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—Debes cuidarla, Zack—dijo papá mientras la sangre brotaba de su boca.
—Eso haré—dijo Zacarías aferrándose a su mano. Papá le dio un apretón con lo que le quedaba de sus fuerzas.
—Debes protegerla con tu vida. Prométeme que no la encontraran—Zack, con sus hermosos ojos oscuros, miró a mi padre y dejó escapar una lágrima. Había sido su mentor, su guía en el camino de la ciencia, había sido quien a pesar de lo que los demás decían, vio el potencial en aquel joven inexperto.
—Se lo prometo—dijo intentando sonar firme, aunque noté como la voz se le quebraba. Papá tosió y Zack se apartó bruscamente para que la sangre no le llegara. Papá llevaba tres horas infectado, las opciones que tenía en mente no eran de su agrado. Un zorro había mordido su pierna izquierda y aunque la idea de amputarlo había pasado por mi cabeza, debía ser realista, no teníamos como y tampoco sabíamos hacerlo. La otra opción, era una prueba científica en medio de un apocalipsis zombi y papá no tenía ánimos para aquello. Él me miró, con la dulzura que lo hizo toda la vida, con ese amor que traspasaba barreras, con ese valor que lo había obligado a hacer lo que hizo por mí. Papá lo era todo en el mundo nuevo y yo lo estaba perdiendo. Zack se apartó y me cedió su lugar, yo me acerqué temerosa, me puse de rodillas junto a él y su mano ensangrentada tomó la mía.
—Cariño...—comenzó a decir entrecortadamente.
—No—respondí yo porque sabía lo que sucedería a continuación. Aquella seria nuestra despedida para siempre. Mi padre moriría en el medio del bosque, en una ciudad que no era la nuestra, rodeado de algún que otro cadáver. Yo no podría darle un entierro digno y sus cenizas jamás me acompañarían. Mi corazón iba a romperse.
—Debes ser fuerte. El mundo ya no es cómo lo conocíamos y las personas harán cualquier cosa por conseguir lo que quieren y eso incluye matarte. Yo no estaré para evitarlo y probablemente, llegado el momento Zack tampoco. No te ofendas, Zacarías—los tres reímos—pero eres más fuerte de lo que imaginas. Aún recuerdo cuando nadie creía que sobrevivirías—recordaba esa época. Habían sido tiempos oscuros, ya que me pasaba el día encerrada en una habitación a la que únicamente tenía acceso mi padre, y no entraba de manera común y corriente, y si con un traje de protección. Todos los días, me sometían a una prueba nueva y todos los días fracasaban, hasta que llegó la salvación y me convirtió en un monstruo.
—Sabes las reglas—dijo esperando que las repitiera.
Utilicé mis dedos para ir contándolas y no olvidarme de ninguna—No usar  mi nombre real. No hablar de mi vida personal. Mantener mi mentira. No quedarme demasiado tiempo en un mismo lugar. No dejar que los demás vean lo que realmente soy—no estaba demasiado de acuerdo con aquella última, ya que me había dado cuenta que en los últimos años, varias veces nos habíamos enfrentado a situaciones en las que yo podría haber sido demasiado útil pero papá lo había impedido—no las busques—mencioné la última regla.
—Esa es mi niña—sonrío con orgullo. Acarició mi mejilla y no me importó que me manchara con su sangre—manténganse a salvo—dijo—y que su muerta sea rápida.
—Te amo, papá—sujeté su mano con firmeza, mientras su cuerpo se tensaba poco a poco y luego comenzaba a dar movimientos involuntarios. Su corazón se detuvo, lo supe cuando llevé mi mano libre a su cuello para tomarle el pulso. Sus ojos estaban cerrados y permanecieron así al menos un minuto, hasta que se abrieron y sus ojos negros se habían convertido en blancos.
—Abby...—dijo en tono de advertencia Zack, pero no respondí—Abby, sal de ahí.
Pero permanecí en mi lugar mientras la versión nueva y medio muerta de mi padre se ponía de pie listo para atacarme. El disparo que le voló los sesos fue ensordecedor pero me hizo reaccionar.

Estaba en mi cama, en la base militar, rodeada de soldados que dormían. Me incorporé en mi lugar, puse los pies en el suelo y me calcé las botas. Podía sentir dolor al caminar y se debía al arañazo que había recibido de un zorro aquel día en el centro comercial, pensé que Dimitri lo había notado, pero de ser así, no había mencionado nada.
A hurtadillas, salí de mi habitación y me escabullí por los pasillos, rogando que sea el turno de Lucas de supervisar, que esté demasiado ocupado espiando a alguna pareja o que simplemente se hubiese dormido.
Había dejado el lente del rastreador junto a mi cama, porque si me lo colocaba no solo me mostraría las frecuencias de calor, sino que también enviaría una señal a registros de que estaba fuera de mi habitación.
Tomé las escaleras de incendio y subí al último piso, no era la primera vez que lo hacía pero comenzaba a desear que fuese la última. Tenía que encontrar la manera de salir de aquel lugar.
Abrí la puerta de la azotea y el viento me golpeó con fuerza. Me asusté al ver una silueta frente a mí, llevaba pantalones de chándal y una campera Adidas deportiva, volteó a verme y pensé que eso sería motivo suficiente para echarme. En su lugar, Dimitri medio que sonrío y luego volvió los ojos al frente.
—Es una linda noche—explicó—sería una lástima desperdiciarla dentro ¿No crees?
—Bueno—me acerqué a él lentamente y quedamos cuerpo a cuerpo—si mi supervisor se entera va a matarme.
Él lanzó una carcajada que resonó en la oscuridad, era precioso cuando lo hacía.
Miré hacia abajo y tuve un panorama mucho mejor que el que había tenido desde el piso de su oficina, desde allí podías ver todos los puestos de vigilancia, a todos los soldados en sus puestos, a una docena de perros caminando tranquilamente de un lado al otro. Solo bastaba moverse un poco y ya estaba.
A lo lejos, en el centro de la ciudad a unos cuantos kilómetros de nosotros, vi un foco de incendio y al parecer Dimitri también lo notó, porque dijo—Mañana enviaremos a los equipos a revisar. De seguro hay civiles—sonó confiado. Yo esperaba que tuviese razón, pero también esperaba que fuesen civiles que necesitasen ayuda y no unos cuantos rebeldes y sus emboscadas nuevamente.
Giré para mirarlo, y al verlo tan lindo y perfecto, con esa barba de un par de días y ojeras marcadas, me sentí culpable al pensar en Zack, pero llevaba tanto tiempo sola que era normal, supuse. Él lo notó, porque también giró, aunque dejó parte de su cuerpo apoyado en el muro de la azotea, estiró su mano para meter un mechón de mi cabello detrás de la oreja y me estremecí.
Las últimas semanas, había aprovechado al máximo las funciones de la base. Desde que había salvado a Di, a pesar de que él me había salvado más de una vez, todo había sido diferente. Todos me respetaban y podía acudir al improvisado salón de belleza todas las veces que quisiera, con Dani íbamos los fines de semana. Al principio me mostraba reacia a  disfrutar de aquello, porque en el mundo real la gente no se preocupaba por si ibas depilada o no, pero trabajaba la autoestima y la salud mental, y lo último era crucial en los días que manejábamos. A veces, era lindo volver a sentirse mujer.
Ambos permanecimos en silencio aquella noche estrellada. Contemplamos el cielo, una de las pocas cosas que quedaban del viejo mundo y desde que todo había comenzado, a pesar de lo malo que había sido el final de los tiempos, si alzabas la vista podías ver cada una de las estrellas y aquello era mágico.

El Nuevo Mundo (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora