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Por unos instantes me permití sentir.
Pensé en mi padre y en Zack, y en cómo siendo la cura no pude ayudarlos para nada.
Ahora, el hombre que quería en el Nuevo Mundo, se estaba muriendo frente a mí, porque pronto sus órganos dejarían de funcionar y se convertiría en un zorro más.
No podía permitirlo, no podía dejar que Dimitri se convirtiera en un zorro, no sin intentar frenar el virus.
Tomé su brazo y él me miró, sus ojos reflejaban el miedo que sentía.
—Me bajará la presión. Comenzaré a sudar frío y quizás pierda la consciencia unos minutos. Pero no te preocupes, estaré bien—dije, sabiendo que eso no era lo único que sucedería, no mencioné que mi corazón se detendría unos cuantos segundos y quedaría realmente inconsciente, mi corazón se detendría igual que el de los zorros, pero quería que él estuviese al tanto antes de hacer lo que tenía pensado. Cada vez que absorbía la sangre contaminada de alguien, mi cuerpo rechazaba el virus mismo siendo portador de él, era como si ya tuviese demasiadas dosis de virus y no aceptara más. Mis venas se ponían negras, mi boca se secaba, me bajaba la temperatura mucho más de lo normal y sudaba frío. Perdía la consciencia cuando todo terminaba, pero me despertaba fresca como una lechuga minutos después.
—¿De qué hablas?—preguntó Di.
—No me mires—supliqué—por favor.
Él pareció entenderme. Cerró los ojos y esperó.
Yo tomé su brazo, llevé mi boca a la zona de su herida, y con algo de asco, ya que hacía pocos segundos un zorro había dejado su rastro allí, lo mordí con todas mis fuerzas y succioné su sangre. Dimitri se removió en su lugar, y supongo que no pudo contener la curiosidad, porque cuando alcé los ojos, me estaba mirando con los ojos abiertos de par en par. Intentó apartarse de mí, pero no lo dejé.
Succioné, quizás más de la cuenta pero en ocasiones me costaba parar porque poco a poco, la sangre comenzaba a tomar otro sabor.
Era un monstruo y lo sabía.
De repente me mareé, todo comenzó a dar vueltas y antes de que mis ojos se cerraran por completo, Dimitri sujetó mi cabeza y la apoyo en el suelo, lo último que vi fue su rostro de preocupación.

Cuando desperté, él estaba sentado a mi lado colocándose una venda sobre la herida. Ya se había limpiado por completo el brazo y agradecía que aquella mañana se hubiese colocado una camisa a cuadros, porque de esa manera ocultaría el vendaje al llegar a la comunidad. En cuanto vio que despertaba, dejó lo que hacía para ayudarme a levantar.
—¿Te encuentras bien, cielo?—preguntó mientras yo me negaba a mirarlo a los ojos. Me aparté de él y caminé hacia el baño, pasé por encima del cadáver de aquel maldito zorro y me miré en el espejo.
Mi piel estaba sumamente pálida y aún tenía unas cuantas venas oscuras que al parecer, se negaban a desaparecer. Siempre desaparecían, no me preocupaba, lo que me preocupaba era que Dimitri ahora conocía todo de mí.
Había conocido a la bestia que habitaba en mi interior, me había visto convertirme en monstruo y mismo así, se había quedado a mi lado, preocupado por mí.
Pasé las manos por mi rostro, siguiendo las líneas oscuras que se habían dibujado en él. Odiaba ser así, pero si esto le había salvado la vida a Dimitri, estaría agradecida por el resto de mi vida.
—Hay que esperar seis o doce horas. Pasado ese tiempo, sino te has convertido aún, significa que lo que hice tuvo efecto en ti—él asintió—pero no podemos quedarnos aquí. Debemos irnos.
Tomamos todas nuestras cosas, e incluso lo vi guardando la cámara de fotos en su mochila. Cuando salimos, corrimos hacia los caballos que estaban comiendo el poco pasto que había crecido por las grietas del asfalto.
El camino a la comunidad fue mucho más corto que de ida, apenas llegamos, le entregué todo a mi madre, dejamos los caballos y nos dirigimos hacia nuestra casa.
Me aseguré de que Dante no estuviese y le dije a Dani que le tocaba a ella encargarse esa noche, porque no me sentía muy bien gracias a un falso dolor de cabeza, ella entendió.
Cerré todas, absolutamente todas las cortinas de la casa y luego de ayudar a Dimitri a bañarse y desinfectar la herida, nos recostamos en la cama.
Aquella noche, no podría dormir, creí que ninguno de los dos lo haría pero Di se quedó dormido casi al instante en el que se acostó.
Controlé su temperatura por largas horas y aunque los ojos me pesaban no me permití dormir. Bajé a la cocina para prepararme algo de café y me llevé a la habitación un termo con ese líquido. Me senté en el pequeño sillón que teníamos en un rincón de la habitación y abracé mis piernas.
Me permití llorar.
Lloré desconsoladamente ante la idea de perder a Dimitri.
Quizás nunca se lo había dicho y me atemorizaba que se muriera sin saberlo, pero en ese tiempo que compartimos, él se había convertido en alguien sumamente especial y llegué a quererlo como no había querido a nadie.
Aquella noche, en nuestra habitación, mientras controlaba su fiebre, sus pulsaciones y me aseguraba de que su corazón latía con normalidad, me di cuenta de lo mucho que me importaba ese hombre que me había encontrado siendo una roñosa que corría por el bosque.
Dios, por favor. No me lo quites a él también.
Recé, como hacía mucho tiempo no hacía, a pesar de que a lo largo de los años había cuestionado aquella fe. Supongo que en los momentos decisivos, el ser humano necesita aferrarse a algo mayor en lo que creer, así, deposita su fe en eso y se libera de la presión sobre sus hombros.
Nos saltamos la reunión en el consejo con mi madre y no le abrí la puerta cuando se pasó por la casa, suponía que por la mañana me haría cargo de mi falta pero en ese momento, lo único que me importaba era Dimitri.
Al llegar a la medianoche, él comenzó a toser, me apresuré a tomar un recipiente para que pudiese escupir, ya que de su boca largaba sangre.
Su temperatura comenzó a subir y su piel se puso realmente pálida.
El miedo corría por mi cuerpo.
No tuve elección, cuando vi que Dimitri no paraba de escupir sangre y al parecer estaba algo inconsciente, salí corriendo de la casa y me dirigí a la casa de Diego.
Él era el único en el que podía confiar algo como aquello, había sido el creador de todo junto con papá y me habían usado como rata de laboratorio para lo que ellos pensaron que era la cura de mi enfermedad y terminó siendo el virus para toda la humanidad.
Las luces de la habitación de arriba estaban encendidas, pero la planta baja estaba completamente a oscuras. Golpeé su puerta y esperé, pero él no bajaba a abrirme, por lo que volví a golpear con más fuerza y más.
El cuerpo me temblaba y no sabía si era por la noche fría o por los nervios que toda aquella situación me daba. Había dejado a Dimitri solo en la casa y nada me aseguraba que al volver no estuviese convertido en zorro, ya comenzaba a cumplirse el plazo de contagio.
Golpeé con más fuerza y mi mano se detuvo en el aire cuando la puerta se abrió y un Diego medio dormido, que se fregaba los ojos, me miró de arriba abajo con extrañeza.
—¿Sammy? ¿Todo bien, cielo? ¿Qué haces aquí? Son las dos de la mañana.
—Necesito tu ayuda—sentencié con nerviosismo.
Él se ató la bata a la cintura y me siguió corriendo por la comunidad en pantuflas.
Dimitri había manchado las sábanas con sangre y tenía sangre seca en la comisura de sus labios. En cuánto me vio, intentó sonreír pero acabó vomitando en el suelo, a un lado de la cama.
—¿Qué sucede?—preguntó Diego en estado de alerta—Sammy, no me digas que...
—Si—confesé—mi madre nos encomendó una misión. Lo mordieron, pero lo mordí después. Se supone que no debería estar así—comenzaba a morderme las uñas. Quería estar bien para ayudar a Di, pero el nerviosismo me estaba jugando una mala pasada.
Me acerqué a Dimitri y limpié su rostro con un paño húmedo que había dejado en un recipiente junto a su cama. Estaba sudando como si hubiese corrido una maratón y aquello no era buena señal.
—Pero Sam, nunca confirmamos la teoría de Paulo. Eso era solo un supuesto de él, ni siquiera sabemos si...—Dimitri volvió a vomitar—tú madre va a matarte si se entera que trajiste un infectado aquí.
—No está infectado—dije pero la duda sonó en mi voz—escucha, cuando estuve sola, luego de la muerte de mi padre y la desaparición de Zack, conocí a un padre y a su hija, el tipo fue mordido por un zorro y yo lo mordí, Diego. Yo lo mordí y él está vivo, es decir, lo vi cuando estuvimos en la base principal.
Diego abrió los ojos con sorpresa, claro que era algo increíble y difícilmente pensaría en que estaba en lo cierto. Pero era así, yo lo sabía. Si aquel sujeto había sobrevivido ¿Por qué no lo haría Dimitri también?
—Tenemos que llevarlo a casa—dijo—hay que vestirlo, nadie puede ver la herida.
Diego me ayudó y por toda la vida estaré agradecida por lo que hizo esa noche.
Vestimos a Dimitri con una camiseta, una camisa mangas largas y una sudadera, lo cargamos escaleras abajo y eso nos costó bastante, ya que él no nos ayudaba en nada por estar algo inconsciente y sin fuerzas. El problema fue caminar los casi doscientos metros hacia la casa de Diego, la comunidad estaba en silencio y el mínimo movimiento o sonido extraño sería tema de debate mañana por la mañana.
Al llegar a la casa de Diego, él abrió la puerta de su oficina, al parecer atendía personas allí porque tenía una camilla y parecía más la sala de un hospital que un escritorio.
Sabía que Diego era uno de los dos médicos que tenía la comunidad, sin contar a Ezra que aún se recuperaba, sabía que la gente lo buscaba constantemente si alguien se sentía mal y yo fui una de ellas esa noche.
Recostamos a Dimitri en la camilla e inmediatamente comenzó los preparativos para las curaciones. Le quitó la ropa y la arrojó al suelo, tendría que lavarla en la casa a escondidas por la mañana y rezar porque las manchas de sangre salieran de la tela.
Preparó el suero y pinchó su vena, Dimitri abrió los ojos y me miró un instante.
—No me dejes—dijo casi en tono de súplica.
Tomé su mano y le di un apretón—Nunca, nunca—respondí.
—Debemos rezar para que este muchacho no se convierta esta noche en un zorro—dijo Diego mientras inspeccionaba la herida. Si la mirabas de cerca, era horrible, incluso sentí culpa por haberlo mordido de aquella forma y no podía sacarme de la cabeza la mirada que él me echó mientras lo hacía. Sabía que después de aquel día, todo cambiaría entre nosotros. Había visto esa mirada antes, en Zack, aquel día que lo mordí con la esperanza de que viviera y terminé convirtiéndolo en un zorro medio vivo.
¿Dimitri terminaría igual? ¿O correría la suerte del padre de Lidia?
Me quedé sentada a su lado, tomé su mano y la entrelacé con la mía. Las horas corrían y tanto Diego como yo sabíamos que era un riesgo tener a Di dentro de la casa, dentro de la comunidad y que si mi madre se enteraba de que yo había metido a un posible infectado, de seguro me mataría, bueno, no de forma literal.
Los ojos comenzaron a pesarme, el cansancio y el estrés de aquel día estaban pasándome facturas. Di parecía dormido, por fin había dejado de vomitar y ya ni siquiera tosía, los medicamentos que Diego le había dado parecían tener efecto.
Solo cinco minutos.
Mis ojos se cerraron y caí en un profundo sueño.

El Nuevo Mundo (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora