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Maia estaba preocupada y no dejaba de caminar de un lado al otro en la sala.
Las comunicaciones con los grupos se habían perdido hacía horas, luego de que en medio de una llamada por radio se hubiesen escuchado gritos y la voz de Dylan diciendo—Nos atraparon.
Toda la comunidad estaba en velo por ellos, la gente de la iglesia se juntaba a rezar todas las mañanas y las noches. Los niños ya no jugaban y las mujeres ya no se juntaban a chismosear.
Había visto a un grupo de mujeres acompañando a la dolida Abigail en el comedor común y por primera vez en mucho tiempo, pude decir que acompañaba su dolor.
No solo me preocupaban Dani y Dylan, sino también Dimitri.
Llevaban cuarenta y ocho horas fuera, veinticuatro horas perdidos, lo que en el Nuevo Mundo, rodeado de muertos, aquello podría significar la propia muerte. Yo ya me estaba preparando para el trabajo en oficina en el que debería llenar planillas y poner un sello enorme en carpetas marrones, que dijese: Desaparecido en acción.
Las esposas de los voluntarios, se acercaban a cada hora al consejo para averiguar si había novedades, y la señora Susana estaba harta de aquello, por lo que echó a unas cuantas cuando quisieron preguntar de nuevo, no era muy empática que digamos.
Me tocaba intentar consolar a mi hermana por la pérdida de su enamorado, a Dante por la pérdida de su hermano, a mi madre por la pérdida de su equipo y por las noches, cuando nadie me veía o escuchaba, a mí misma, por la pérdida de mi amor fallido y mis amigos.
Una nueva noche desapareció, un nuevo día amaneció y seguíamos sin noticias de ellos. Era una misión que como mucho tomaría día y medio, pero cuando nos quisimos dar cuenta, ya llevaban setenta y dos horas fuera, lo que para nosotros, sin señales de vida, sin novedades, sin nada, eran muertes aseguradas.
—Lo sabía—dijo mamá con un tono de preocupación que no solía dejar a la vista frente a sus hombres—sabía que era una misión suicida, pero ellos estaban seguros de que podrían hacerlo.
—Mamá, aún no sabemos si están muertos. Posiblemente hayan perdido los vehículos y les cueste volver—aquella era la solución que yo había inventado en mi cabeza. Sabía que no era muy posible, pero me gustaba pensar eso mientras me arrancaba los pellejos de piel de las uñas con la boca.
—Sam, tú estuviste afuera. Sabes lo que significa llevar tanto tiempo desaparecido. Entregué mis mejores hombres en esta misión—mamá parecía más frustrada que preocupada—y ahora los he perdido.
No podía soportar escucharla ni un rato más, pero fue entonces cuando por la ventana de la resistencia, vi que la puerta enorme de entrada se abrió y las mujeres que estaban haciendo vigilia se abalanzaron hacia sus esposos.
Corrí todo lo rápido que pude y llegué a tiempo para ver a Dani y Dylan pasar el umbral. No sé quién cargaba a quien, pero me arrojé sobre ellos y los abracé con todas mis fuerzas, llevaban las ropas rasgadas y manchadas con sangre, aunque parecían ilesos.
—Fue un desastre—dijo Dani y parecía a punto de desplomarse en el suelo.
—¡Traigan agua!—grité e inmediatamente varios hombres y mujeres corrieron para socorrer a los recién llegados.
Ayudé a Dani y a Dylan a beber y cuando alcé los ojos vi a mi hermana que parecía analizar cada rostro que veía sentado en el suelo, cargado de cansancio.
—¡¿Dylan?!—gritó con el miedo de quien no espera una respuesta.
—¡Aquí!—respondió con algo de emoción él. Ella corrió a su encuentro y aquel abrazo permanecerá guardado en mi memoria. Permanecieron unidos unos largos segundos, mientras ambos lloraban de felicidad. De repente él la apartó un poco, se puso de rodillas con dificultad y extendió la cajita negra hacia ella, que se la quedó mirando realmente sorprendida—Maia Melina Mendes—comenzó diciendo—eres la mujer que me completa, que me hace feliz y mientras estaba allí fuera, luchando por mi vida contra los vivos y los muertos, no podía dejar de pensar en cuanto deseaba ver tu rostro una vez más.
—Dylan...—dijo ella haciendo un puchero que me resultó cómico y tierno a la vez.
—Somos jóvenes y quizás en el viejo mundo ninguno de los dos hubiese pensado en casarse tan pronto. Pero estoy realmente enamorado de ti y no quiero pasarme ni un día más sin llamarte mi esposa ¿Quieres casarte conmigo?—todo a nuestro alrededor era silencio, todos contemplaban aquella bella escena que parecía sacada de una película de amor. Yo estaba a punto de derretirme ante tanto afecto.
Las lágrimas amenazaban con salir y fue entonces cuando en medio de tanto alboroto, alcé los ojos y me encontré con Abigail recorriendo las filas de recién llegados accidentados. Ella parecía preocupada, se mezclaba entre la gente y miraba fijamente a esos hombres que parecían perdidos, como si hubiesen vivido una gran batalla antes de llegar.
—¿Dónde está Dimitri?—le pregunté a mis amigos. Dylan dejó de mirar a mi hermana, miró a Dani y esta evitó mirarme, posando su vista en el suelo—No—dije cuando asimilé lo que sucedía gracias a sus caras de lastima—No es posible.
Comencé a dar pasos hacia atrás y ellos inmediatamente se pusieron de pie e intentaron tranquilizar los nervios que aún no era visibles del todo.
—Lo intentamos, Sam—dijo Dani.
—Hicimos todo lo posible por ayudarlo, pero nos atraparon y...
—¡No!—grité y eso hizo que todas las miradas a nuestro alrededor se fijaran en mí—¡Díganme que no es verdad!
Ariel se apareció a mi lado, él también había ido a la misión pero no estaba preocupada por él, ni por ninguno de los que me rodeaban, el tipo que me preocupaba había quedado del otro lado de los muros y aquello era devastador.
—Nos atraparon, Sam—dijo Ariel—nos cruzamos con rebeldes y luego quedamos atrapados en un edificio que estaba lleno de zorros. No lo sabíamos.
Dani se echó a llorar y me contó toda la historia. Quise culparla, pero no podía.
Se habían cruzado con un grupo de rebeldes, por los cuales quedaron atrapados en un edificio que en su momento fue considerado muy moderno. Un edificio alto, con muchos pisos y departamentos que nunca habían sido registrados ni por el Ejército, ni por los rebeldes, ni por la resistencia. Era una fosa de la muerte, pero entiendo que se hubiesen metido allí ya que era la única salida en aquel momento, ya que no solo estaban rodeados por los rebeldes, quienes buscaban atraparlos, sino también por los zorros que rodeaban todo el centro de la ciudad. Solo de imaginarme aquella escena se me contraía el corazón.
Habían bajado a los subsuelos, donde no solo tenían la esperanza de encontrar combustibles para los coches, sino que estarían fuera del radar de los rebeldes, pero fue entonces que todo se descontroló. Los pisos que ellos no revisaron, en un mero acto de negligencia, estaban repletos de zorros, que al escuchar los disparos de los rebeldes, se despertaron y bajaron piso por piso.
Dani dijo recordar la cara de Dimitri cuando se sintieron acorralados, también recordaba a la perfección que él la ayudó a salir del lugar luego de que se cayera y torciera su pie. Fue entonces cuando Ariel vio la salida, pero no todos alcanzaron a saltar por la ventana y cuando Dani lo hizo gracias a que Di la ayudó a saltar, vio el momento justo en el que un zorro lo jalaba por las piernas a él. Los gritos de Dimitri, se fundieron con los gritos de todos los demás que quedaron atrapados en aquel lugar, pero según ellos no se dio por vencido tan fácilmente, porque disparó hasta su última bala. Lo habían perdido en el edificio junto al Congreso, un edificio que en el viejo mundo era lugar de reuniones de las grandes empresas.
—¡Vete de aquí!—repitió Dani recordando las últimas palabras de Di. Ella lloraba sin consuelo, mientras Dylan y Ariel asentía a todo lo que me contaba.
—Pero puede estar vivo—intentaba convencerme pero sabía que no era lo mejor—quizás logró escapar.
Ellos se miraron unos a otros y fue Dylan quien habló—No lo creo, Sam. El lugar estaba repleto de zorros, sería un milagro que hubiese podido salir de allí.
Me tragué el nudo que se me formaba en la garganta, apreté los puños porque estaba realmente enfadada con ellos, no entendía cómo pudieron dejarlo solo en aquel infierno y claro que los culparía por su muerte. Pero en el fondo, todo era culpa de Dimitri, él había elegido seguir siendo parte de todo aquello, él quiso seguir cruzando los muros, cuando pudo dedicarse a otra cosa dentro de la comunidad.
Vi a Abigail llorando mientras un voluntario herido hablaba con ella, estaba sentada en el cordón de la vereda, cubriéndose los ojos y temblando. Cuando alzó los ojos y me vio, pude ver que compartíamos aquel sentimiento, aquel dolor.
—Voy a encontrarlo—dije fuerte y claro para que no solo mis amigos me oyeran, sino también ella. No me importaba lo que había sucedido entre nosotros, tampoco me importaba que hubiesen estado juntos todo un año, yo solo quería traer de vuelta a Di, así fuese en una bolsa negra. Pero él merecía ser sepultado como los nuestros, enterrado en el cementerio de la comunidad, donde todos los que lo queríamos pudiésemos visitarlo siempre que quisiéramos.
Me puse de pie y caminé hacia la resistencia, ellos me siguieron de cerca, incluso Ariel intentó detenerme sujetándome fuertemente de la muñeca y obligándome a voltear. Yo tomé rápidamente la navaja que siempre llevaba en mi bolsillo y la apoyé sobre su garganta. No pretendía lastimarlo, pero pude ver la sorpresa en sus ojos.
—No te metas en mi camino, Ariel.
—Sam ¿Qué vas a hacer? ¿Buscar el cadáver de Dimitri? ¿Sola?—Maia parecía nerviosa y lamentaba haber arruinado de aquella manera su día especial, pero al parecer, si yo no hacía algo, nadie más lo haría y quizás, solo quizás, Dimitri estuviese sufriendo por ahí, mal herido y solo. Quería mantener esa esperanza. Con el tiempo, había demostrado ser valiente, fuerte y eficaz.
Quería mantener la esperanza de que lo encontraría vivo, quizás un poco herido, pero nada de más.
Pero no podía quitarme de la cabeza las imágenes de zorros comiéndose su carne y aquello me ponía los pelos de punta.
Me metí en el edificio de la resistencia, pasando junto a mi madre quien vio como los demás me seguían y comenzó a seguirme también. Me metí en la armería, y sin esperar que el tipo nuevo me diera permiso, comencé a tomar las armas que me llevaría conmigo aquella noche y esta vez fue mi madre quien se interpuso en mi camino, quitándome las armas de las manos. Forcejeamos un rato.
—¿Qué demonios crees que haces?
—Dejaron a Dimitri—dije y aunque no lo pensaba del todo, quería que los que habían sido sus compañeros y lo habían dejado tirado, sintieran culpa—iré a buscarlo.
Mamá me miró por unos largos segundos y luego lanzó una carcajada que me molestó y mucho—¿Acaso estás loca? ¿Crees que te dejaré salir de la comunidad para ir a buscar a un tipo que probablemente esté muerto? No voy a permitir que arriesgues tu vida para ello y tampoco voy a permitir que te lleves suministros que no sabemos sin volverán o no.
La miré esperando que me dijese que era una broma, pero no lo hizo. Sus putas armas no me hacían falta, ella no sabía que el día que habíamos llegado con Dimitri escondimos nuestras armas en la casa y él jamás volvió a buscarlas. Yo sabía que en el algún momento las necesitaría, aunque quería creer que no.
—Mira, Sam—empezó a decir—ya perdí a tu padre y por muchos años pensé que te había perdido también. No quiero perderte ahora y no voy a dejar que te vayas.
La empujé con el rifle que había tomado y salí de la sala.
Corrí hasta la casa, cerrando la puerta con seguro detrás de mí. Me dejé caer junto a la puerta y comencé a llorar. Lo había perdido.
Pensé que con nuestra separación, no sentiría tanto si algo le sucedía, pero me había equivocado porque en ese momento sentía un fuerte dolor en el pecho.
Mis amigos golpeaban la puerta y sabía que era por mi sollozo alto, pero no me importaban en lo más mínimo, así como a ellos no les había importado dejar a Dimitri. Cuando entré en la sala, arranqué de la pared con mis propias manos la televisión vieja que no había usado jamás. Arranqué cada uno de los cuadros que colgaban de las paredes y rompí todo lo que estaba en mi camino y se podía romper.
Finalmente, me di cuenta que me había cortado los brazos, no intencionalmente, con los trozos de vidrio y porcelana y para cuando entró Dani junto a Dylan y Ariel, mis brazos estaban bañados en sangre, mi garganta me dolía como si hubiese estado un largo rato gritando. Me miraron horrorizados y capté el momento en el que Ariel salió corriendo de la casa y volvió minutos después con Ezra cargando su maletín.
Yo estaba sentada en el suelo sobre los vidrios rotos y no me importaba demasiado pinchármelos en el culo. Él, con mucha calma me ayudó a levantar y me llevó a la habitación, donde limpió cada una de mis heridas. Estaba perdida.
Con Ezra lo habíamos intentado, y yo la había cagado. Ezra era dulce y compañero, se reía de mis chistes malos y siempre veía el lado positivo de las cosas, pero para ser sincera, él no olvidaba a su esposa muerta y yo no olvidaba al idiota que ya estaba con otra mujer. Pudo haber funcionado, claro. Quizás si le dábamos algo más de tiempo a la relación, pero creo que ninguno se sintió capaz de volver a tener un corazón roto.
Yo lo quería, quizás no como había querido a Dimitri, pero si sentía cosas especiales por él, era una buena persona y me lo estaba mostrando en ese preciso instante, mientras limpiaba la sangre de mis brazos con sumo cuidado. Con el ceño fruncido, me miró algo preocupado.
—Pudiste haberte cortado una arteria—dijo como cuando un padre reprende a su hija. Pero no respondí—¿Me escuchas? Podrías haberte matado—sentenció. Parecía enfadado.
—Quizás era lo que buscaba—dije con la mirada pérdida en la nada.
—¿Luchaste hasta aquí para darte por vencida ahora?—preguntó y casi inmediatamente salió de la habitación. Me sentí una idiota al admitir que prefería morir a vivir en un mundo sin Dimitri, pero las palabras de Ezra se clavaron en mi mente, tenía razón.
Había luchado durante mucho tiempo como para darme por vencida.
Por la mañana, me levantaría apenas saliera el sol, cargaría mis armas al hombro y cogería algún coche del taller para salir rumbo a la Capital.
Debía ser rápida e intentar que me viera la menor cantidad de gente posible, de aquella manera mi madre no se enteraría tan rápido y me daría tiempo para alejarme de la comunidad.
Quería convencerme de que haría aquello por Dimitri, como lo hubiese hecho por cualquiera, pero estaba segura que si hubiese sido Ariel quien se quedó atrapado, no me habría preocupado tanto.
Era horrible pensar así, pero también era una realidad.

Tal como lo había planeado la noche anterior, me levanté con los primeros rayos de sol, aunque no había dormido nada. Me cambié, con cuidado porque los vendajes de Ezra protegían las heridas que ahora dolían. Me coloqué unos jeans negros y me ajusté las fundas para los cuchillos en las piernas. Saqué las armas de su escondite en un estante muy alto de la habitación y me colgué dos pistolas de la cintura y un rifle en el hombro izquierdo. Las municiones iban todas guardadas en la mochila y esperaba tener la oportunidad de poder recargar antes de que me mataran.
Antes de cruzar la puerta de mi habitación vacía, con machas rojas sobre la alfombra, visualicé la gorra en el lugar en el que la guardaba siempre, intacta como siempre. La tomé y me la coloqué en la cabeza, deseando que no perdiera su perfume nunca.
Cuando los tipos del taller me vieron, dudaron antes de entregarme las llaves de una camioneta Chevrolet C10 que tanto me gustaba. Era la que usaba cuando iba a la granja a hacer los inventarios y le había tomado un enorme cariño.
El motor fue música para mis oídos, dejé mis cosas en el asiento del acompañante y encendí el estéreo que aún tenía un viejo casette de Queen.
Toqué bocina en la puerta de entrada y el tipo encargado de abrirla me miró extrañado—¿Harás el inventario de la granja por mí?—pregunté molesta.
Él inmediatamente abrió las puertas y el chirrido hizo que todos los que pasaban por allí mirasen la escena. A lo lejos, visualicé a mi madre, acompañada de Maia y Dylan, este último tenía un enorme vendaje en la pierna izquierda y cojeaba al caminar.
—¡Samantha!—gritó mi madre enfurecida. Pero salí antes de darle tiempo al sujeto a cerrar la puerta. Salí a toda velocidad aunque aún me costaba bastante manejar los vehículos, siendo sincera prefería los caballos, pero no quería arriesgar un animal a una misión de la que no sabía si volvería.
Había aprendido a conducir en menos de tres meses, Ezra se había tomado el trabajo y la paciencia de enseñarme, fue divertido mientras lo hacíamos, porque claro, no tenía la presión de rendir un examen más tarde. Yo le agradecía al cielo que en el Nuevo Mundo nadie te pidiera la licencia de conducir porque estaría en problemas. Me gustaba conducir rápido, me costaba mantener derecho el vehículo y no sabía estacionar, por lo que siempre dejaba el coche cruzado en cualquier lado.
Cada bache en el camino, cada loma, cada cosa que se cruzaba, la pasaba por encima sin problema, aunque dudaba de que las ruedas aguantaran tanto.
Conduje hasta la ciudad y a medida que me acercaba a la Capital mi corazón latía con fuerza. Sabía a donde tenía que dirigirme, pero a medida que avanzaba, pensaba en lo estúpida que había sido por haberme metido en aquella misión sola.
La realidad era que ¿Sino lo hacía yo, quien lo haría? Al parecer, los demás voluntarios estaban muy tristes por las pérdidas que habían tenido, porque vale aclarar que Dimitri no fue el único que quedó atrapado, pero era el único que me importaba. Habían muerto al menos quince hombres, quince hombres que tenían familias, esposas e hijos dentro de la comunidad.
Pero mi rescate no era para ellos, era para Di, porque una pequeña parte de mi ser se aferraba a la idea de que él estaba vivo.
Debía estarlo.
Era un hombre fuerte, sabía pelear, sabía defenderse. Muchas veces me había mostrado de lo que era capaz.
Iba a encontrarlo.
Vivo o muerto, Dimitri volvería conmigo aquel día, o al menos eso fue lo que creí.

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