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De pequeña había sido una chica muy enferma.
Me agarraba las peores gripes, siempre terminaba en cama y con una fiebre que superaba los limites posibles.
Hasta que un día, algo me consumió.
Nunca supe bien que fue, pero mi padre se culpaba por aquello día y noche.
Me dolía cada musculo del cuerpo, sentía fuertes dolores en los oídos y la garganta, la cabeza parecía a punto de explotarme y no podía levantarme de la cama debido a la fiebre insoportable que tenía. Mi padre era un científico muy reconocido en el país y en el mundo, era reconocido por sus grandes descubrimientos y en su ambiente, la gente lo admiraba.
Paulo Mendes.
Paulo Mendes siempre se culpó por aquella enfermedad desconocida que su hija poseía y aunque nunca supe bien porque, una vez lo escuché discutir con mi madre sobre la posible contaminación que él traía consigo cada día a casa al volver del trabajo. Se suponía que había protocolos para evitar esos contagios, pero al parecer aquel virus había sido más fuerte que todo lo que papá hacía para evitar sacarlo del laboratorio.
Y así como esa enfermedad desconocida llegó a mi cuerpo, de un día para el otro una cura desconocida llegó a mi sistema.
Aún recuerdo las discusiones que mis padres tuvieron antes de que papá me inyectara, aún recuerdo los gritos de mamá diciéndole que aquello podría salirse de control, aún recuerdo verlo llorar junto a mi cama pensando que yo dormía, disculpándose de todas las formas posibles por algo que sobrepasaba sus límites. Diego, el mejor amigo de mi padre y mi padre entraron un día a mi habitación con trajes de seguridad blancos y mascarillas que no me dejaban ver sus rostros, llegaron en el momento justo en el que yo sentía que mi cuerpo se desintegraba lenta y dolorosamente, sentía que la piel se me abría y que nada podría calmar el dolor de cabeza.
Papá me miró a los ojos y dijo—Este será nuestro pequeño secreto ¿Si?
Pero yo estaba demasiado atontada como para responder, los medicamentos que me daban para evitar todo aquello que estaba sintiendo me convertían en una persona tonta.
Hasta el día de hoy recuerdo lo mucho que me dolió aquel pinchazo en el cuello.
Pero una semana después, volví a ser la chica activa que había sido siempre. Jugaba a la pelota con mi mejor amiga, Abby. Íbamos de compras y hablábamos de chicos, todo volvió a la normalidad, pero nada en el mundo podía ser perfecto durante demasiado tiempo.
Semanas después llegó la noticia del primer avistamiento de un zorro. El virus era algo lento en actuar, no era como en las películas, por lo que fue difícil contener a los primeros contagiados.
Fue un desastre y el mundo se convirtió en mierda.
Si, yo era la cura.
Si, el virus circulaba en mi cuerpo.
Si, yo era inmune a él.
Y si, habíamos descubierto que si yo mordía en la misma zona que un zorro había mordido, podía absorber de cierta manera por así decirlo, el veneno del  virus antes de que se instalara en el cuerpo.
Cuando papá fue mordido, no quiso que lo salvara porque decía que aquello levantaría sospechas si se sabía, prefirió morir guardando aquel secreto, además habían pasado unas cuantas horas y según él, eso podría tener un efecto no deseado o no tener ningún efecto, todo era nuevo con el virus.
Los científicos del viejo mundo no habían llegado a estudiarlo realmente.
Cuando Zack fue mordido, recuerdo nuestra pequeña discusión que terminó con un—Morirás de todas formas, al menos podemos probar mi teoría, Zacarías.
Zack accedió y me di cuenta que habíamos cometido un error.
Al verlo así, medio muerto medio vivo frente a mí, mi corazón se partía mientras mi alma se desgarraba.
—Lo siento—dije por lo bajo.
Él levantó su mano, con los cinco dedos extendidos y en un absurdo acto por intentar sentirlo y recordarlo como lo que era, levanté mi mano y la pegué a la suya.
—Hace esas cosas—dijo Otis parándose en el umbral de la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho—imita todo lo que los otros hacen.
—¿Qué han descubierto de él?—pregunté intentando que no se me quebrara la voz.
Los lindos recuerdos que conservaba de Zack, ahora serían opacados para toda la vida por la nueva imagen de él.
Morderlo había sido un error y me sentía una egoísta de mierda al pensar en porqué mierda mi teoría y prueba habían funcionado en aquel otro sujeto en la camilla y no en quien realmente me importaba.
Tanto esfuerzo me parecía en vano. Casi de manera inconsciente me llevé la mano a la cicatriz cubierta por la camiseta. Una cicatriz que no solo había dejado su marca física en mí, sino también una marca que llevaba quemada en la mente. Aquella noche, cuando un zorro me atrapó en el bosque, entré en pánico. Zacarías aún vivía, aún era mi compañero, pero los dos habíamos sido descuidados a la hora de circular por el bosque durante la noche, estábamos empecinados en llegar a la biblioteca Nacional y la opción de parar a descansar y ponernos a resguardo, no era demasiado tentadora. Fue así como terminamos rodeados de zorros y uno de ellos me mordió en el abdomen, una cicatriz que me marcaría de por vida y la cual me vería obligada a ocultar hasta que me muera. 
—Tenemos las filmaciones de aquel día—Otis salió de la habitación y me miró esperando que lo siguiese. Yo no quería dejar a Zack, no podía permitir que siguiera siendo una rata de laboratorio.
Dimitri parecía sumergido en sus pensamientos. Parecía perdido e incluso algo distante, aunque con todas las emociones que habíamos vivido los últimos días, no lo juzgué.
Volvimos a la zona de laboratorio y Otis buscó algo en la computadora, la pantalla enorme se encendió y mostró a una chica tirada en el suelo. El cabello cubría mi rostro y los recuerdos de aquel día me abrumaban. Horas después de morder a Zack, habíamos sido atrapados por el Ejército y cómo yo había intentado defenderme, un sujeto me había pegado con la culata de su arma en la cabeza y había perdido el conocimiento. La imagen era como la de los videos de Dimitri aquel día que fue atrapado por los rebeldes. Un soldado las había tomado con esa cámara que estaban obligados a llevar. Zack estaba de rodillas en el suelo, con las manos en alto y se notaba la pierna ensangrentada.
Un soldado vestido de negro, sin ninguna insignia en su uniforme le levantó la manga del pantalón y vio la doble mordida. Se miraron entre ellos y de repente le pegó una patada en la espalda que hizo que Zack se cayera hacia adelante. En el vídeo de aquel día, se veía cómo me miraba preocupado mientras yo yacía inconsciente en el suelo. Intentó tocar mi rostro con su mano pero un soldado se la pisó antes de que lo hiciera.
—Nos llevaremos a la chica—dijo el líder—matemos al infectado.
—¡No!—dijo con una desesperación notable—tengo información de Mendes—y dichas esas palabras todos bajaron sus armas y parecían realmente interesados en él  de repente—Si limpian la herida verán que son dos mordidas. Mendes me hizo la segunda, lo conocimos en un campamento. Sé dónde está.
Los soldados lo dudaron, pero sabían que debían confiar en él porque en el Nuevo Mundo, solo se hablaba de la cura y nadie sabía quién era el portador de ella. Mi padre se había esforzado tanto por ocultarnos que desde el principio había invertido dinero para que mis datos reales no estuviesen en ninguna base de datos y así fue como usurpé la identidad de mi mejor amiga Abigail Leiva, mi vecina y compañera de toda la vida.
—Aquí equipo uno. Tenemos un sujeto que dice tener información de Mendes.
No sé qué dijeron desde la base pero seguro fue la orden para subirlo al camión porque mientras lo arrastraban hacia el vehículo y él vio que un tipo intentaba levantarme del suelo, gritó fuerte y claro—Déjenla aquí. Solo conseguirán la información que quieren si ella se queda aquí.
Y eso hicieron, me dejaron tirada en aquella carretera y recuerdo que cuando desperté Zack ya no estaba conmigo. Entendí todo después de aquel vídeo, Zack me había protegido hasta el último momento, se había sacrificado por mí y había usado su última voluntad en salvarme la vida.
La siguiente escena en la pantalla era en lo que parecía una sala de interrogatorios. Zack estaba sentado frente a la cámara, su piel estaba extremadamente pálida y las venas habían comenzado a ponerse oscuras, parecía algo ido, no era el Zack que conocía. Sus muñecas iban esposadas y aquello me parecía innecesario, porque él parecía muerto.
—Han pasado veinticuatro horas desde que Zacarías Recalde fue recogido de la carretera. Según él, cuando fue recogido en la carretera habían pasado doce horas desde la mordida de un no vivo. Zacarías Recalde presenta síntomas como...—dejé de escuchar el audio del vídeo. El chico en la imagen no era el chico que yo había conocido y eso era mi culpa, porque yo lo había condenado a una muerte más lenta, yo lo había condenado a ser una rata de laboratorio, por mi culpa lo tenían encerrado en aquella habitación.
—Parece que su transformación es más lenta de lo normal, sospecho que por la segunda mordida dada por nuestro hombre, Mendes.
De repente Zack alzó la vista, y aunque parecía perdido dijo—Te quiero, Sam.
Eso terminó de destrozar mi corazón. Me puse de pie y corrí hacia la salida. Hice todo el camino a mi habitación corriendo como una loca, llorando como nunca había llorado en mi vida y cuando cerré la puerta detrás de mí, me dejé caer en el suelo abrazando mis propias piernas. El sollozo se tornó incontrolable y el pecho me dolía.
No era un error decir que todo lo que yo tocaba, se moría, se destruía. Aquel, evidentemente era mi don. Estaba maldita y ni siquiera el hecho de querer hacer una buena acción, me salía bien. Había mordido a Zack con la esperanza de que viviera, pero lo había condenado a una muerte eterna. Era un fracaso.
La puerta se abrió y Dimitri me miró, me limpié las lágrimas rápidamente, pero era tarde, él se sentó en el suelo junto a mí, cruzó su brazo por mis hombros y me atrajo hacia su cuerpo.
Esperó a que yo terminase de llorar, y eso fue mucho. Creo que estuvimos así casi una hora, sentí los ojos hinchados y los mocos me caían por la nariz. El corazón me volvió a latir con normalidad y el sollozo ya era más controlable, entonces él habló.
—El chico en el video—dijo con la voz queda—es el chico de tu foto.
No supe que decir, simplemente me puse de pie y lentamente caminé hacia la ventana. Afuera, el viento corría moviendo salvajemente las hojas de los árboles, incluso las chapas del techo de donde guardaban los vehículos se movían de arriba abajo, como si estuviesen a punto de salir volando.
Abruptamente Dimitri levantó mi camiseta y yo no lo aparté, no sabía bien como supo dónde estaba exactamente la cicatriz, pero le permití verla con sus propios ojos, después de pasarme los últimos años escondiéndola. 
—Eres la chica—dijo mirándome fijamente, con una intensidad que asustaba—eres la chica que mordió a ese loco ¿Verdad?
Había llegado lejos e incluso había recuperado las pocas esperanzas de encontrar a mi madre y a Maia, pero después de ver a Zacarías de aquella forma, mi mundo volvió a derrumbarse, lastimosamente, tanto esfuerzo de mi padre sería tirado por la borda y me asustaba pensar en que yo era una decepción para todos.
Ya no iba a correr, ya no iba a ocultarme, había vivido demasiado y ya no me quedaba nada por lo que luchar.
—Si—respondí cerrando los ojos y luego tragando con fuerza. Me mordí los labios hasta que sentí el sabor metálico mezclarse con mi saliva.
—¿El chico del vídeo es Mendes? ¿O sabes dónde está el verdadero?
Parecía confundido, esperanzado, pero algo perdido.
—No existe el chico Mendes, Di. Yo soy Mendes. Yo soy la cura.
Él parecía confundido. Realmente muy confundido. Dio unos cuantos pasos hacia atrás y pensé que tomaría su arma y me apuntaría con ella, pero en su lugar se dejó caer en la cama con los hombros hundidos y las manos arrastrando hacia atrás su cabello.
—Mendes era hombre—dijo sin más—tú no puedes ser Mendes.
—Soy Samantha Mendes, hija de Paulo Mendes y Analía Marmól. Tengo una hermana menor, se llama Maia y en este momento sí está viva debe tener dieciséis años. Soy la prueba de laboratorio que salió mal, soy la paciente cero.
Dimitri parecía no creerlo, o no querer creerlo, porque me miraba como si estuviese loca.
—Mi padre, Paulo Mendes, invirtió dinero para que mis datos fuesen alterados, por eso durante todos estos años ustedes buscaron a Samuel Mendes y no a Samantha Mendes. Creyeron que era hombre, porque así lo quiso mi padre e hizo un trabajo estupendo. No soy Abigail Leiva, esa chica era mi mejor amiga y yo solo usurpé su identidad.
Dimitri no dijo nada, pero pude ver como formó un Wuaw con los labios. Era algo de no creer, mi padre era un tipo sumamente inteligente, pero todo lo que hizo para mantenerme a salvo había sido una maravillosa jugada.
Había falsificado documentos, había pagado para que mis datos fuesen borrados, me había alejado de mi familia asegurándose de que mi mamá y mi hermana estuviesen en un lugar seguro, aunque nunca supe dónde estaban, se suponía que gracias al esmero de papá, estarían bien. Se había hecho cargo de mí todo lo que pudo en el Nuevo Mundo y me enseñó todo lo que necesitaba saber para mantenerme a salvo yo misma, sin necesidad de que alguien me acompañase.
Papá, había demostrado ser mucho más inteligente que el Ejército mismo y su único error, había sido usar un virus como cura para lo que yo tenía, ese mismo virus que meses más tarde alguien robaría y lo usaría para disminuir la población mundial.
Cuando mi padre se enteró de que su invento había sido robado, no lo pudo creer. Buscó a los culpables durante días pero no hubo caso. Ya era tarde, el virus había cruzado el océano y estaba haciendo estragos del otro lado del mundo.
—Podemos ocultarlo—dijo al fin y aquellas palabras fueron una real sorpresa para mí—podemos guardar el secreto entre nosotros y nadie más tiene que saberlo.
La esperanza sonaba en su voz y me abofeteaba con fuerza. Mientras que yo ya no creía en nada, él albergaba esperanza por los dos.
Papá me había ocultado, pero yo pensaba que quizás todo era un mero acto egoísta y que debía hacer algo por remediar la situación. Había arruinado a Zack y aquello no tenía perdón, pero sí me dejaba usar para la cura, su muerte no muerte quizás no sería en vano. Encontrarían la cura y el mundo se salvaría. Poco a poco volveríamos a ser lo que habíamos sido y hasta quizás, encontraría a mi madre y a mi hermana.
—No—dije con un hilo de voz. La noche comenzaba a caer y mientras el sol se perdía entre los árboles, la luna aparecía hermosa allá en lo alto—quizás este es mi destino. Quizás por esto te conocí, por esto estuvimos juntos. Quizás todo sucedió para que llegase a este lugar y puedan encontrar la cura.
Dimitri caminó con paso firme hacia mí y me tomó por los hombros, me sacudió un poco y me obligó a mirarlo—No voy a dejarte hacer eso. Tienes una madre y una hermana que de seguro te están buscando, piensa en eso.
—Dimitri.
—Escucha—dijo y bajó la mirada—no quiero perderte. Esto entre los dos es reciente, confuso y hasta a veces, molesto, pero desde que tú apareciste en mi vida, las cosas han cambiado y no puedo permitirte eso.
Me aparté mirándolo de mala manera. Él había sido el líder de una base militar durante mucho tiempo, sabía que buscaban a Samuel Mendes por todos los rincones de la tierra, había sido de los que salían a matar con tal de encontrar información. Y ahora, no quería dejarme actuar como debía porque según él, no quería perderme. Aquello me pareció una idiotez.
—No puedes impedir eso, Dimitri. Soy la cura. El mundo volverá a ser lo que era gracias a mí ¿No extrañas lo que éramos?
—¡No!—gritó con desespero—no extraño ni un poco el viejo mundo, porque tú no estabas en él.
Se abalanzó sobre mí y envolvió mi cuerpo con ambos brazos, hundiendo su cara en mi cuello. Ese simple acto me hizo replantear las cosas, pero la idea de que por mi culpa Zack yacía en aquella horrenda habitación, me quemaba la cabeza.
Tomé la mano de Dimitri y lo arrastré conmigo hacia la cama. Nos recostamos mirando hacia la ventana y mientras él envolvía mi cintura con su brazo derecho, yo trazaba círculos imaginarios sobre el dorso de su mano.
Sentía cosas por él, claro que sí, porque el virus me quitaba algunas partes humanas, pero no las suficientes como para no caer en las garras de un hombre. Dimitri se había comportado de una manera increíble conmigo, era atento y me había protegido más de una vez, me había salvado y yo estaría eternamente agradecida, pero tenía una misión, por primera vez en mucho tiempo tenía un propósito de vida y aquello era lo que llevaba tiempo buscando.
Nuestras respiraciones se sincronizaron y la noche estrellada cayó permitiéndonos apreciarla de mejor manera. El cuerpo de Di, se relajó detrás del mío y aproveché ese momento para salir a hurtadillas de la habitación y caminar hacia el laboratorio.
Tenía una hermana y una madre a las cuales buscar, en eso Dimitri tenía razón, pero no podía seguir anteponiendo mis propios intereses sobre el bienestar mundial. Ya no quería seguir siendo una egoísta, escondiéndome detrás de una identidad falsa, dejando que el mundo siguiera contaminándose con la mierda que una vez me había salvado la vida.
Sentado detrás de un escritorio, comiendo y tecleando algo en su computadora, estaba Adrián. Vi las imágenes que se reproducían en la pantalla y me pregunté cómo demonios hacía para comer mientras veía eso, supongo que en el Nuevo Mundo podías acostumbrarte a cualquier cosa.
Alzó la mirada y me vio con sus ojos abiertos de sorpresa.
—Abigail ¿Qué haces aquí?
—¿Cuánto tiempo llevan estudiando el virus?—pregunté sin más.
—Desde que todo comenzó.
—¿Han descubierto algo nuevo?
Él me miró con desconfianza y dejó su bandeja de comida sobre el escritorio, con mucha tranquilidad, se limpió la boca con una servilleta.
—No mucho. Con tantos años viviendo esto, el virus puede llegar a mutar y de ahí salen los sigilosos—apretó algo en su computadora, y en la pantalla pude ver lo que él llamaba como sigiloso. Eran los zorros que se encontraban por las noches, de esos que se preparaban muy bien antes de atacar, como si una parte de su cerebro aún estuviese viva.
Giré para ver otra de las grandes pantallas, donde se veía lo que parecían tomografías de cabeza. Me di cuenta de que habían estado estudiando mucho el cerebro, y albergué la esperanza estúpida de que hubiesen encontrado algo nuevo.
—Qué extraño es todo esto—dije más para mí misma, pero Adrián me escuchó y respondió.
—A decir verdad, no tanto. Nuestro cerebro funciona gracias a las neuronas, que son las que procesan todo lo sensorial proveniente del mundo exterior y del propio cuerpo, estas interconexiones son impulsos eléctricos del cerebro que controlan los recuerdos, el lenguaje, las emociones y nos convierte en humanos. Cuando una persona es mordida, las glándulas suprarrenales sufren una hemorragia interna y el cerebro se va apagando lentamente, de esa manera, órganos vitales del cuerpo dejan de funcionar y provocan la muerte de la persona.
Adrián hablaba con un entusiasmo que solo alguien como él podría entender. Aquello me parecía horrible, y entendí porque la gente sufría tanto antes de convertirse. No era por el dolor de la mordida, aunque claramente dolía como la puta madre, sino más bien porque sus órganos, cada uno de ellos, dejaban de funcionar y aquello debía ser sumamente doloroso.
—Después de la muerte, el virus reanima cierta parte del tronco encefálico y eso es lo que permite que el cuerpo que se creía muerto, vuelva a caminar. Pero es extraño lo que sucedió con el primer muchacho—se refería a Zack—porque él no actúa como un zorro normal. Lo hemos sometido a pruebas en las que los neurotransmisores dan ciertas señales pero no más que eso.
Era triste, Zack estaba medio muerto, medio vivo y yo no podía seguir ocultando la verdad. Sin decir una palabra, tomé la navaja que llevaba en el bolsillo trasero y me corté la palma de la mano, la sangre era roja, por supuesto, pero yo sabía que bajo la mirada de un microscopio, nada era normal
Adrián rápidamente caminó hacia mí con cara de preocupación—¿Qué demonios haces?—preguntó con las cejas fruncidas.
Le extendí la muestra y demoró en tomarla—Ten.
Sin entender mucho, la tomó, caminó hacia el microscopio y puso parte de mi muestra bajo la lente.
No sé bien cuanto demoró en analizarla, pero me pareció eterno. Cuando se incorporó, me miró con una mezcla de asombro y recelo.
—Soy...—dije, pero ni siquiera me dejó continuar.
—Llevamos tiempo esperándote—dijo con una falsa sonrisa de amabilidad.

El Nuevo Mundo (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora