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Pensaba pasar apenas unos cuantos días en la base, sin embargo, los días se convirtieron en semanas y las semanas en un mes. Por más que intentaba buscar una escapatoria para aquel infierno, no la encontraba. Las provisiones de alimentos estaban custodiadas por soldados, los medicamentos, por enfermeras, era imposible cruzar el muro sin ser vista y un sueño conseguir armas. Estaba atrapada y no tenía escapatoria.
Lucas y yo nos habíamos hecho buenos amigos, o al menos lo que se podía llamar amigo en el nuevo mundo, él me ayudaba cada vez que me quería escabullir en algún lugar y yo hablaba con las chicas para que le dieran una oportunidad, prometiéndoles que pasarían un buen rato.
—Estoy  harta de los entrenamientos—dije mientras ataba los cordones de mis zapatillas deportivas a la mitad del campo. Era día de correr, y como supervisores teníamos a un sujeto llamado Wagner y otro García. Wagner era el idiota del comedor, aquel que me había sujetado con fuerza y llamado la atención la noche que subí a la habitación de Di. Era un sujeto absolutamente reservado pero siempre tenía la mirada sobre mí y me hacía sentir que lo único que esperaba era que yo cometiera alguna falla y pudiese echarme de la base. En cambio, García era como aquel profesor que todo el mundo amaba.
—Solo nos faltan diez minutos—dijo Lucas mirando su reloj—además, deberías estar agradecida de que aún no saliste al campo—señaló el muro y entendí, aún no me habían hecho salir con ellos a alguna misión, había escuchado a unos cuantos quejarse acerca de ello, ya que llevaba un mes y todavía no había subido a un camión, tampoco me habían asignado a otras tareas, salvo algunas guardias nocturnas que compartía con un sujeto llamado Alexei y que se pasaba la noche durmiendo. Comenzaba a extrañar la adrenalina que sentía del otro lado, aunque tenía mejores noches de sueño, siempre y cuando sus rostros no se aparecieran en las pesadillas.
—¡Leiva!—gritó Wagner e hizo que todos voltearan a mirarme—¿Necesitas ayuda con esos cordones o volverás al recorrido?—era fácil decirlo cuando él estaba cruzado de brazos bajo un árbol mientras que yo corría bajo el rayo del sol. Su expresión era seria pero estaba segura de que disfrutaba cada momento. Aquel día, no sé si por el hambre que estaba pasando gracias a guardar parte de mis porciones para huir, por el calor o porque simplemente estaba algo alterada, pero dejé caer mis brazos a ambos lados de mi cuerpo, cerré mis puños y caminé hacia él con paso firme. Pude apreciar el momento en el que él le dio un codazo a García, ambos rieron y aquello solo me molestó más.
—¿Qué problema tienes conmigo?
—Vuelve al campo, Leiva—dijo sin siquiera mirarme, conservando esa expresión que comenzaba a odiar.
Me sentía exasperada, pero era un error ponerme en contra a uno de los líderes del lugar, eso lo sabía. De la misma forma que me había acercado a él, me alejé, entonces volvió a hablar.
—Te hará bien correr—dijo y me paralicé—me parece que tu tiempo aquí te ha engordado.
Giré sobre mis talones y lo miré, seguía con la vista en el campo aunque ahora tenía una sonrisa burlona en los labios, García lo imitaba aunque fingía escribir algo en su planilla pero se reía. Se estaban burlando de mí por haber subido de peso y aquello era un golpe bajo. Siempre había sido la gorda en mi grupo de amigas, siempre había sido a la que los chicos rechazaban por no entrar en los estándares de belleza, incluso en la base militar, donde se notaba que la mayoría entrenaba duro, yo resaltaba por los rollitos que se formaban en mi barriga.
Mis inseguridades no iban a ser para su goce.
Cerré mi puño y con toda mi fuerza lo lance hacia su rostro. Wagner cayó al suelo, supongo que aquello lo había tomado por sorpresa, pero cuando intenté sentarme sobre él para golpearlo, García me tomó por la cintura y me levantó en el aire. Intenté zafarme de sus manos pero no pude. Vi el momento justo en el que Wagner se limpió la sangre de la comisura de sus labios y me sentí en el cielo, sabía que aquello me metería en un problema enorme y que sería castigada, mismo así había disfrutado cada momento.
Wagner se levantó, me miró furioso y entre dientes dijo—A la oficina ¡Ahora!
Yo junté saliva y la escupí a sus pies, lo había aprendido de mi padre y de Zack, jamás lo hubiese hecho en el viejo mundo pero en el nuevo quería que notaran mi desprecio, quería que aquel sujeto supiera cuanto lo detestaba.
García me llevó casi a empujones hacia una oficina en el primer piso, me obligó a sentarme en una de las sillas que rodeaban la larga mesa y yo esperé cruzada de brazos. Al echarle una mirada rápida al lugar, vi los mismos tipos de mapas que en la oficina de Di e incluso una maqueta miniatura de lo que eran las ruinas de la ciudad. Era la oficina que usaban para las reuniones y yo jamás había estado allí.
Wagner entró con paso firme, caminó hacia mí y giró mi silla. Noté las venas de su frente y como apretaba la quijada, estaba furioso y no me hacía falta conocerlo demasiado para saberlo.
—Te crees muy valiente ¿Verdad?—casi podía sentir su saliva sobre mi rostro—Podría echarte ahora mismo de aquí y nadie notaría tu falta.
—Hazlo—dije sin intimidarme, intentando levantarme de la silla pero de un empujón él me hizo sentar de nuevo.
García intervino y lo apartó de mí arrastrándolo consigo fuera de la habitación.
—Debes calmarte.
—Si la dejo sin ningún tipo de castigo, los demás van a pasarme por encima, Felipe.
—Sabes que es buena, solo hace falta pulirla un poco—dijo García.
—No es tan buena—respondió tajante Wagner.
Pero los tres sabíamos que era mentira. Era la mejor del grupo en las clases de tiro, nunca fallaba. Era la mejor del grupo cuando me tocaba pelear cuerpo a cuerpo. Era la mejor incluso con el arco y flecha y eso no era nada del otro mundo. También era la mejor en supervivencia y se los había mostrado después de aquella vez que cruzamos los muros para sumergirnos en el bosque durante tres días.
Era buena y Wagner lo sabía.
—La quiero fuera del equipo y ni se te ocurra sumarla al tuyo—sentenció y lo vi marcharse por el pasillo.
—¿Y qué hacemos con ella?—preguntó García. Yo deseaba que me desterraran, que me dejaran salir y seguir con mi vida, llevaba mucho tiempo en aquel lugar y eso era una amenaza.
—Mándala al bunker—dijo casi a los gritos.
Me pregunté a mi misma si era tan grave, si había sido fatal. Él se había comportado como un idiota conmigo, y no solo hoy, llevaba siendo así desde mi primer día aquí. Era obvio que en algún momento, yo como un ser humano normal, explotaría ¿No?
Ese fue mi último día con los soldados, y me arrepentí de lo que había hecho casi enseguida.Si alguien me hubiese advertido lo que era el búnker, jamás me hubiese comportado de esa forma con Wagner, incluso le hubiese besado los pies mientras le pedía disculpas.
El búnker era la zona de civiles, todo permanecía cerrado y tenía prohibido salir al patio sin autorización. Pero aquello no era el problema, en realidad me gustaba estar adentro porque me sentía protegida de los zorros, el problema real era que al ser zona de civiles, había desde bebés, niños, hasta ancianos.
Los bebés no hacían otra cosa más que llorar, como si supiesen que del otro lado de los muros el mundo estaba podrido y oscuro.
Los niños se la pasaban jugando y gritando.
Y los abuelos, bueno, se pasaban todo el día jugando ajedrez o apostando sus porciones de comida en un bingo muy casero.
Desde aquel día, Wagner se había pasado por el lugar varias veces, siempre lo cruzaba en los corredores mientras volvía de lavandería o cuando iba a los almacenes porque alguna cocinera me pedía un favor. Nuestras miradas se cruzaban, pero no emitíamos palabras, creo que ambos nos detestábamos y no sabía porque el universo se empeñaba tanto en colocarlo en mi camino todo el tiempo.
Aún no me asignaban tareas y yo extrañaba las clases de tiro, las noches de guardia, la comida que servían a los soldados, los ronquidos de mi compañero. Extrañaba todo, absolutamente todo lo que había arriba, sobre todo cuando eran las tres de la mañana y un bebé empezaba a llorar.
Una mañana, salí con dos adolescentes a la huerta, los soldados nos habían dado aquel permiso y mis compañeros estaban emocionados porque sería la primera vez en meses que sentirían el sol sin un vidrio de intermediario. Para mí, aquello solo eran órdenes y no había nada que festejar, sin embargo apoyaba la felicidad absoluta de esos muchachos.
Estábamos recogiendo papas de la tierra, cuando uno de ellos miró mi muñeca y abrió los ojos—¿Te pusieron el rastreador?
Miré mi propia muñeca y asentí—Si.
—¿Y qué haces en zona de civiles, entonces?
—Me echaron de la zona de soldados—respondí con un encogimiento de hombros y aunque ellos intentaron sacarme información y yo me moría por contarles, no mencioné a Wagner en ningún momento. No quería que se corriera la bola y llegase a sus oídos que yo estaba humillándolo.
A veces, extrañaba a Lucas y su compañía. Allí abajo me sentía sola y al parecer todos tenían sus grupos designados porque no lograba meterme en ninguno. Las mujeres no querían siquiera acercarse a mí y los hombres solo lo hacían cuando estaban muy necesitados sexualmente. Extrañaba el uniforme negro y esa camiseta que me daba calor pero que al menos no atraía las miradas descaradas de los demás.
Estaba lista para besarle los pies a Wagner, lista para perder mi dignidad y pedirle que me dejara volver, cuando él se apareció en la lavandería mientras yo guardaba en un canasto toda mi ropa limpia.
—Pensé que estaba Cinthia a cargo de este lugar—su voz me hizo vibrar, era sumamente gruesa y te hacía desear cosas que deberían estar prohibidas.
—Sabes que no es así. Cinthia tiene el turno de la tarde—respondí sin mirarlo mientras doblaba unos jeans.
Él lanzó una carcajada que resonó, se cruzó de brazos y apoyó su cuerpo sobre la pared, alzó la cabeza y me miró con ese aire de superioridad que tenía.
—Te queda bien la ropa de civil—dijo haciendo un ademán con la vista en mis pechos. Llevaba una remera que de seguro tenia años y varias dueñas antes de mí, me quedaba un tanto ajustada así que marcaba mi cintura a la perfección y también marcaba mis rollos, pero no era eso a donde él dirigía su mirada, sino al escote en V que dejaba a la vista mis tetas. Era algo provocativo para aquel lugar y debería estar prohibido, supuse que fue por eso que las mujeres no me hablaban, pero no era mi culpa que los soldados me asignaran esa muda de ropa.
Con fuerza le arrojé un par de medias que había hecho un bollito, directo a la cabeza. Él se marchó riendo y a mí me consumía la rabia.
Wagner era muy idiota y yo lo detestaba.

El Nuevo Mundo (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora