♣ Capítulo 17: Nunca fui el alma de la fiesta

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La única vez que yo vi la cara de Camila caerse de la impresión—CAERSE de la impresión—fue la mañana en la que viajamos a La Serena. No era la idea que yo fuera, nunca estuvo presupuestado y ella creyó que yo jamás aceptaría. Jamás nunca, ni en esta vida ni en la otra.

Fue una de esas invitaciones relámpago. Fui a dejarla a su casa y me encontré con su padre y Alicia, charlamos un rato y él tuvo la amabilidad de invitarme para que los acompañara a La Serena a conocer a la abuela de Camila. Ni Alicia, ni Camila, ni Enzo, ni Martín estuvieron de acuerdo, pero Héctor insistió que debería ir también, que era el novio de su hija y que a la abuela le encantaría conocerme.

No acepté de inmediato. No porque gustase de hacerme el interesante, tampoco era culpa de mi agenda, la cosa pasaba porque no quería abandonar mi puesto de vigilante de Dena.

Desde que la viera vomitar hasta el alma en el baño habían pasado casi diez días y ella aun no confesaba su embarazo. No podía estar totalmente seguro, quizás realmente le había caído mal la torta, quizás realmente quería terminar a mi hermano, quizás yo no me quería dar cuenta de lo obvio y buscaba escusas para no enfrentar el problema como siempre lo hago ¿A que no adivinan qué era al final?

Me lo pensé toda la noche y decidí darle espacio a Dena. Cabía la posibilidad de que si dejaba de respirarle en la nuca, y le regalaba algo de espacio, ella viniera por sus propios medios a aclarar la situación. No estaba seguro de ello, pero la verdad era que el asunto me tenía bastante agobiado y no sabía a quién contarle. Todos en mi familia estaban tachados de entrada, cualquiera armaría un escándalo de proporciones históricas ¿Y si era una falsa alarma? No podía hacer estallar una tercera guerra mundial sin prueba alguna.

Alex se descartaba por el simple hecho de estar en una relación con mi hermana, él era un pésimo mentiroso y ella una arpía inescrupulosa cuando se trataba de secretos, le hubiese torturado con tal que le contara la verdad.

Mi gran amigo de la universidad era Jomi, el hermano de Dena, y creo que con eso finalizaba la cuenta de la gente en quien confiaba.

Camila era la última persona en mi lista, y no es que no confiara en ella, pero no tenía el valor de contarle. Yo sabía por qué, aunque intentaba hacerme el que no. Si le decía, ella me obligaría a contarle a Vicente, o a Lena, o a cualquiera cuyo apellido fuera Vernetti o Lazo. Estaba seguro de que eso haría porque Camila siempre fue muy moralista, muy correcta y mucho más valiente que yo enfrentando problemas. Me obligaría y yo no tendría argumentos con los cuales rebatirle, porque eso es lo que debí hacer desde el primer instante, justo después de dejar a Dena sobre su cama, debí llamar a Vicente, o a Lorena, o a cualquiera cuyo apellido fuese Vernetti o Lazo.

Entonces, ese viernes en la mañana, me aparecí con mi bolso y mi saco de dormir en la casa de Camila, y a ella se le cayó la cara al suelo. Nunca en mi vida la había visto tan asombrada, fue como si se le apareciera un ánima. Pude apostar por su cara que no esperaba verme ahí. Nadie se lo esperaba.

—¡Gabriel! Decidiste venir, eso es increíble. Camila ya se nos estaba apagando un poco—dijo Héctor con toda la tranquilidad del mundo mientras cargaba un bolso en el auto—¿Podrías ayudar a Enzo con la hielera? Algunas cosas son caras allá, así que se las llevamos de regalo a la abuela.

—No hay problema—dejé mis cosas cerca de la entrada y fui en busca de Enzo y la hielera, Camila no dudó en correr detrás de mí.

—¿Qué haces acá?—preguntó ella anonadada aun.

—Hola Camilita ¿Cómo estás?

—Sí, sí ¿Por qué estás acá?

—Tu padre me invitó ¿Recuerdas? Me pareció muy descortés rechazarlo.

La casa de puertas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora