El agua escurre entre mis manos y se desliza hasta el desagüe con facilidad. Realmente necesitaba ir al baño. Las seco con algunas toallas de papel y reviso mi teléfono ¡Setenta y dos llamadas perdidas! ¿Pero qué carajos? Miro los contactos y se dividen básicamente entre Dena, Vicente, Lena y mi madre ¡Mi madre!
En cualquier otra ocasión tener veinte llamadas perdidas de mi madre sería suficiente para sentir terror, pero dadas las condiciones actuales no temo en lo más mínimo. De cualquier manera en algunas horas estaré a un océano de distancia, así que me aseguraré de encontrarme suficientemente lejos de su furia antes de llamarle de vuelta.
Tampoco es un misterio a que viene tanta necesidad de ubicarme. Todo parte del hecho de que no quieren que me vaya, y de verdad lo entiendo, pero tengo que hacerlo. Mal que mal es lo que mejor sabemos hacer los Vernetti, escapar.
No puedo seguir acá porque sé que si me quedo retrocederé todo lo que he avanzado. Si, bueno, Camila me dio la patada, pero eso no significa que mi evolución como ser humano no valiera la pena ¿No?
Como sea me voy, me voy hoy a Italia por mínimo un año y nada puede detenerme, nada ni nadie.
Salgo del baño y escucho un extraño murmullo a través del altoparlante.
—Garjvksjl Vjnreet—¿Ha dicho mi nombre?—por favor acercarse a informaciones.
Observo la bocina como si una mujer fuese a salir de ella para apuntarme con su dedo, pero eso no sucede y me encojo de hombros.
Llego donde las chicas y ellas me miran extrañadas.
—Creo que te han llamado por el altoparlante—dice Moira—estoy casi segura.
—No lo sé—agrega Magda—, pero yo estoy algo sorda.
La línea del altoparlante vuelve a abrirse y la chica habla nuevamente.
—Ariel Benedetti, por favor acercarse a informaciones.
Un tipo al otro lado de la sala de embarque se levanta y camina hasta las puertas de la entrada. Lo perdemos de vista.
—Parece que no eras tú.
—Nope.
—En fin ¿Vaciaste tu vejiga ya?—asiento mostrando mi cara de satisfacción—perfecto, ahora prosigue ¡Estamos en la parte más emocionante!
Le brillaron los ojitos. Suspiré. Esta juventud de hoy solo piensa en el amor y las mariposas.
Bien. Independiente de lo que pueda parecer, con la boda interrumpida y el beso bajo la lluvia, nada marcho “sobre ruedas”. Todo lo contrario, entré en la primera parte del proceso que llamaré «Enfrentando a mis demonios». Una real mierda si me dejan acotar.
Camila no llamó el lunes después de la boda, tampoco el martes y, a pesar de que no lucía físicamente preocupado, el hecho de que mi teléfono no sonara durante todo el miércoles tampoco subió mi ánimo. La llamé entonces a su celular, podía ser que no tuviera mi número—aun cuando era el mismo de siempre, aun con el cambio de equipo y todo—pero no me contestó, ninguna de las seis veces. Así que hice lo que todo hombre con las pelotas bien puestas haría ante la inexplicable lejanía de una chica que les interesa… nada, absolutamente nada.
No habían razones para desesperarse, nada podía borrar aquel beso que nos habíamos dado, ni mi primo, ni mi estupidez, ni la pequeña—pero probable—posibilidad de que Camila se hubiese mudado a Argentina, Brasil o las islas Canarias.
ESTÁS LEYENDO
La casa de puertas rojas
RomanceTengo un par de problemas últimamente ¿Dije últimamente? Quise decir toda mi vida. Partiendo por el hecho que a estas alturas la única persona que me escucha es una anciana que acabo de conocer en la sala de embarque del aeropuerto, seguido de que m...