Capítulo 56

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Katina

Han pasado siete años desde aquel día mágico en el que Gabriel y yo unimos nuestras vidas, y hoy, al mirarlo, siento que cada día a su lado es un regalo. Nos encontramos en el salón, viendo cómo nuestro pequeño Tomás se lanza a caminar tambaleante hacia nosotros, con los brazos estirados y una sonrisa de pura alegría en su rostro.

— ¡Muy bien, campeón! –Exclamo, riendo y aplaudiendo con emoción–  ¡Estás aprendiendo a dar tus primeros pasos!

Lo levanto en brazos, y él me mira con esos ojos grandes y brillantes que me recuerdan tanto a Gabriel. Sus pequeñas manitas se mueven de un lado a otro, y su risa llena la habitación de una ternura inmensa. Gabriel se acerca, acariciando el suave cabello de Tomás mientras le sonríe, lleno de orgullo.

Después de un rato de juegos y risas, subimos juntos a la habitación de nuestro pequeño y lo recostamos en su cuna. Se queda profundamente dormido en cuestión de segundos, con el rostro tranquilo y una paz que nos embarga a ambos.

Gabriel se inclina hacia mí, y dejo un suave beso sobre sus labios. Lo miro, y una calidez se instala en mi pecho, esa misma calidez que he sentido desde que lo conocí.

— Te amo tanto. –Susurro, aún sin dejar de observarlo–

Él me envuelve en sus brazos y sonríe, sus ojos llenos de amor y gratitud.

— Sabes que yo más. –Responde, estrechándome un poco más fuerte–

Nos quedamos así, en silencio, observando a nuestro pequeño Tomás, quien duerme plácidamente con una ligera sonrisa. Gabriel me besa en la frente, y puedo sentir el latido de su corazón, que parece sincronizarse con el mío. Me abraza, y en ese momento siento que hemos logrado algo que ambos deseábamos desde siempre: formar una familia unida, llena de amor y de confianza.

— Una familia completa. –Murmuro, y una sonrisa se dibuja en ambos rostros–

Gabriel me mira con una chispa de travesura en sus ojos, como si estuviera a punto de decir algo que lleva tiempo queriendo expresar.

— ¿Sabes qué? –Me dice, fingiendo una expresión seria–

— ¿Qué? –Frunzo el ceño, intrigada–

— Solía pensar que eras mi polo opuesto, y estaba convencido de que nunca me enamoraría de alguien como tú. –Su tono es juguetón, pero su mirada es profunda– Pero mírame ahora... míranos.

Ambos reímos, recordando todas las barreras que superamos para llegar hasta aquí, todos los momentos difíciles y las dudas, los conflictos y las reconciliaciones. Lo observo en silencio, pensando en cuánto ha cambiado nuestra vida desde aquellos días en que todo parecía tan incierto.

— Ahora soy la señorita Ferrer. –Susurro, con una sonrisa cómplice y tierna– Dicen que los polos opuestos se atraen.

Él sonríe y me besa con suavidad, un beso que se siente como una promesa renovada. Su mano se posa en mi mejilla, y acaricia mi rostro, mirándome como si fuera la primera vez.

— ¿Siempre? –Me pregunta, con una sonrisa llena de amor y compromiso–

— Siempre. –Respondo, sintiendo la verdad de esa palabra en cada fibra de mi ser–

Nos quedamos en silencio, disfrutando de la paz de este momento, sabiendo que juntos continuaremos siendo felices. Nos hemos convertido en el refugio del otro, en el hogar y la esperanza que necesitamos para enfrentar lo que venga. Nos miramos y sonreímos, sabiendo que esta historia, nuestra historia, no termina aquí. Este es solo el comienzo de un amor que, como nosotros, seguirá creciendo y fortaleciéndose con el tiempo.

Mientras salimos de la habitación de Tomás, Gabriel me rodea con su brazo, y al caminar juntos hacia nuestra habitación, siento que todo está en su lugar. Quizás no somos tan opuestos como pensábamos. O quizás sí lo somos, pero de una forma que nos complementa, que nos completa.

Así, con esta felicidad inmensa, estoy segura de que con él y nuestro pequeño Tomás, siempre encontraremos el camino.

Fin

Polos opuestos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora