Gabriel
Me despierto aliviado al recordar que es sábado y no hay clases. Este internado puede sentirse como una prisión entre semana, así que los fines de semana son lo más parecido a la libertad.
Me levanto, hago una rápida visita al baño y me visto con lo primero que encuentro. Darío, como siempre, tarda un poco más, ocupado con su interminable rutina frente al espejo. Finalmente, salimos juntos al patio, donde ya se han reunido varios estudiantes, conversando y riendo en pequeños grupos.
Mi mirada se dirige instintivamente hacia una esquina del patio, donde Katina y Paola están sentadas, riendo por algo que acaban de decir. Katina tiene puesta mi chaqueta, la que le presté ayer. Me río para mis adentros al verla aún envuelta en ella, como si no pensara devolvérmela nunca.
— Es tu chaqueta, ¿verdad? –Pregunta Darío, siguiendo mi mirada–
— Sí. –Respondo, sin apartar la vista–
Camino hacia Katina, y cuando llego detrás de ella, pongo las manos en sus hombros. Ella se gira y, al verme, sonríe con una expresión despreocupada que me desarma un poco.
— Te traje la chaqueta, y veo que ya tienes otra.
–Bromea, fingiendo indignación–No puedo evitar reír. Algo en ella hace que me sienta... ligero, como si las preocupaciones que cargo se disiparan un poco.
— Puedes quedártela hasta después. –Le digo, dándome cuenta de que realmente no me importa si me la devuelve o no–
Ella asiente y sonríe, sin decir nada más. Esa sonrisa tiene una especie de naturalidad que me resulta extraña... y que me gusta más de lo que me gustaría admitir. Me quedo un momento más observándola, antes de regresar con Darío, quien me espera con una expresión que mezcla curiosidad y comprensión.
— No quiero que llegue mañana. –Murmuro sin mirarlo, sintiendo una opresión en el pecho que intento ignorar–
Darío me da una palmada en el hombro, en su estilo sencillo pero sincero.
— Gabriel... lo sé, pero tienes que dejarlo ir. No puedes seguir estancado en el pasado, hermano.
Sus palabras, aunque ciertas, no hacen que me sienta mejor. Mi mente se llena de recuerdos que intento enterrar, pero que parecen resurgir cada año. Intento ignorarlos, respirando hondo y desviando la vista hacia Katina, que ahora está inmersa en otra conversación con Paola, riendo como si el mundo no tuviera preocupaciones. Ella es tan... distinta a mí, tan libre de todo esto. Casi la envidio.
El resto del día lo paso vagando por el internado junto a Darío y otros colegas. La mayoría del tiempo no presto demasiada atención a las conversaciones; mis pensamientos siguen vagando hacia el día de mañana, el día que siempre parece atraparme en una espiral de nostalgia y dolor. Intento distraerme, hablar, reír, incluso bromear con los demás, pero una parte de mí permanece en silencio, conteniendo una tristeza que pocos conocen.
Volvemos a nuestra habitación agotados después de pasar todo el día fuera. Me tumbo en la cama y, como si la sola acción de acostarme trajera de vuelta todo lo que intenté evitar durante el día, el peso de mis recuerdos vuelve a caer sobre mí. Darío se acomoda en su cama, lanzándome una mirada de apoyo antes de apagar la luz.
Me giro, apoyando la cara en la almohada, tratando de vaciar mi mente. Cierro los ojos y me preparo para lo que sea que me depare el día de mañana, esperando que pase lo más rápido posible.
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Polos opuestos.
RomanceNo todo en la vida sucede como uno espera. Las historias de amor no siempre tienen un final feliz, y, para algunos, el amor ni siquiera parece real. Me llamo Katina, tengo 18 años, y soy una chica que siempre se ha considerado amable y de corazón rá...