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Una ciudad destruida.
Eso era la Capital del país once años después del comienzo del virus.
Recordaba las noticias y el cómo se hablaba de aquel lugar. Recordaba las primeras imágenes de contagiados en hospitales, donde los ataban a las camillas porque no podían controlarlos después de que mordieran a alguna enfermera.
Y ahora, frente a mí, tenía las ruinas de la Ciudad que Nunca Dormía, pero que ahora si parecía dormir.
El Ejército, como buena acción en su momento, había tomado el recaudo de cerrar la ciudad para evitar contagios. Crearon muros y barricadas para que la gente no entrara ni saliera, pero aquello, dejó a miles y miles de infectados dentro de la gran ciudad.
Por lo que la misión de aquel día, no sería nada fácil.
Sabía, gracias a mi mapa, que estaba a aproximadamente quince manzanas del Congreso y según lo que había escuchado de los sobrevivientes la noche anterior, era una de las zonas en la que más infectados había. No era buena idea ir con la camioneta, ya que el ruido del motor atraería a los zorros, pero tampoco era buena idea caminar por las calles infectadas.
Crucé una de las barricadas, las cuales se basaban en puertas como las que tenían los grandes hoteles, de esas giratorias, con la diferencia que una o dos de las divisiones de la puerta, tenían alambres de púas que eran para evitar que los zorros cruzaran de un lado al otro. Supongo que los idiotas pensaron que eso frenaría el virus, pero no fue así.
El silencio se prologaba a medida que caminaba, aunque de vez en cuando se podía escuchar el cantar alegre de los pájaros, lo cual me hacía sentir un poquito menos sola.
La esperanza que albergaba de encontrar a Di, se esfumaba poco a poco a medida que caminaba sumergiéndome en la ciudad. Todo era muerte y destrucción y era difícil imaginarme qué Dimitri hubiese sobrevivido en aquel lugar, tanto tiempo, herido, solo y sin municiones.
Había pensado muy bien en todo antes de salir de casa, me había pasado la noche idealizando un plan que no estaba segura de que llevaría a cabo, sin embargo, ahí estaba, luchando contra zorros que se cruzaban en mi camino. A pesar de que era un peso extra, había tomado un hacha de la casa, porque sabía que no podía entrar en la ciudad haciendo ruido, también había guardado cuchillas que eran capaces de cortarte la cabeza sin problema.
No era extraño ver que los zorros, ni se fijaban en mí. Había descubierto eso años atrás, cuando en medio de una emboscada me di cuenta de que los zorros parecían no notar mi presencia, siempre y cuando no hiciera movimientos bruscos, ni ruidos que los alteraran. 
Aquello me facilitó la tarea, pero me llevé un buen susto cuando escuché a lo lejos una explosión. Durante años, me habían advertido de las bombas que los rebeldes colocaban por la ciudad. Eran como minas, de las que no te dabas cuenta hasta que era muy tarde. Por lo general, era un trozo de alambre que se sujetaba con fuerza de un extremo al otro y cuando tú pasabas por allí y no te percatabas de su presencia, explotabas y volabas por los aires hecha pedacitos.
Qué horroroso que era el Nuevo Mundo.
Me metí en un callejón para tomar la ruta más desierta, y salvo por encontrarme con un que otro zorro, todo parecía muy tranquilo.
Estaba a solo una manzana de distancia cuando vi una camioneta algo descuidada acercándose al edificio, de ella se bajaron varios sujetos que no vestían como el Ejército ni como los hombres de negro, por lo que inmediatamente supe que eran parte de los rebeldes. Aquello me generaba más miedo que enfrentarme a una horda de zorros, porque si un rebelde se encontraba a una chica sola, las cosas no terminaban bien, nunca.
No sé porque, contuve la respiración, el miedo se fundía más y más en mi interior y aquello no era bueno. Sabía defenderme y también sabía que si era necesario, podía simplemente desatar a la bestia acorralada en mi interior y dejarla salir para que se cobrara la vida de quien se interpusiera en mi camino.
Tomé la escalera de emergencia de un viejo edificio de estilo colonial y subí hasta la azotea, donde el viento corría con fuerza. Me enfrenté a dos zorros que caminaban de un lado al otro en el lugar y luego tomé los binoculares de la mochila para observar mejor. El grupo de rebeldes inspeccionaba la zona y recogía del suelo todo lo que les servía, incluso me pareció ver algunas armas marcadas con pintura blanca que era algo típico en la comunidad. No veía otro movimiento más que él de ellos y aquello me desilusionó un poco. Quería dispararles, porque por su culpa Dimitri estaba perdido, pero si lo hacía, la zona se convertiría en un asentamiento de zorros y aquello no era buena idea.
¿Dimitri estaba en ese lugar? ¿Seguiría atrapado en aquel viejo edificio en ruinas? O quizás y solo quizás, había podido escapar.
Encendí la radio e inmediatamente la conexión con la comunidad me asustó—Aquí Analía ¿Alguien me copia?
No quería responderle a mamá, pero sabía que si no lo hacía, ella mandaría a sus hombres para buscarme y eso sí que no era buena idea.
—Aquí Samantha, te copio.
Me la imaginé suspirando del alivio. Había salido de casa hacía casi seis horas y seis horas en el Nuevo Mundo eran una eternidad si las pasabas fuera.
Vuelve a la comunidad. Ahora—dijo ella—te prometo enviar un equipo para que traiga su cuerpo, pero vuelve a casa hija.
Un equipo para que llevara su cuerpo, mamá había perdido el tacto con el correr de los años, no tuvo ni un gramo de empatía por mí. Decir o afirmar que ya estaba muerto era algo fatal. Yo realmente esperaba que de alguna manera él hubiese podido escapar.
Cambié la frecuencia de la radio e intenté comunicarme con él, por el canal que una vez habíamos fijado para nuestras conversaciones secretas.
—Aquí Samantha ¿Dimitri, me escuchas?—la interferencia sonaba pero no obtuve respuesta—Di, confío en que estás allí. Debes ser fuerte, prometo que te encontraré—la interferencia seguía sonando sin rastro de Di.
Suspiré profundo y dejé caer una lágrima por mi mejilla.
Tal vez, debía acostumbrarme a la idea de que él realmente había muerto.
Tal vez debía pensar en que no sobrevivió porque era un mortal y aquello era normal en esos días.
Estábamos en el Nuevo Mundo, donde la muerte, el dolor y la pérdida era moneda corriente. Pero no me parecía justo, porque Dimitri merecía vivir, él merecía aquello más que nadie, luego de perder a toda su familia, luego de ser traicionado por aquellos que alguna vez le juraron lealtad, luego de salvarme la vida varias veces, él realmente lo merecía.
Sentí un disparo, a lo lejos, tan lejos que casi fue inaudible. Al observar una vez más por los binoculares, vi que ese disparo, seguido de otro y otro, sorprendió a los rebeldes, porque se miraron entre ellos, se subieron a la camioneta y arrancaron a toda velocidad. Fue mi oportunidad perfecta para cruzar de una azotea a la otra, y otra hasta que no pude hacerlo más y tuve que usar la escalera de emergencia para volver a las calles.
Si tenías tiempo suficiente, podías detenerte a mirar la cantidad de animales que había en las calles, a lo largo de los años, me había encontrado desde perros hasta leones que se escapaban de algún zoológico y montaban su reinado en las calles.
Fui sigilosa al entrar en el edificio, pensando en lo grandioso que había sido en su época y que ahora solo era un montón de escombros apilados uno sobre otros. La destrucción total debido a los primeros bombardeos que hubo.
Mientras bajaba por las escaleras, si agudizaba un poco mis oídos podía escuchar esos extraños gruñidos que los zorros hacían constantemente. Encendí mi linterna al llegar al subsuelo donde todo había sucedido, los zorros aún se deleitaban con el manjar que eran los cuerpos de los voluntarios de la comunidad. Conté un total de nueve cadáveres mientras iba apuñalando la cabeza de cada zorro.
Y para mí alegría, aunque suene feo, ninguno de esos cadáveres destruidos pertenecía a Dimitri.
Me dejé caer en el suelo mientras una estúpida sonrisa se dibujaba en mi rostro, arrastré las manos por mi cara para arrastrar también mi cabello hacia atrás. Podía sentirme viva otra vez, al menos ahora tenía un mínimo de esperanza. Albergaba la idea de que Dimitri había salido de alguna manera de ese lugar y fue entonces cuando sentí el ruido del seguro de un arma y el cañón sobre mi sien derecha.
—Ponte de pie—dijo una voz que no me resultaba conocida—alza las manos, con cuidado y no intentes nada estúpido porque te arrepentirás.
Hice lo que ese hombre me decía, porque realmente no sabía si era el único en aquel lugar o si estaba acompañado. Pero al tener el arma rozándome la cabeza, pude sentir como su mano temblaba. Aproveché eso para golpearlo con mi codo en la costilla derecha y patear fuertemente su pierna, lo que hizo que se retorciera de dolor. Volteé y le quité el arma de las manos, arrojándola a unos cuantos metros de distancia y cuando se dispuso a ir hacia ella para tomarla, le arrojé uno de los cuchillos que aterrizó finalmente en su omóplato izquierdo. Eso hizo que gritara de dolor y aquello extrañamente fue satisfactorio para mí.
—Voltea, alza las manos con cuidado y no intentes nada estúpido porque te arrepentirás—dije repitiendo sus palabras.
Qué extraña era la sensación de poder que te podían dar algunas personas y que extraño era lo que sentías cada vez que tenías ese poder en tus manos, de repente te sentías en la cima del mundo. Pero cuando volteó, algo en mí hizo que bajara un poco mi arma. Era un niño, no mucho mayor que Dylan, quizás incluso tenían la misma edad, iba vestido con una camiseta blanca sin mangas que dejaba a la vista sus flacuchos hombros, su cabello iba rapado y sus pantalones parecían rasgados, como si se los hubiese enganchado con algo en el camino.
—¿Eres parte de los rebeldes?—pregunté.
—¿Por qué crees que te respondería eso si lo fuera?—me miró alzando una ceja, entonces al observarlo detenidamente, vi que de su cuello colgaba una cadena acompañada de una pequeña chapita que me resultaba conocida. Me acerqué a él, aun apuntándolo con mi arma y tomé la cadena que colgaba de su cuello.
—Dimitri Wagner—leí el nombre escrito en la chapita y mi pecho dolió—¿Así te llamas?—pregunté aunque sabía la respuesta.
—Así es—respondió él casi como si no le importase en lo más mínimo mentir porque si.
Le arranqué la cadena del cuello y eso lo sorprendió, seguido a eso, cerré mi puño y golpeé con fuerza su mejilla derecha. Él se llevó la mano a la zona del golpe y me miró asombrado.
Si él tenía la chapa identificativa de Dimitri, significaba que se la habían arrancado al propio Di, por lo que o estaba muerto o en estos momentos era una presa más de los rebeldes. En cuanto ellos se enteraran de que era uno de los hombres más buscados por el Ejército, no dudarían en entregarlo aunque eso condenara sus almas al infierno.
—Dime donde la encontraste.
—Es mía—volvió a mentir y lo volví a golpear. Esta vez, luego del golpe le quité el seguro al arma, apoyé mi dedo sobre el gatillo y se la presioné sobre la cabeza para que sintiera el dolor.
—Dime la verdad ¿Dónde mierda encontraste esto?
Aprecié el momento en el que tragó con fuerza, era un pobre chico solo en un Nuevo Mundo aterrador.
—Se la quité al cuerpo de un sujeto que encontramos.
—¿Dónde lo encontraron?—pregunté al borde de las lágrimas—¿Está vivo?
—No lo creo—respondió él—estaba en el callejón del edificio. Puede que siga allí o puede que mi grupo se lo llevara.
—¿Por qué se lo llevarían si estaba muerto?—realmente quería mantener la fe, la esperanza en que él estaba vivo, pero me era imposible en aquella situación.
—Uno de los nuestros lo reconoció como parte del Ejército. Hacían tratos con él apenas todo comenzó.
Me tragué el nudo de la garganta, empujé al muchacho hacia la salida y lo apunté con mi arma hasta llegar al callejón, donde se suponía que estaba el cuerpo de Dimitri pero no había nada, nada más que zorros en estado de descomposición avanzada. El tipo intentó escapar, pero yo estaba tan enfadada y dolida, que lo tomé del cuello de la camiseta y lo empujé hacia la pared, donde golpeó su cabeza con fuerza. Sabía que la idea que tenía en mente no era muy adecuada, pero así como ellos habían tomado algo mío, quería tomar algo que fuese de ellos. Obligué al muchacho a caminar conmigo hacia donde había dejado la camioneta. Fácilmente lo até con algunas sogas que tenía en la camioneta y cubrí sus ojos con un pañuelo. Mi madre me mataría por lo que estaba a punto de hacer, pero era bueno tener con nosotros a alguien del equipo contrario, así podría decirnos donde se escondían, que tan armados estaban, si seguían haciendo tratos con los militares, si eran bien recompensados y lo más importante de todo ¿Dónde habían dejado el cuerpo de Di? Necesitaba saberlo, porque debía enterrarlo con los nuestros, era una promesa que nos había hecho la noche anterior, aunque él no estaba conmigo, confiaba en que estuviese esperándome para devolverlo a su lugar.
Además, si los rebeldes ya sabían que era un ex militar, de seguro se divertirían con su cadáver.
Manejé como si no tuviese un ser humano en la parte trasera de la camioneta, lo escuchaba quejarse cada vez que pasábamos por alguna loma o los baches del camino. Me imaginaba el miedo que sentía en estos momentos, sin saber a dónde nos dirigíamos o que le haría y todo a raíz de una muy mala decisión, porque a decir verdad, si él no hubiese tomado la cadena de Dimitri como un trofeo de un militar muerto yo jamás lo habría vinculado a su desaparición y hubiese seguido su vida como si nada.
En cuanto aparecí en la puerta de la comunidad, vi como el sujeto de la torre se comunicaba por radio con alguien, minutos después la puerta se abrió y apareció mi madre. Estacioné la camioneta como pude y me bajé directamente a abrir la cajuela del coche.
—¿Qué demonios?—dijo mamá con el ceño fruncido.
Yo tomé al muchacho por las piernas y lo arrastré hasta que quedó al borde, lo empujé un poco y se bajó de la camioneta, aún tenía los ojos vendados y las manos atadas. Parecía tener miedo, porque giraba su cabeza hacia todos lados como si buscara de dónde provenía este o aquel ruido.
—Este, es Dimitri Wagner—respondí y todos me miraron como si estuviese loca. Dani se apareció a mi lado y observó al muchacho como si intentara recordar de donde lo conocía—o al menos eso dice él—dije encogiéndome de hombros.
De repente, Dani se lanzó sobre el muchacho y este cayó de espaldas al suelo, ella lo golpeó tan fuerte que vi manchas de sangre en su nariz.
—Este hijo de puta fue el que nos tendió la trampa—dijo enfurecida—él fue quien nos ayudó a entrar al edificio y nos guió al sótano donde no había más que muertos.
Al parecer, mi víctima había sido el chivo expiatorio de los rebeldes. Tenía la tarea de hacer que el grupo confiara en él como para seguirlo tres pisos hacia abajo y luego ser atacados no solamente por los rebeldes sino también por los zorros. Pero de alguna manera, él había logrado salir ileso de aquel lugar, por lo que debería tener alguna salida oculta.
—Podemos sacarle información—le dije en el oído a mi madre y ella aún miraba a ese joven que parecía a punto de cagarse en las patas—podemos averiguar donde se esconden, donde esconden las provisiones, todo.
De repente, mamá sonrió, me dio unas palmadas en la espalda y dijo—Bien pensado, hija—giró y gritó fuerte y claro—¡Llévenlo a la sala de castigo!

El Nuevo Mundo (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora