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Era verano y el sol quemaba ligeramente mi piel.  Estaba agradecido por los árboles nuevos que habían sido plantados en cada rincón vacío de la comunidad, ya que gracias a ellos podía sentir una leve brisa de aire fresco.
Un vecino pasó por mi lado junto a su hijo adolescente y con un leve movimiento de cabeza me saludaron educadamente.
Todos lo hacen después de lo que sucedió. Al parecer perder seres queridos te dejaba más vulnerable. No pude hacer que Samantha diera un paso atrás con su decisión de buscar la cura, por lo que aquel día, en ese laboratorio, me quedé a su lado todo lo que pude, hasta que comenzaron a cortar su piel y tuve que salir corriendo del lugar.
Casi veinte horas después sin ningún tipo de novedad, un científico se acercó a mí y me dijo que ya tenían todas las muestras con las que creían poder hacer la cura.
Y fue así, como Samantha salvó al mundo.
O al menos, lo que quedaba de él.
Sin embargo, luego de dos largos años después de aquel día, aún no teníamos novedades de la cura. Comenzaba a creer que el sacrificio de Samantha había sido en vano, pero los científicos seguían trabajando y casi mensualmente daban su parte de cómo iban avanzando. Confiaban en que tarde o temprano saldría a la luz la cura, pero una parte de mí había perdido las esperanzas.
Aún recuerdo la cara de Analía cuando le conté lo que su hija había hecho, y aún recuerdo cómo juró matarme por habérselo permitido, aunque hoy en día ese resentimiento ha quedado atrás.
En fin, gracias a que la mujer de mi vida se expuso como un ratón de laboratorio y partes de su cuerpo fueron cortados en pedacitos, hoy gozaba de un rayo de luz.
Ella repetía constantemente que la esperanza era lo último que se perdía y yo quería confiar en sus palabras.
Aunque el mundo cada vez era más oscuro y más difícil de sobrellevar.
—Me han contado que quieren que entrenes a los más jóvenes—dijo ella con orgullo. Miré a la mujer a mi lado y no puedo evitar la estúpida sonrisa de mi rostro—Eso es genial, Di.
Entonces recordé la primera vez que la vi en el bosque, con el rostro sucio por la tierra y la ropa manchada de sangre. Recuerdo el miedo en sus ojos y recuerdo muy bien, que el sensor me la marcaba casi como una no viva, algo irónico ya que los restos de vida de la humanidad estaban en sus venas.
Jamás confesé eso delante de nadie, porque creo que nadie debería saberlo, se suponía que debía jalar el gatillo y matarla, pero al ver sus ojos no pude e hice lo posible e imposible para subirla a ese camión.
Recuerdo nuestras peleas y las veces que intenté castigarla solo para mantenerla alejada del afuera.
Recuerdo las veces que se interpuso para hacerme recapacitar.
Recuerdo todo lo que vivimos juntos y ahora, sonreía a mi lado y sujetaba mi brazo, su cabello iba largo hasta su cintura, su piel después de tanto tiempo había vuelto a tomar color. Llevaba las mejillas algo sonrojadas y las pecas en el puente de la nariz se habían hecho notar.
Tenía un overol de jeans que le daba unos aires adorables, pero debajo de la tela, se escondía una herida enorme que había sido provocada por un rebelde hacía apenas unas horas.
—No pienso salir hasta que te recuperes del todo—dije cubriendo sus hombros con mi brazo. Ella rodeó mi cintura y me obligó a detener mi andar para mirarla a la cara—¿Qué?
—Sabes que te necesitan ¿Verdad?
—Tú me necesitas más—ella sonrió de manera dulce y acarició mi mejilla con dulzura.
No hay día en el que no piense en lo admirable que es esta mujer, y va más allá de la cura, la CCPE y un puñado de científicos que intentan salvar el mundo, Sam me parece admirable porque no había dejado de luchar, en cada misión, en cada vez que debíamos cruzar los muros, cada vez que había que enfrentar a los rebeldes o correr por el bosque con una horda de zombis alcanzándonos, ella estaba allí conmigo.
Claro que me hubiese gustado llegar hasta ese punto con mi familia por completo, me hubiese gustado que papá y mamá conocieran a Sam y que Otis pudiese bromear y molestarme acerca de lo tontamente enamorado que me veía. Jamás serían reemplazados, pero para alguien que había pensado quedarse solo el resto de su vida, ella y los nuestros, eran la pequeña familia que habíamos formado a base del dolor, de la perdida pero sobre todo, de la lealtad.
No era un felices para siempre, porque recordaríamos las muertes de aquellos que habíamos perdido en el camino y por las noches, los rostros de esas personas a las que alguna vez había lastimado se aparecían en mis sueños, pero tenía a la persona correcta a mi lado para ayudarme a supéralo.
Era un final.
O el inicio de algo nuevo y mucho mejor.

El Nuevo Mundo (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora