♣ Capítulo 9: Hasta que te falle un órgano

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Hay una característica importante en las familias grandes, yo la llamo principio de desindividualización. Yo sé que todos somos únicos, se también que nuestros padres nos conocen como nadie pero, cuando tienes seis hijos, la acuciosidad de la memoria se pierde bastante.

¿Fue Vicente el que se cortó la ceja en la alambrada? ¿Lorenzo comió tinta o ese fue Sebastián? ¿Cuál de ustedes es alérgico al maní? ¿Todos son A+? ¿Quién ganó el premio de ciencias, Félix?

Así mismo fue como en algún punto de la historia mi madre asumió que todos habíamos tenido varicela. En mi casa el contagio fue de a dos. Lorenzo se la pegó a Sebastián, años más tarde Félix contagió a Vicente y finalmente Lorena la contrajo mientras yo andaba de pesca con mis hermanos y mi padre. No sé en qué parte olvidamos aquel pequeño detalle pero la cosa quedó como que yo y Lena la habíamos sufrido juntos siendo que nunca tuve contacto con la peste en mi vida.

Al final Emilia si estaba enferma, lo supieron al otro día cuando despertó cubierta de vesículas rojas que picaban hasta hacerla llorar ¿Alguien se molestó en avísame? Claro que no, según lo que dictaba la memoria yo la había sufrido al igual que todos en casa.

Así que mi vida siguió como siempre. Alex y Lena se mudaron al cuarto de al lado y comenzamos una especie de convivencia tensa. Por una parte Dena y Lorena se detestaban, por otra parte Alex y yo tratábamos a duras penas de conversar como personas civilizadas, terminando siempre todo en un silencio incómodo.

El domingo de esa misma semana por algún motivo me quedé solo, fue cuando me atacó el “acné”, más que nada en el cuello, lo atribuí al estrés y no le di mayor importancia. El lunes, martes y miércoles me los pasé en cama con fiebre, arropado sin que nadie me viera. Era terrible, me picaba el cuerpo, me dolían las articulaciones tosía, sudaba, deliraba.

Lena tenía la amabilidad de dejar comida sobre mi mesa de noche de vez en cuando pero no se acercaba, tenía miedo de contagiarse mi gripe al igual que Alex y Dena, ahora vivíamos con una embarazada y lo mejor era aislar cualquier enfermedad de ella. Por lo tanto nadie se tomó la molestia de revisarme y dar cuenta de la cantidad ridícula de costras que me rodeaban el cuerpo, yo lo atribuí a lo fuerte que me rascaba, lo sé, fue estúpido pero en mi defensa diré que no soy médico, además he tenido gripe antes y generalmente me viene con comezón.

Así que pasaron tres días antes que Alex se decidiera llamar a Miky.

Según Miky, cuando me vio perdió diez años de vida. Me sacaron semi inconciente, me arrastraron hasta el auto y me llevaron a la clínica.

Neumonía por virus Varicela, ese fue mi diagnóstico. Me gané un pase a la UCI, diez días de Aciclovir a la vena, las peores alucinaciones febriles que he tenido jamás y el verdadero significado de rascarse hasta sangrar. Consejo, si no se contagiaron la peste de pequeños huyan de ella… huyan de verdad.

De los primero tres días apenas me acuerdo algo. Los dos que le siguieron no fueron mejores pero por lo menos tengo recuerdos nítidos de cómo me picaba el cuerpo y lo mucho que me costaba comer aunque fuera una jalea, cuando tienes un montón de ampollas en el paladar te duele hasta la saliva.

Al sexto día todo volvió a la normalidad, y con todo me refiero a todo. Sin quererlo había seguido el consejo de mi hermana y no había hecho nada en lo absoluto, no por voluntad propia, sino más bien porque me era difícil dejar la unidad de cuidados intensivos para ir a meter la pata con Camila. No tuve idea de lo mucho que habían cambiado las cosas hasta el sexto día cuando por fin me trasladaron a un cuarto normal y me dieron dieta sólida, la boca me dolía pero más me dolía el estómago.

—Tú vas a matarme—dijo mi padre entrando, con ese carisma que lo caracteriza, justo después de que me echara el primer trozo de manzana cocida a la boca. Me hubiese gustado interrumpir su monólogo pero apenas podía tragar y desperdiciar comida no era una opción. Mastiqué con monotonía mientras le oía— No sé cómo lo haces pero te las ingenias para destrozarme los nervios ¡Varicela! ¡VARICELA! Tú ya tuviste varicela, nadie tiene varicela dos veces, solo tú. No, y no. Lo que tú quieres es matarme, te la ingenias para matarme, nada está fuera de tu alcance cuando la misión es darme el susto del siglo, ni siquiera el hecho de que ya tuviste varicela. Por todas las rocas del Everest si no me hacen santo después de ser tu padre la vida sería muy injusta.

La casa de puertas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora