Capítulo 1

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Katina.

El grito de mi madre atraviesa las paredes, sacándome del sueño.

—¡Katina! ¡Arriba de una vez!

Suspiro y me froto los ojos, ahogando un bostezo. Todavía me pesa el sueño, pero sé que levantarme es inevitable. Hoy es el día en que me despido de mi casa, y no precisamente porque yo lo haya elegido.

A regañadientes, salgo de la cama y camino hasta el baño para darme una ducha. Me desnudo, abro el grifo y dejo que el agua caliente caiga sobre mí, cerrando los ojos para disfrutar del único momento de paz que voy a tener en todo el día.

Después de unos minutos, me envuelvo en una toalla y salgo del baño. Desde la barandilla del pasillo veo a mi padre bajando mis maletas, y siento una mezcla de resignación y fastidio. ¿Por qué tengo que irme yo y no ellos? Me muerdo el labio, consciente de que esta es una discusión que ya perdí.

De vuelta en mi habitación, escojo mi ropa: unos pantalones vaqueros cortos, una camiseta blanca que deja al descubierto mi ombligo y mis fieles New Balance 530. Guardo el móvil en el bolsillo trasero de mi pantalón, me cepillo el cabello y me miro en el espejo. Respiro hondo, lanzándome una última mirada de aprobación.

— Perfecta. –Murmuro con una media sonrisa– Ahora a empezar una nueva etapa... supongo.

Bajo las escaleras lentamente, y al verme, mis padres me miran con una mezcla de emoción y orgullo.

— Estás muy guapa, cariño. –Dice mi madre con una sonrisa dulce–

— Gracias, mamá.

— ¿No vas a desayunar? –Interviene mi padre, en tono de sugerencia–

— No, papá, mi estómago ahora mismo está cerrado, además, seguro que en el internado tienen algo para comer. –Respondo, tratando de sonar despreocupada–

Él asiente y salimos de casa. Subo al coche y, en cuanto mi padre enciende el motor, siento una mezcla de emoción y vacío. Todo esto se siente demasiado serio, demasiado definitivo.

— Sabes que vamos a estar de viaje por negocios, ¿verdad? –Mi madre intenta justificarse, una vez más, como si eso fuera a hacer que me sintiera mejor–

—Sí, lo sé. Aunque tengo dieciocho años, podrían haberme llevado con ustedes. –Murmuro mirando por la ventana, ya sin mucha esperanza de que cambien de opinión–

— Katina, no empieces. –Responde mi padre con su tono de siempre, el que corta cualquier discusión–

Ruedo los ojos, resignada. Como si fuera tan fácil ignorar lo que siento y pienso, pero me guardo el comentario. Al fin y al cabo, sé que la decisión ya está tomada.

Después de un rato, llegamos al internado y mi padre aparca en una de las tantas plazas libres. Me quedo mirando el edificio. Es enorme, con esas ventanas altas y esa fachada de piedra que parece tan... fría. De alguna manera, todo me resulta intimidante y distante.

Mientras observo el lugar, una mujer se acerca y nos recibe con una sonrisa amable.

— Bienvenidos. –Dice, extendiendo la mano hacia mis padres–

— Hola, ella es mi hija Katina. –Mi madre le responde con una sonrisa un tanto tensa–

La mujer me estudia con una sonrisa cálida, como si quisiera hacerme sentir cómoda.

— Katina, qué guapa eres. –Me dice, como si fuera un cumplido necesario para suavizar la situación–

— Muchas gracias. –Respondo, devolviéndole la sonrisa con la misma amabilidad. Aunque en el fondo, lo único que quiero es terminar con todo esto–

Mis padres y ella hablan durante unos minutos, discutiendo detalles del internado que, sinceramente, me importan poco. Finalmente, llega el momento de la despedida. Mi madre me abraza como si no fuera a verme nunca más, y mi padre me da unas palmadas en la espalda, como si esa fuera su manera de demostrar afecto.

— Cuídate mucho, ¿de acuerdo? –Dice mi madre, con los ojos un poco húmedos–

— Sí, mamá, estaré bien. –Le aseguro, aunque no estoy segura de estarlo–

Cuando finalmente se van, me giro y la mujer me observa con una expresión que mezcla simpatía y expectativa.

— Katina, estoy segura de que aquí te lo vas a pasar genial. Este lugar tiene más que ofrecer de lo que imaginas.

Fuerzo una sonrisa, sin creerle del todo.

— Eso espero. –Mi tono es cortés, pero apenas disfraza mi escepticismo–

La mujer me indica que la siga, y, mientras camino por el enorme vestíbulo, no puedo evitar sentir un nudo en el estómago. Estoy a punto de adentrarme en algo completamente desconocido, rodeada de caras nuevas y reglas que, seguro, no he elegido.

Bienvenida a tu nueva vida, me digo a mí misma en silencio, sin saber muy bien si debería emocionarme o temer por lo que está por venir.

Polos opuestos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora