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No usamos vehículos, Ezra me dijo que el camino que debíamos tomar no era apto para ningún tipo de vehículo, ya que lo mejor era recorrer el bosque para salir a la ciudad y en la ciudad, el Ejército en sus primeros tiempos, se habían tomado el trabajo de colocar barricadas por todas partes y los primeros campamentos que se instalaron en la zona, usaban los coches abandonados para evitar que los zorros se acercaran demasiado, así que no era buena idea ir en la camioneta, ya que no quería perderla.
Caminar por el bosque de noche, no era una idea muy sensata que digamos. Los zorros evolucionaban con los años y podías encontrarte con algunos que desarrollaron mejor el don de poder escuchar, por lo que el menor ruido los atraía. Y yo no temía por mí, porque a decir verdad me importaba muy poco, sino que temía por Ezra, ya que yo no podría evitar que se convierta después de una mordida, si la mordida fuese letal, además, ni siquiera sabía si podía confiarle algo tan importante a él como eso.
Me sentí mal, pero llegué a compararlo con Dimitri y la confianza que nos teníamos mutuamente.
Mi arma apuntaba al frente, al igual que la de Ezra. Ante el mínimo ruido volteábamos asustados para encontrarnos con algún animal en busca de comida.
Con los zorros que nos cruzamos en el camino, me di cuenta de que con un año sin cruzar los muros, me había convertido en una inútil total. Ezra no se quedaba atrás, era bastante lento cada vez que un zorro se le acercaba y aquello era un peligro, por lo que me dispuse a caminar delante de él y despejar el camino. No queríamos hacer ruido en el medio del bosque a mitad de la noche, no solo porque podría atraer a zorros, sino también porque podría atraer a humanos no deseados, fue por eso que Ezra tomó de su casa dos machetes bien afilados que eran capaces de cortar cabezas sin ningún problema.
—Lamento lo que sucedió con la chica—dije mientras caminaba cortando las ramas caídas de los árboles frente a mí.
—No hubiese funcionado igual—dijo él con total tranquilidad.
—¿Por qué no? Eres lindo, atento y musculoso, siempre llevas un perfume riquísimo que no sé de dónde demonios lo sacas y sabes escuchar, lo que es fundamental para una mujer.
Él rió, pero fue una risa carente de gracia.
—Y si soy todo eso ¿Por qué no te quedaste conmigo?—su pregunta me dejó helada. Quería responderle pero comencé a balbucear como un bebé. Si él quería saber la verdad, debía estar dispuesto a que le duela, pero yo no quería lastimarlo, porque en primer lugar, no lo merecía y en segundo lugar, no podíamos discutir en medio del bosque, a mitad de la noche, rumbo a un lugar que no conocía.
—Ya sabes la respuesta—dije y seguí mi camino algo molesta.
El resto del recorrido fue casi en silencio, excepto por una que otra pregunta o respuesta molesta de Ezra, quien parecía estar disfrutando ponerme en apuros de aquella forma.
A lo lejos, vimos una fogata. No solo el fuego iluminaba en la oscuridad, sino que el humo subía por las ramas de los árboles y podía verse a metros y metros de distancia.
Ezra se llevó el dedo índice a los labios indicándome que haga silencio. Asentí.
Se podían escuchar gritos a la distancia y aquello me provocó una presión en el pecho. Siempre había sido la que corría a ayudar a los que lo necesitaban, sin embargo aquella noche no podía hacerlo, porque hacerlo implicaba quedar al descubierto, además debía llegar viva a aquel centro médico del que Ezra me había hablado, porque realmente necesitaba los medicamentos para Dimitri.
—¡No, por favor NO!—gritó una voz femenina mientras nosotros nos decidíamos por caminar hacia el lado contrario.
Ezra me miró cuando detuve mi andar y negó fervientemente con la cabeza. Me conocía lo suficiente como para saber que una parte de mí me gritaba que por favor ayudara a aquella mujer, había hecho lo mismo cuando lo saqué de las garras del Ejército.
—Ya vuelvo—le dije y no le di tiempo a negarse, comencé a correr hacia el fuego y a medida que me acercaba disminuía mi andar.
En las sombras, vi que una mujer estaba siendo atacada por dos sujetos, mientras un hombre estaba inconsciente en el piso. Los tipos parecían estar sedientos por una vagina, porque prácticamente le arrancaban la ropa a la chica. Al verla más de cerca, me di cuenta que era una niña, no debía pasar los dieciséis años y probablemente el hombre algo mayor que estaba tirado en el suelo, era su padre.
Sentí que alguien me empujaba suavemente por detrás y me llevé un buen susto. Volteé para ver a Ezra, que parecía un tanto nervioso.
—Las calles están llenas de este tipo de sujetos—dijo en voz baja.
Yo lo sabía. Lo había vivido durante los últimos casi diez años. Durante ese tiempo me había encontrado a muchos sujetos que intentaron obligarme a hacer cosas que yo no quería, en algunos casos mi padre y Zack estuvieron conmigo, en otros casos sólo Zack y en otros solo yo.
Era difícil ser mujer, tanto en el viejo mundo como en el nuevo.
Me apresuré a llegar a los sujetos y sin pensarlo dos veces, levanté el machete y lo clavé en la cabeza de uno de ellos. La chica gritó con horror cuando la sangre del sujeto le salpicó la cara y el otro tipo se cayó al suelo cuando vio que su compañero caía de rodillas, muerto y ensangrentado.
—¿Estás bien?—le pregunté a la muchacha.
Ella asintió con la cabeza, cruzó el cuerpo del sujeto por arriba y se me acercó lo suficiente para dejar su cuerpo pegado al mío.
El otro tipo intentó escapar, pero Ezra lo tomó por el cuello de la camiseta y lo obligó a ponerse de rodillas.
—Yo no hice nada—dijo casi en una súplica.
—¿No?—pregunté con ironía.
—Parecías querer abusar de la niña—dijo Ezra y vi como tragó con fuerza.
Ella miró al sujeto tirado en el suelo, mientras mi compañero se acercaba para ver si vivía—Tiene pulso. Probablemente despierte en unos minutos—la chica pareció quedarse más tranquila, pero podía ver el odio que sus ojos reflejaban cuando miraba a aquel sujeto que estuvo a punto de violarla.
Le extendí el machete—Puedes dejarlo ir o matarlo aquí. Nadie va a juzgarte.
El sujeto comenzó a suplicar mientras la niña tomaba lentamente el machete mirándolo fijamente a los ojos. Era increíble, hasta hacía pocos minutos los papeles estaban invertidos, ella era la que suplicaba y él el que lastimaba.
Ella levantó el arma en lo alto y de un lado al otro le cortó la cabeza al sujeto y esta salió rodando.
Me sorprendió un poco, pero al pensar en que esos tipos estuvieron a punto de lastimarla de aquella forma, se entendía a la perfección porque lo había hecho.
—¿A dónde se dirigían?—le pregunté mientras le limpiaba la sangre de su rostro, ella parecía medio perdida y absorta en sus pensamientos.
—A la CCPE—respondió. Yo miré a Ezra porque realmente no sabía lo que aquello significaba.
Él amablemente me explicó—Centro para control y prevención de enfermedades.
—Con mi padre escuchamos rumores de aquel lugar—dijo la niña—se dice que están trabajando en encontrar una cura.
Cada vez que alguien mencionaba algo de la cura, no podía evitar sentirme conectada. Yo era la cura y según la base principal, debían tomar muestras de mi propio cerebro para estudiarlo y hacer una vacuna que pueda ser repartida por todo el mundo, o al menos esa era la fantasía que se tenía.
Yo, particularmente nunca había oído hablar de aquel lugar, ni siquiera tenía idea de que existía.
—Dicen que tienen una fortaleza que se dedica completamente a esa tarea—la chica parecía emocionada ¿Y quién era yo para decirle que durante años habíamos vivido con aquella esperanza y nada había resultado?
Luego de que su padre despertara y nos agradeciera entre lágrimas, Ezra y yo volvimos a nuestra tarea, un tanto atrasados dado al percance en el camino.
—¿Alguna vez has oído sobre ese lugar?—pregunté mientras caminaba atenta ante cualquier zorro que se apareciese.
—Por las calles corren muchos rumores—dijo encogiéndose de hombros.
Los grillos sonaban, también escuchaba el ruido de los sapos, pero fuera de eso, parecía una noche bastante tranquila y ese fue mi momento de debilidad.
Ezra se acercó demasiado y acarició mi mano, al principio pensé que había sido un accidente, pero luego volvió a hacerlo. Me detuve a mirarlo, el último año lo había marcado, tenía unas cuantas cicatrices en los brazos, y otras más en el pecho casi llegando al cuello, todas eran echas por pacientes incontrolados que no estaban muy conscientes de lo que hacían y durante nuestro pequeño tiempo juntos, era yo la que se encargaba de curarle las heridas.
Dimitri se había metido con Abigail, mientras que yo había estado con Ezra y Ariel. Aquello no me enorgullecía, al contrario, me daba cuenta por qué mi nombre estaba en la boca de todos, la comunidad era grande pero a la hora de correr un chisme todo era muy rápido.
Me agradaba Ezra, pensé que podría tener algo serio con él y quien sabe, un día irnos a vivir juntos, pero cada vez que veía a Dimitri, todo lo que sentía por Ezra desaparecía. Me di cuenta que aún seguía enamorada de Di, de qué extrañaba nuestras noches de pasión y nuestros días de compañerismo, extrañaba cantar con él viejas canciones que recordábamos, amaba verlo concentrado mientras dibujaba en su cuaderno y me gustaba la idea de un futuro juntos.
Por eso tuve que dejar a Ezra, porque sabía que no merecía aquello, él merecía mucho más de lo que yo podría darle.
Todo era diferente con Ariel, las cosas habían empezado con un coqueteo por aquí y por allá, guiños de ojos y luego se convirtieron en caricias que lograban encender mi ser. Pero sabía que era casual, que con él jamás podría pensar un futuro porque era el Don Juan de la comunidad, yo era una más en su lista, y él sólo era el muchacho al que yo acudía cuando quería saciar mi apetito sexual.
Mi vida era bastante triste en ese aspecto.
La mano de Ezra se entrelazó con la mía, pensé en apartarla pero no lo hice. Aquella noche necesitaba sentir la compañía, necesitaba saber que no estaba sola.
Cada salida al otro lado de los muros, era una lavada de ropa aseguraba, no importaba como matabas a los zorros, si te salpicaban mucha sangre o no, tu ropa quedaba echa un desastre y sólo era fácil de sacar si las mujeres en la comunidad te vendían un poco de ese jabón casi mágico que preparaban.
Mamá estaba a cargo de todo, casi, casi que se podía tener un fugaz pensamiento de estar en el viejo mundo aún.
—¿Qué es lo que extrañas del viejo mundo?—preguntó de repente, sin soltar mi mano.
Pensé muy bien en mi respuesta. Si bien parecía una pregunta sencilla, no era tan así, porque a decir verdad habían muchas cosas que extrañaba.
Extrañaba salir sin miedo, aunque siendo mujer siempre sentía un poco de miedo, pero me refiero a la pesadilla que vivíamos ahora, en la que los muertos se levantaban con ganas de devorarte por completo.
Extrañaba ir al centro comercial.
Extrañaba mi computadora, mi teléfono, jugar a Los Sims y simular la vida que quería. Extrañaba mis libros, aunque durante todos esos años en el Nuevo Mundo había leído un montón de libros, jamás podía conservarlos por mucho tiempo porque eran un peso extra que no podía cargar, aunque el último año había conseguido unos cuantos y los había guardado en la biblioteca de mi hogar.
Extrañaba el cine y el Burger King.
Extrañaba jugar los sábados al fútbol y extrañamente extrañaba compartir eso con Abby.
Pero lo que más extrañaba en el mundo entero, era lo que muchas veces me había ayudado en los momentos difíciles.
—Extraño la música—dije finalmente—extraño escuchar Queen o The Beatles. Extraño a los Twenty One Pilots, a Halsey o One Direction.
—¿One Direction?—preguntó Ezra medio entre risas—¿En serio?
Le di un suave golpe en el hombro y él rió.
—Es mi gran secreto y eres el único al que se lo he confesado. Si me entero que le cuentas a alguien te mato—ambos reímos.
—Te prometo no contarle a nadie que eras una directioners.
—¿Y tú qué escuchabas?—le pregunté mientras cruzábamos un gran tronco caído.
—Me gustaba Bruno Mars, mi esposa lo amaba y...—guardó silencio. Era la primera vez en años que Ezra volvía hablar de su esposa, o al menos eso me dijo él más tarde. Y yo jamás lo había oído hablar de ella, salvo por la vez que me contó lo que le había sucedido a ella y a sus hijos.
—¿Cuánto tiempo estuvieron juntos?—me animé a preguntar.
Vi como él evitó mirarme y tragó con fuerza.
—Conocí a mi esposa a los catorce años, fuimos amigos hasta los dieciséis, y entonces le confesé mi amor. Desde ese día, nos hicimos inseparables, hasta que murió a los veintisiete años—Ezra era mayor que Dimitri y mucho mayor que yo.
Susana decía que tenía una costumbre de aferrarme a sujetos más grandes porque tenía ciertos problemas con mi padre y su muerte y quizás tenía razón, pero Ezra era bastante atractivo para la edad que tenía, además había comenzado a hacer ejercicios en el nuevo gimnasio que habían construido, por lo que su cuerpo había cambiado en las últimas semanas.
Cuando íbamos llegando a la ciudad, pude ver sus grandes edificios otra vez. Me daba miedo meterme allí nuevamente, por la mala experiencia que había tenido cuando encontramos al prisionero. Los rebeldes andaban sueltos y hacían lo que querían y de seguro el Ejército andaba dando vueltas por ahí
—No nos conviene entrar a la ciudad de noche—dijo Ezra mientras miraba por los binoculares. Me los extendió y entendí el porqué.
A lo lejos, iluminados por una hoguera extrañamente posicionada, había una gran horda de zorros, parecían estar bastante tranquilos, pero no quería arriesgarnos.
Caminamos hasta llegar a un viejo camión y nos metimos en él para pasar la noche.
Hacía frío y aunque Ezra se ofreció a darme su chaqueta, me negué en todas las ocasiones. Nos recostamos en el suelo, usando nuestras mochilas como almohadas. Su espalda rozaba la mía y pude sentir el momento en el que volteó, mi nombre salió de su boca casi como en un susurro.
—¿Sam?—una parte de mí quiso ignorarlo. Fácilmente podría fingir que dormía y gracias a la oscuridad él no se daría cuenta que no, pero otra parte quería estar con él, porque en el fondo si tenía miedo.
Volteé a verlo y gracias al pequeñísimo rayo de luz que entraba por debajo de la puerta, pude visualizar en la oscuridad su fino rostro.
—Hace frío ¿No lo crees?—yo asentí y él aprovechó mi momento de debilidad para rodear mi cuello con su brazo y enroscar mi cuerpo con el suyo, al principio me sentí incomoda, pero poco a poco pude apreciar su calor corporal y aquello era todo lo que estaba bien—dormir juntos puede evitar que nos dé hipotermia—aclaró él.
Alcé los ojos para verlo, tenía su mirada clavada en mí, sus ojos se repartían entre los míos y mis labios, sabía que su intención no era solo no morir por el frío, así que hundí mi cara en su pecho y aspiré su aroma.
No podía besarlo, no quería besarlo, bueno, al menos no estaba segura de hacerlo.
En mi interior, aún albergaba la esperanza de que Dimitri me eligiera una vez más.

El Nuevo Mundo (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora