XLVII

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Otro mes en que sigo sin saber de José ni siquiera su madre u otro familiar sabe sobre su paradero.
  
  ― ¿Todavía no regresa tu amigo Yayo? ― Cuestiona Corbin recostado desde su cama, al parecer despertó antes de que me fuera, ignoré responder, revolví su cabello y sonreí de la forma más falsa posible. ― No te hagas menso, si oíste. Y estás triste, no me gusta verte así Yayo, eres como el hermano mayor que no tengo.

  ― Qué lindo de tu parte preocuparte de mí, pero estoy bien Corbin, no hay nada raro. Estoy sacado de onda porque José sigue sin decir dónde anda. ― Suspiré. ― Pero no me hagas mucho caso, son cosas de mayores.

  ― ¿Por qué todos dicen lo mismo cada que esconden un secreto? ¡Es muy feo de su parte! Yo no soy un chismoso, me porto bien, y nadie confía en mí, como si en verdad fuera un tonto, un bebé que le dan su biberón todavía para callarlo. ― El pequeño rompió en llanto delante de mí. Sentí mucha impotencia, y era cierto, él todavía no sabía qué tan grande o pequeña era su enfermedad.

  ― No digas eso. ― Respondo al mismo momento que le abrazo. ― Eres un niño muy listo y maduro para tu edad, no tienes por qué sentirte inferior a los demás, no llores, está bien si lo haces, pero esta ocasión no lo amerita, yo estoy aquí para apoyarte. ― Se aferró más a mí, acaricié su cabello, yo estoy igual de destruido como él. ― Debes ponerte el oxígeno de vuelta porque tu madre nos va castigar como la última vez, y eso será otra humillación para mí porque ya tengo 25.

  ― Estás muy mayor Yayo. ― Dijo el moreno mientras se limpiaba las lágrimas y acomodaba el aparato en su cara. ― Gracias por estar aquí. ― Expresa con una pequeña pero sincera sonrisa.

[…]

  Ya era de noche, nuevamente el insomnio se apoderaba de mis pensamientos. Estoy haciendo todas las pendejadas que recomiendan en internet y lo que dicen mis amigos, pero sé que terminaré masturbándome pensando la forma en la que José llenaba todo mi ser.

  ― ¡NO PUEDES HACERME ESTO! ― Estuve a punto de hacerlo, pero unos golpes y gritos de afuera me espantaron, y más cuando esos golpes llegaron a mi puerta.

  ― ¡EDUARDO! ― Escuchaba decir a la señora Nat. ― ¡POR FAVOR! ― Su voz estaba destrozada, me apuré al ponerme una playera cualquiera.

  ― ¿Qué sucede señora? ― Cuestioné, Corbin se me vino a la mente, y esperaba no fuese sobre algún suceso que lamentaría enterarme ahora. ― ¿Dónde está Corbin?

  ― Se lo llevó mi hermana, ella… Ha estado fatal desde su accidente. Yo pensé que nunca querría saber de él desde que era un bebé, pero últimamente estuvo rara. ― Divagó en voz alta.

  ― ¿Accidente? Perdone, no es por ser metiche, pero no le entiendo, ― Y era en serio, no le entendía un carajo.

  ― Mi hermana es la verdadera madre de Corbin, pero como era muy joven cuando lo tuvo, me lo dio a mí en adopción. ― Confesó. ― Pero eso no importa, el oxígeno lo dejó, tengo mucho miedo de que algo le pase a mi niño Eduardo, ¿puedes ayudarme? ― Vi la súplica en sus ojos, accedí.

  ― ¿Sabe dónde podemos localizarla? ― Su sonrisa de gratitud me hizo apurarme a buscar las llaves de mi coche.

  ― Podemos ir a su casa, pero Fiorella sabría que iré hacia allá. ― Y casi freno en seco cuando me dio la dirección.

  ― ¿Fiorella? ¿Esa maldita perra tiene a Corbin? ― Dije sin pensar. ― Perdón, perdón, mi pareja y yo tuvimos unos cuantos problemas con ella en el pasado.

Durante el recorrido, la señora Nat me contó cómo sucedieron las cosas desde que ella y su difunto marido adoptaron a Corbin, me sorprendía el hecho de que no derramaba ninguna lágrima al contar lo que pasó.

  ― Llegamos. ― Musité. Espero no tener que escuchar un “adiós”, no quiero volver a estar solo.

[…]

En la siguiente parte regresa José, respiren tantito. Esto es interesante  v(⌒o⌒)v

Sarakatoyo, ¡wa!

~ Fabs.

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