Septiembre es un buen mes. Por una parte está mi cumpleaños, y, aunque por lo general no me importa, no me quejo si recibo regalos, saludos y torta. Por otra parte están los feriados de la independencia, que, por ser tres, significa que nos dan la mayor parte de la semana libre. Y dado que mi cumpleaños es el quince, digamos que me pasé las vacaciones ocupado con Camila.
Muy ocupado.
A veces salíamos por comida, o para tomar sol—la vitamina D es importante y se obtiene de la luz solar—otras simplemente para que el resto de los habitantes de mi casa supieran de nosotros, también para que ella fuese a su casa por ropa y a dar señales de vida. Pero la mayor parte del tiempo estábamos en mi cama, haciendo el amor, comiendo, haciéndolo de nuevo, viendo las cuatro temporadas de Game of Thrones, cosas por ese estilo.
No estaba seguro si habíamos superado la etapa de ir lento y tampoco tenía ganas de preguntar. Como dicen por ahí: prefiero pedir perdón que permiso.
Bueno, tampoco me gusta pedir perdón. Lo que hago generalmente es hacer las cosas y esperar que salgan bien. Quizás ese es el origen de todos mis problemas ¡Esperen! Estoy viendo algo importante aquí ¿Podría ser que si pidiera permiso las cosas me resultaran mejor?
Debería reflexionarlo a profundidad.
—¡Y aún puedes caminar!—gritó Vicente viéndome entrar a la cocina—¡Y traes ropa puesta!
—Muy gracioso—dije.
—Menos mal que te haces presente—dijo mi hermana—ya pensábamos que tendríamos que llevarte al veterinario para que te revisaran el distemper.
—Muy graciosa—repetí, mirando a Lena esta vez. Camila se había ido hacía ya tres días, pero ellos insistían en molestarme.
Abrí el refrigerador para sacar el último trozo de mi torta de cumpleaños, pero ya no estaba. Maldije a Dena, ella era la única capaz de comerse mi comida sin mi permiso. Lo bueno era que esa torta llevaba casi seis días, con total seguridad Dena se estaría indigestando por ahí.
Muajajajajaja.
—Oye… ha sido la celebración de cumpleaños más larga desde que Lena cumpliera dieciséis—terció mi hermano, aun cuando yo trataba de ignorarlo por completo.
—¡Oh, sí! Aún recuerdo ese cumpleaños ¿No, mi amor?—Lena rio por lo bajo y Alex se atoró con un trozo de pan.
Tanto a Vicente como a mí se nos desfiguró la cara y fulminamos a Alex de inmediato con la mirada. Vicente se levantó para tomarlo por el cuello de la camisa pero me interpuse.
—¡Tranquilo Vicho!—se defendió Alex—Eso pasó hace ya cinco años… además no quieres dejar a tus sobrinas sin padre.
—Me valen mis sobrinas, voy a partirte la cara ¡Suéltame Gaby que voy a matarlo!
—Ya cálmate Vicente—dije sujetándolo de la cintura.
—¿Qué ahora lo defiendes?—chilló él.
—No lo defiendo, pero soy de la idea que nos iría mejor con el hacha que tengo en el auto. Y sabes, para cerciorarnos que no tenga más prole.
Vicente detuvo su pelea y me miró. Asentimos al mismo tiempo y Alex tragó sonoramente.
Bajamos en ascensor hasta el primer piso calmados y dispuestos acortarle los testículos a Alex. Era muy probable que ya no estuviera en casa para cuando regresáramos, pero la idea era dejar bien claro nuestro punto y marcar terreno de las cosas que eran y no aceptables. Mencionar que se tiraba a mi hermana cuando apenas si se había desarrollado era una de las cosas no aceptables.
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La casa de puertas rojas
RomanceTengo un par de problemas últimamente ¿Dije últimamente? Quise decir toda mi vida. Partiendo por el hecho que a estas alturas la única persona que me escucha es una anciana que acabo de conocer en la sala de embarque del aeropuerto, seguido de que m...