XLIX

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Era tiempo de regresar, ya había estado fuera de foco mucho tiempo. En estos tres meses en los que no he tenido contacto con nadie, me ha servido. Claro, tuve momentos donde flaqueaba y deseaba regresar por lo inútil que me sentía, pero era necesario, no podía regresar sin estar bien convencido de darle absolutamente mi vida a Eduardo. Con una maleta, en cuanto llegué a la CDMX, tomé un uber directo al departamento de él.
Estaba emocionado por abrazarlo fuertemente otra vez y besarle con todas mis ganas.

[...]

Llegué de prisa, la maleta era pesada, pero ni siquiera la sentí por los nervios que invadían mi cuerpo.
Tenía mucha impaciencia por besarlo.

[...]

Ella parecía preocupada, pero era inevitable no notar el brillo en sus ojos, la delicadeza con la que limpiaba sus lágrimas. Me quebró.

[...]

Eduardo se desmayó, pronto lo tomé en mis brazos y ella abrió la puerta, llamamos a los paramédicos, dichas personas nos informaron que todo estaría bien, bastaría con dejarle reposar y que comiera una hora después de despertar.
Decidimos esperar en la sala.

- ¿Por qué estás aquí? No tienes derecho a querer quitarme lo que todavía me pertenece.

  - Primeramente, ¿”Quitarte”? Permíteme recordar que te fuiste sin decir nada, lo abandonaste, dejaste que se quedara solo rompiendo la promesa de nunca hacerlo porque sabes que a él no le gusta esa clase de soledad.

  - Eduardo sabe perfecto que me fui por nuestro bienestar, me preocupé por ambos.

  - Exactamente, ¿qué eran? Porque nunca escuché de ti decir algo sobre ello. Acaso, ¿"Masoamantes"?

  - Claudia, deja de entrometerte, jamás lo vas a amar como lo hago yo, y lo más importante, Yayo nunca te amará, me ama A MÍ. Que te cuente todo lo que siente a mi lado, las veces en que hacemos el amor, esas discusiones que terminan en besos, el cómo me defendía de los demás sin importar nada más. Y si te crees capaz de darle todo eso, adelante, yo te dejo el camino libre, pero eso sí, cada noche gemirá mi nombre, pensará en mí, en mi manera de hacerlo gozar cada embestida, cada caricia, cada oración. No eres nada comparado conmigo Claudia, disculpa que te diga tan crudo eso, pero es la verdad, me da pena que pretendas que Yayo es tuyo sólo porque te hace caso ahora mismo, yo me chingué durante años para que me voltease a ver. - Ella era un mar de lágrimas. - ¿Lloras por escucharme decirte la verdad? Todos la conocen, recuerdan muy bien que él y yo estábamos bien juntos, no debiste nunca aparecer y armar este teatro con una obra tan dramática. Sabes que al final regresará a mí porque nos amamos, porque entendemos lo que el otro siente, y estoy dispuesto a esperar. - Claudia seguía sin pronunciar palabra, su rímel estaba corrido por sus pómulos, sus ojos estaban hinchados y rojos, estaba asustada, me sentía mal por descargar mi ira con ella, pero se metió con lo que es mío.

- ¿Ahora sí te importo? - Dijo Yayo al salir de su habitación, también lloraba. - ¿Quieres que me olvide de todo lo que tuve que pasar sin ti? Estuve preocupado días y noches enteras, creyendo que sufrías. No puedes aparecer y pretender que no ocurrió nada, ¿y lo que siento yo, José?

- ¿Todavía me amas? - Cuestiono con el nudo en mi garganta.

- Nunca dejé de hacerlo. - Y el silencio incómodo se hizo presente, Claudia no paraba de llorar. - Vete. - Susurró.

[...]

Hola. Perdón por no actualizar.

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