♣ Prólogo: Un mal nacido en espacio internacional

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¡Alto ahí! Se que esta historia se ve de lo mejor pero es la continuación de otra historia, así que si no te has leído El departamento de Salvador (Cuyo link dejo acá--> http://www.wattpad.com/story/8823265-el-departamento-de-salvador) no sigas porque no vas a entender ni medio carajo.

Si ya te lo leiste pues bienvenid@ esta es la segunda parte... oh si, hay segunda parte.

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23 de diciembre de 2014. Santiago. Aeropuerto internacional Arturo Merino Benítez.

—Y básicamente eso fue lo que sucedió.

La señora de cabello cano, piel arrugada y traje de dos piezas color pastel, me mira con aquellos ojos horrorizados que suelen poner las mujeres cuando le cuento esta historia. No es que suela contar esta historia. Me la reservo solo para cuando deseo que alguien me aborrezca a tal punto que ponga una orden de restricción en mi contra. Lo cual, aunque no lo crean, pasa más seguido de lo que debería.

Carraspeo incomodo por la mirada inquisidora de la veterana, sus cejas escasas se curvan tan alto que en la piel de su frente se forman surcos infinitamente profundos, la boca se le abre microscópicamente—se que quiere decirme algo pero lo más probable es que su buena educación se lo impida— y sus ojos demuestran una mezcla homogénea entre sorpresa e infinito desprecio que más que ofenderme me resulta halagador.

En los últimos dos años se me ha catalogado como: mal nacido, hijo de puta, ser sin corazón, monstruo sin alma, dudoso intento de hombre, vergüenza al género, entre otros agradables calificativos, pero nunca había dejado a alguien sin palabras. Definitivamente me estoy superando ¿Quizás mi capacidad narrativa a mejorado? ¿Quizás he aprendido a dar énfasis en los momentos importantes? No lo se, pero de que sorprendí a la anciana hasta el mutismo, pues lo hice.

—Joven—dice luego de un largo y tenso silencio—eso es lo más atroz que en mis ochenta y siete años de vida he escuchado.

Suspiro. Por lo menos fue políticamente correcta, mi propia madre, sangre de mi sangre, lo único que pudo de articular fue: Si estuviera en mis manos, te desheredaría en este preciso momento.

No me quejo, se que lo que dije fue terrible según esa absurda mirada femenina que le dan las mujeres, así que soy conciente y agacho la cabeza cada vez que después de media hora relatando como Camila y yo nos conocimos lo único que sale de la boca de mi interlocutor es una ofensa hacia mi persona. Soy un mal nacido y lo tengo claro.

Pero ¿No se han parado a pensar que quizás sacando un poco de contexto la situación y llevándola hacia una mirada más masculina y simplista hay un trasfondo de emociones reprimidas y mal entendidos?

¿No lo han pensado? ¿Lo han pensado? ¿Creen que estoy tratando de evadir la culpa? ¡Un momento! Claro ¿Cómo no lo pensé antes? Puedo apostar que ustedes ya habían escuchado esta historia pero contada por ella. Obviamente no importa lo que les diga, ella ya les puso en mi contra y haga lo que haga seguirán pensando que ella es la victima ¡Pfff! Pues en ese caso no hay nada de que hablar.

—No es solo que sea repugnante la manera en que la transformaste en una cosa de intercambio, sino que también me impresiona que tengas la desfachatez de comentarlo, como si hablaras de una buena anécdota de viaje—la anciana junta sus manos en su regazo sobre su bolso, tuerce el gesto a manera de reproche y cambia su postura a una que me señala directamente como un ser indeseable. Cualquiera que observara la situación desde fuera diría que he tratado de seducirla, o que en su defecto he pisado caca de perro. Hasta me dan ganas de revisarme los zapatos al verla.

La casa de puertas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora