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El silencio aturdía.
Habíamos pasado la noche entera temblando a causa del frío y me maldije por no haber previsto eso. El invierno se acercaba y aunque eso traía buenas noticias, era complicado cruzar los muros con el frío, ya que para las misiones que tomaban más de un día, siempre debías salir con las provisiones necesarias y aquel día, Ezra y yo cometimos un error de principiantes.
Subí el cierre de mi chaqueta hasta arriba, me coloqué la gorra de Di sobre la cabeza y caminamos en dirección a la ciudad.
El silencio aturdía.
El silencio, aturdía.
Aquello sólo me ponía en estado de alerta, porque en el Nuevo Mundo, siempre se oía algo, sino era un zorro comiéndose a alguien, era un pájaro cantando en lo alto de un árbol o las hojas moviéndose al compás del viento.
Sino era el ruido de la naturaleza, era el ruido de los humanos que insistían en luchar contra la madre tierra.
Pero aquella mañana, no se escuchaba nada. Absolutamente nada.
En el viejo mundo se decía que la naturaleza en algún momento tomaría lo que le pertenecía, haciendo que el ser humano se arrepintiera por contaminar todo a través de los años y era verdad.
La ciudad que alguna vez estuvo llena de luces y caminos prolijamente asfaltados, ahora no era más que un montón de pastizales verdosos y frondosos, que eran el escondite perfecto para los animales salvajes que ahora reinaban en el lugar o al menos reinaban hasta qué algún zorro los atrapaba y los devoraba.
La ciudad que nunca dormía, ahora descansaba plácidamente, como si supiera que nadie la volvería a molestar.
—¿No es extraño?—pregunté y Ezra me miró confundido—No se sienten ruidos. Nada de ruidos.
Él se encogió de hombros, parecía algo molesto y creía que era debido a que la noche anterior habíamos estado tan cerca y a la vez tan lejos.
Pero él jamás confesaría que era lo que lo tenía así, prefería guardarse sus sentimientos y me parecía perfecto, ya que de esa manera evitaba que la gente lo lastimara.
—Hay días y días. Hay veces que el mundo nuevo se toma un descanso—dijo él, pero en cuánto lo dijo sentimos el sonido de un disparo.
Eso nos puso en alerta. Nos agachamos cubriendo nuestras propias cabezas y corrí siguiéndolo porque él era quien conocía a la perfección el camino.
Los disparos no cesaron, al contrario, parecían aumentar, lo que me dejó en claro qué no era una sola persona jalando del gatillo, sino que eran varias. Estábamos rodeados y aquello no podía ser peor.
Nos escondimos en un callejón, pensé que nos quedaríamos allí, pero Ezra levantó una tapa en el suelo y dijo—Anda, Sam. Baja.
Sin dudarlo hice lo que me dijo, me metí y bajé las escaleras, él hizo lo mismo inmediatamente y corrió la tapa para volver a ponerla en su lugar. Nos quedamos allí unos segundos y vimos el momento exacto en el que dos sujetos pasaban corriendo.
—¡Se fueron!—gritó uno y seguido a ello escuché un gritó de frustración.
Al bajar, me di cuenta que estábamos metidos en el desagüe de la ciudad, olía a mierda y era horrible.
Arrugué la nariz y el olor era tan fuerte que me produjo arcadas, casi terminé vomitando mi última comida y eso me recordó que hacía casi un día que no comíamos nada y que si seguíamos así, podíamos terminar muy mal.
Estábamos atrapados en la ciudad, rodeados de rebeldes, soldados o lo que sea que estaba arriba nuestro. No teníamos mucha comida más que algunas barras de granola caseras que Susana me había regalado. Dos botellas de agua, de las cuales ya nos habíamos bebido la mitad y nuestras armas lamentablemente no eran mucho en comparación a lo que los otros tenían.
Miré a Ezra, tenía unos cuantos raspones en el rostro y la ropa rasgada, algunas manchas de sangre y parecía cansado de la vida. De repente los ojos se me llenaron de lágrimas, un nudo se me formó en la garganta y no supe qué hacer más que largarme a sollozar, cubriendo mi rostro con ambas manos.
—Ey—dijo Ezra acercándose—ey, Sam ¿Qué sucede? ¿Por qué lloras?
Intentó quitarme las manos del rostro pero no se lo permití, entonces en su lugar me rodeó con sus brazos, dándome un cálido abrazo que me reinició la vida. Hundí mi cabeza en su pecho, aferrándome a sus hombros y suavemente le dije—Lo lamento. Lamento haberte traído, obligado a venir, lamento mucho que hayas dejado la tranquilidad de la comunidad por mí.
Él me obligó a mirarlo, tenía una encantadora sonrisa dibujada en el rostro, metió un mechón de cabello detrás de mí oreja y me acomodó la gorra, mirándola fijamente como si la conociese, luego me miró a los ojos—Sam, hice esto porque quise. Te prometo que volveremos sanos y salvos a la comunidad, con todo lo que necesitas para Dimitri—aquello fue un golpe bajo, quizás ni siquiera se dio cuenta.
Quería quererlo, porque sabía que eso era lo mejor para mí, quería sentir por Ezra lo que sentía por Dimitri pero no podía.
Él limpió las lágrimas de mi rostro y me miró con dulzura, tomó mi mano y volvió a hablar—Vamos, conozco un atajo.
—¿Ese atajo incluye pisar mierda?
Él lanzó una carcajada, yo lo seguí.
Estaba agradecida por tenerlo conmigo, pero no lo merecía.

El Nuevo Mundo (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora