Dimitri (II)

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Los disparos de mi equipo habían dejado de sonar, posiblemente ya estaban demasiado lejos.
A mí alrededor, sentía como mis hombres, los mismos que habían sido atacados por zorros, se ahogaban en su propia sangre. Me dolía el cuerpo y al pasar la mano por la pierna izquierda, pude sentir algo húmedo escurriéndose por mis dedos.
Estaba sangrando, no solo por la barra de metal en mi muslo, busqué mi linterna en el bolsillo de mis pantalones y al alumbrarme me di cuenta de que efectivamente, sin notarlo, tenía un rasguño. Tenía pocas horas, antes de que el virus hiciera efecto.
Tanteé mis bolsillos y encontré la vieja foto que siempre cargaba conmigo. Era Sam, aquel día que salimos en búsqueda de provisiones juntos, había encontrado una de esas Polaroid y tomé fotos de ese día que marcó un antes y un después en mi vida.
En la foto, ella sonreía de oreja a oreja, tenía su cabello cayendo a ambos lados de su rostro, en unas ondas muy naturales que se le habían formado, sus ojos tenían ese brillo magnífico que siempre tenían cuando me miraba. Era adorable.
Una puntada se hizo notar en mi pecho, quería verla una última vez, necesitaba decirle que la amaba, que aún deseaba pasar cada día de mi vida a su lado, aunque sabía que mi vida estaba terminando.
Necesitaba que supiera, que aunque había terminado con su amiga, nunca quise lastimarla, que eso pasó y ya.
Quería que supiera que ella siempre sería el amor de mi vida, la mujer que me marcó, la mujer que me hizo diferente.
Debía luchar para salir de allí, debía decirle todo lo que sentía antes de morir.
Esperé hasta que los zorros comenzaron a dispersarse, sigilosamente salí de mi escondite, arranqué la barra de mi pierna con dolor y agonía y me puse de pie con mucho cuidado. Apuñalé en la cabeza a cada zorro que estaba en el lugar y cuando creí que tenía un poco de ventaja tropecé y el tropezón hizo que la zona lastimada por la barra doliera horrores. Lancé un grito, dolió como la puta madre, las lágrimas llegaron a brotar de mis ojos, creí que no podría volver a moverme, pero me vi obligado a hacerlo cuando vi un par de pies bajando la escalera de emergencia. Un zorro que había escuchado mi grito, se apresuraba a encontrarme.
No recuerdo mucho, pero la duda existió ¿Que fue peor, clavarme la barra o sacármela? Ambas dolieron horrores y en ambos casos pensé que quedaría inconsciente.
Me costaba respirar, el dolor punzante en mi pierna era terrible, cada paso que daba era como volver a clavarme la barra, era una tortura.
Logré salir del edificio, pero en cuánto abrí la salida de emergencia, algo me golpeó la cabeza e hizo que cayera de espaldas al suelo. Todo me daba vueltas y lo siguiente fueron fragmentos que más tarde me costaría recordar.
—Quítale las armas.
—¿Lo dejaremos aquí?
—Volverán a buscarlo.
Pude ver por el rabillo del ojo que él muchacho que nos había metido en aquel lío, me miraba de lejos, se acercó poco a poco e intenté levantar mi brazo para sujetarlo, pero no llegué muy lejos.
—Deberíamos matarlo—dijo él mientras me arrancaba la chapa identificadora del cuello y se la guardaba en el bolsillo.
El rayo del sol era molesto, tan molesto que me obligaba a mantener los ojos cerrados.
—No. Merece convertirse en uno. Ya lo rasguñaron, en cuestión de horas andará por la calle como un zorro.
Escuché sus pasos alejarse y aunque quería levantarme y correr de vuelta a la comunidad, no podía moverme, el cuerpo me pesaba, fue entonces que caí en un profundo sueño.
Sam caminaba delante de mí, tomando mi mano con firmeza. El sol se ponía y su sonrisa se ensanchaba.
—Te dije que el atardecer es mejor—quería responderle pero no podía, las palabras no me salían de la boca. Ella se paró frente a mí, envolvió sus manos alrededor de mi cintura y alzó la vista para fijar sus ojos en los míos—vuelve a casa, Di.

—Te amo—dije y de aquella forma me desperté.
El sol seguía en lo alto, no tenía idea de cuánto tiempo había pasado pero un dolor punzante me carcomía la cabeza.
Tenía que decírselo personalmente. Debía pedirle perdón por haberla dejado de aquella forma, tragarme el orgullo y suplicarle que me perdonara.
Me senté, apoyando las manos en el suelo para buscar estabilidad. Todo me daba vueltas y en segundos vomité, dejando mis últimas comidas en el suelo.
Los rebeldes habían usado zorros para atraparnos, lo habían hecho bastante bien, ya que no habíamos ni sospechado de aquel muchacho que nos ofreció ayuda cuando los zorros nos rodearon la primera vez. Me preguntaba cómo habían hecho para meter tantos zorros de esa manera en el edificio, porque fácilmente podrían haber atrapado al chivo expiatorio y no lo hicieron.
Ya no tenía mis armas. No tenía mi mochila, no tenía provisiones y lo único que podía usar para defenderme, era los cuchillos que había colgado de mis piernas, Sam tenía razón, siempre había que estar preparado.
Subí por las escaleras de emergencia hacia el techo del edificio, no había zorros y tenía una vista espectacular del lugar. A lo lejos no veía las camionetas de la comunidad, así supe que se habían marchado.
Me dejé caer junto al muro de la azotea y revisé mi herida, era profunda, tan profunda que casi podía ver el interior de mi cuerpo. Dolía bastante y me preocupaba el comenzar a despertar síntomas estando solo.
Había zorros por toda la ciudad, pero recordaba que cerca, o relativamente cerca tenía uno de mis puntos de provisiones. No los había usado desde hacía años y estaba tan bien escondido que estaba casi seguro de que nadie más lo había encontrado antes.
No podía descansar, porque estando quieto me dormía y estando dormido no sabía si me podría despertar. No quería morir sin ver a Sam. Tenía tantas cosas por decirle y tan poco tiempo para hacerlo.
Apoyé mi mano en la pared, hice fuerza y me levanté poco a poco. El viento corría fuertemente, en poco tiempo comencé a tener dolor de oídos.
Toda la ciudad estaba construida sobre viejos pasadizos que se usaban en algún momento de la historia del país, ya sea para contrabando o para llevar mercadería de un lado al otro. Crucé al techo del otro edificio, e hice eso dos veces más, estaban tan pegados uno al otro que no me hacía falta saltar siquiera, solo levantar la pierna para cruzar y eso dolía bastante.
El sol comenzaba a caer, necesitaba llegar a aquel punto de provisiones antes del anochecer, de lo contrario quedaría sumergido en la noche peligrosa de la ciudad. Bajé por unas escaleras de emergencia bastante alejadas de las que había usado para subir, estaba a casi cien metros de donde aquellos tipos me habían dejado para morir.
Cada paso era una puntada, pero lo peor era esforzarme por subir o bajar escaleras, aunque tuve que usarlas forzadamente para sumergirme en esos pasadizos que me llevarían al punto fácilmente. Las alcantarillas eran un nido de ratas, el agua estaba podrida y eso no era muy bueno para mis heridas. Había sido mordido, me había clavado una barra metálica en el abdomen, y aquellos sujetos se habían tomado el trabajo de hacerme pequeños cortes en el cuerpo que no había notado hasta que comenzaron a arder.
—Solo por Sam—decía cada vez que tenía ganas de desistir y dejarme morir—solo por Sam.
Solo por Sam.
Anda hermanito, debes verla. Besarla y hacerla tuya.
Debes luchar porque aun te queda mucho por vivir.
Vive lo que no he podido vivir yo.
Pestañeé varias veces para sacarme la voz de Otis de la cabeza, justo a tiempo para apartar una rata que me subía por la pierna izquierda. Le pisé la cabeza en cuánto estuvo bajo mis pies.
Solo por Sam.

El Nuevo Mundo (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora