Capítulo 4: "Señor Parker no, Doctor Parker"

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Su sonrisa me había quedado grabada como un tesoro en mis recuerdos, y aunque mentalmente me pasé un mes haciendo comparaciones buscando diferencias en ellas, no hallaba ninguna. O tal vez sí.

No puedo pensar claramente cuando la tengo frente a mí con esos enormes ojos color luz, esa sonrisa llena de todo y sus jeans ajustados, joder, con esa vestimenta no se me hizo necesario una máquina de rayos equis para hacerle una radiografía completa.
Ella dice algo sobre el asiento a mi lado y yo solo puedo responder que si con la cabeza, embobado, sin importarme que Jeff haya ido al baño y que en algún momento regresará por su asiento.

- Qué extraño encontrarle justamente en un bar después de su accidente ¿No? -su pregunta es indirectamente un reclamo, lo sé porque tiene la misma mirada regañona de ese día.

- La verdad es que he tenido una jornada bastante atareada, y una cerveza para soltar tensiones no viene nada mal. -respondo con sinceridad- Pero juro que no me he metido en líos desde entonces...- me excuso inocente mientas le hago una señal al barman y vuelvo la mirada a ella un tanto curioso - ¿Puedo invitarle algo? - antes de dar una respuesta, mira a todo el lugar como si buscase a alguien con la mirada. Sonríe por un momento hacia cierta muchacha rubia de voluptuosas curvas a la cual no logro verle el rostro y se halla cruzada de brazos junto a otro hombre quien sonríe malicioso un momento, espero impaciente, entonces finalmente al devolverle la mirada a la enfermera, éste guiña un ojo en nuestra dirección y ella le devuelve el gesto del mismo modo. Bufo. – ¿Es tu novio cierto?

- ¿Qué? ¡No! -ríe divertida: - Oye, aceptaré una cerveza. ¿Vale? - Asiento y le hago un gesto al barman. Ya me encanta, "Mujer que bebe cerveza, mujer que no le teme a nada" dice mi madre. Cuando toma la jarra con la mano da un sorbo y me ve con sus hermosos ojos. - Es un conocido y mi mejor amiga, al parecer no se la están poniendo fácil a la rubia, y eso le divierte al señor.

- Detesto que las cosas sean tan fáciles, deberías decirle a tu amiga que no se rinda, que cuanto más grande es el reto, más grande es la satisfacción...-digo mirándole, ella capta el mensaje en mis palabras y se cuadra de hombros con una sonrisita que oculta tras la jarra.

- ¿Además de brabucón es sabio? -suelto una carcajada y niego mirándole fijamente. Ella es tan hermosa, tan espontánea y fresca, podría llevarse al mundo por delante como quisiera, pero se conforma con dar las órdenes con dulzura y salirse con la suya oculta en ese rostro bondadoso, Angie era exactamente igual, me hacía creer que yo siempre llevaba la delantera, y al final, caía rendido.

Así la conocí y así me encantó desde el primer día que nos enamoramos, mientras yo realizaba mi postgrado en cirugía y anestesia de pequeños animales en la Universidad de Medicina Veterinaria de Pensilvania. Ella estudiaba farmacocinética veterinaria.
- No soy ni una cosa, ni la otra. ¿De verdad crees eso de mi? - Elizabeth, ríe negando y cruza sus piernas.
- Dejemos eso de lado. ¿Y si me cuentas de ti? - pregunta con una sonrisa pícara.

No sé porque siento que ella tampoco me la pondrá fácil a mi, pero a pesar de ello, le cuento algunas cosas... Solo algunas.
Comenzando por el esfuerzo, la voluntad y el sacrificio con los que tuve que comenzar aquellos años en que hice mi carrera de veterinaria y mi maestría en rescate a la fauna en peligro de extinción, fueron los más duros.

Le hablé de mi padre biológico el doctor Edward Parker, cuando arribó conmigo en una barcaza de mala muerte a las costas del rio Tartarugalzinho, Brasil, donde lo que había comenzado como una travesía terminó en algo fatal, cuando ambos contrajimos zika en aquellos rumbos, mi padre no duró mucho más que tres semanas, en cambio yo, por alguna especie de milagro logré sobrevivir, fue así que con apenas dos años de edad quedé bajo los cuidados de dos lugareños quienes con amor y sacrificio supieron hacer de mi un hombre hecho y derecho, siempre educándome con la cultura del trabajo, dando hasta la última gota de sudor para enviarme a una escuela decente donde fui educado hasta los doce años, luego debimos mudarnos a Brasilia, para mi formación secundaria, allí gané una beca para la universidad estatal, y con notas sobresalientes logré que el gobierno nacional pagara mis estudios en la universidad de medicina veterinaria de Philadelphia.
Sonreí ante las expresiones de su rostro mientras hablábamos, ella es muy sentimental. Hacia preguntas, una tras otra y yo se las respondía sin más.

Apasionado TormentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora