel me observa divertido, y sin pensarlo mucho, subo despacio a la litera. Me siento al lado de Darío y comienzo a acariciarle el rostro suavemente. Su expresión cambia, y una sonrisa aparece en sus labios aún dormidos. Poco a poco abre los ojos y, al verme, sonríe aún más. Me abraza con fuerza, y de algún modo, en un solo movimiento, termina acomodándome a su lado, haciendo que ambos reíamos.

— Venga, Darío, que ya es hora de levantarse. –Le digo, intentando sonar seria–

Él suspira y se estira, aún medio dormido.

— Vale, vale... –Ríe–

Mientras él se reincorpora, noto a Gabriel al pie de la litera, mirando su móvil. Por puro reflejo, me inclino un poco y alcanzo a ver su fondo de pantalla. Al reconocer nuestra foto juntos, siento una oleada de calidez y una sonrisa inevitable se dibuja en mi rostro.

Bajo de la litera y me siento junto a él. Gabriel, al notar mi sonrisa, me mira de reojo, sin soltar su móvil.

— ¿Qué pasa? –Finge una inocencia que le queda adorable–

Con una risa traviesa, tomo su móvil y lo bloqueo para que la pantalla vuelva a encenderse, mostrando la foto de nosotros dos. Lo miro con una sonrisa que no puedo esconder.

— Me tienes que pasar esa foto.

Gabriel asiente, y, sin decir una palabra, se inclina para darme un beso corto y dulce, como si fuera algo completamente natural. En ese instante, siento que podría quedarme en ese momento para siempre, pero una voz nos interrumpe.

— ¿Entonces? ¿Ustedes son novios ya? –Pregunta Darío desde la litera, con una sonrisa divertida en los labios– 

Nos miramos, compartiendo una risa incómoda. Antes de que yo diga algo, Gabriel se apresura a responder.

— No, no, solo... amigos. –Contesta, intentando sonar despreocupado–

— Claro, amigos. –Dice Darío con una sonrisa de complicidad– Amigos con derechos, supongo.

Yo frunzo el ceño, mirándolos a ambos mientras ellos ríen. La confusión empieza a invadirme, al igual que la tristeza.

— Pues, si somos solo amigos... creo que eso de estar besándonos debería terminar aquí, ¿no? –Digo, tratando de mantenerme firme, aunque en mi voz se escucha una pizca de dolor–

Gabriel me mira, sorprendido, como si no esperara esa reacción.

— ¿Por qué? –Pregunta en voz baja–

— Porque si no quieres nada real conmigo, no tiene sentido seguir así. –Digo con un tono de voz firme, sintiendo cómo las palabras me pesan más de lo que quisiera–

Me levanto y camino hacia la puerta, intentando mantener la calma, pero apenas doy unos pasos, siento la mano de Gabriel en mi brazo. Me detengo sin mirarlo.

— No te enfades, por favor. –Me dice en un tono suave, casi como una súplica–

Niego con la cabeza y me suelto de su agarre. No quiero ser su consuelo por alguien que ya no está. Me duele, pero necesito algo real, y, ahora mismo, no estoy segura de si él es capaz de darme eso.

— Conque soy una persona muy especial, ¿eh? –Dejo escapar una pequeña risa amarga– Ya, claro.

Salgo de la habitación y, apenas cruzo el pasillo, veo a Paola corriendo hacia mí, con una sonrisa de oreja a oreja.

— ¿¡Tía, qué pasa!? –Exclama, notando la expresión en mi rostro– Lo que te voy a decir cambiará tu humor, ¿sabes que? –Ríe con entusiasmo–

— ¿Qué? –Le pregunto, intentando forzar una sonrisa mientras frunzo el ceño, un poco descolocada–

— Resulta que los profesores van a estar en huelga más de lo debido y han planeado una especie de baile el viernes para nosotros. ¡Además nuestros padres tendrán que venir a recogernos!

Mis pensamientos se interrumpen con la noticia, y, de repente, la emoción de Paola me contagia.

— ¿Un baile? –Repito, asimilando la idea–¡Qué bien!

— Lo sé y además tenemos que vemos fuera del internado cuando ya no estemos aquí. –Me señala con su dedo índice–

Esta vez río de verdad y asiento.

— Claro que sí.

Suspiro, y ella, que me conoce bien, nota que algo me preocupa. Su expresión cambia y pone una mano sobre mi hombro.

— ¿Va todo bien? ¿Qué te pasa?

— Solo estaba pensando que mis padres probablemente no podrán venir a recogerme.

Paola me observa y asiente, apretando mi hombro en un gesto de ánimo.

— No pienses en eso ahora. Seguro que hay alguna solución, y podrás salir de aquí como todos los demás.

Su confianza me da algo de esperanza. Le devuelvo una sonrisa y asiento. Paola tiene esa capacidad de hacer que todo parezca más sencillo. Mientras seguimos hablando, caminamos de vuelta a nuestra habitación, y ella empieza a entusiasmarse con la idea de encontrar un vestido para el baile.

— Vamos, tenemos que ponernos guapísimas para el viernes. –Me dice, ya buscando ideas de lo que podríamos llevar–

Al escucharla, no puedo evitar empezar a emocionarme. Quizá este baile sea una oportunidad de dejar atrás las dudas y simplemente disfrutar. Tal vez, aunque sea solo por una noche, pueda olvidarme de los conflictos y de los sentimientos encontrados.

Polos opuestos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora