♣ Capítulo 5: Meiosis, mitosis y otras calamidades

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—¿Cuatro meses?¿Estás loca Lorena?¿Las hormonas y las vitaminas se te subieron a los sesos?

—Ya te lo dije, me enteré hace solo unas cuantas semanas.

—¡¿Cómo?! Es que no lo entiendo ¿Cómo dejaste que pasara tanto tiempo?

—Soy una persona bastante irregular Gab, con el tiempo se me hizo normal que no me llegara por meses.

Mantuve la mirada en su perfil por varios minutos, se le veía tranquila pero por dentro probablemente estaba a punto de colapsar. Lena tenía fecha de parto para cuatro meses más y no le había dicho a nadie ¡Nadie! Si la noticia del embarazo no mataba a mi padre definitivamente este último dato si lo haría.

—Renuncio, no, esto es demasiado fuerte para mí—me miró por primera vez en toda la mañana. Suplicante.

—¿Renuncias?

—Oficialmente esta es mi última tarea como tu hermano. Desde acá te las arreglas sola—me restregué la cara con las palmas y peiné mi cabello hacia atrás. Mis lentes quedaron por cualquier parte y solo ahí recordé que los usaba, acostumbrarme a ser ciego no era fácil, me metía a la ducha con ellos, me quedaba dormido con ellos, entre otras actividades que antiguamente no representaban gran lio, pero que ahora se asemejaban a aprender a caminar nuevamente. Comprarme el perro guía desde un principio hubiese sido más fácil.

—No puedes renunciar.

—Claro que puedo Lena. Lo último que haré será acompañarte a esta cita y pum, se acabó, no más Gabriel el súper hermano—dije señalando la puerta del ginecólogo—y eso que esto es trabajo de Shomali, menudo pedazo de padre va a ser.

—No te pongas así. Recién lo contrataron y no puede salirse de buenas a primeras. Realmente quería venir—me puso cara de pollo moribundo y tironeó su polera—Por favor Gaby, necesito un poco de tu apoyo, así—juntó su pulgar y su índice—pequeñito. Le diré a mamá y papá cuando vuelvan de su viaje y me mudaré con Alex antes de que termine la semana…

—Espera, espera, espera ¿Te mudaras con quien?

—Alex ¿Qué esperabas? Vamos a tener hijos, quiero que nazcan en un hogar formado.

—¡Debiste pensar eso antes de concebirlos a los veinte!

—¡Tengo veintiuno!

—¡Oh! Claro, el año donde todos pegamos el gran salto de la madures, lo había olvidado. Bien puedes tener todos los que quieras...

—¡Ya! Entendí, no es necesario que alargues el sarcasmo. Mira Gab, yo no planeé esto, pasó y ahora debo tomar las mejores decisiones que jamás he tomado, no solo por mí, por ellos.

—¿Crees que irte a vivir con Alex es la mejor decisión que has tomado? ¡Por dios, esos niños están perdidos!

Y dejó de rezongar. No dijo una palabra más, se acomodó en su asiento y dirigió toda su atención al programa de cocina que pasaban en la televisión de la sala de espera de la clínica. En un principio creí que estaba molesta, Lena siempre odió que le llevase la contraria y por lo general nuestras conversaciones serias terminaban en uno de sus típicos berrinches, pero no, no estaba enojada o molesta, Lena lloraba en silencio para que yo no me diera cuenta que la había herido. Lo noté cuando se llevó la mano a la cara y se secó una lágrima.

—¿Estás llorando?—pregunté anonadado. Nunca he entendido las razones por las cuales las mujeres lloran, partiendo por Lena.

—Gab, no es necesario que me ayudes, tienes razón estos niños están perdidos, tienen una madre que es un desastre y un padre que apenas si ha encontrado trabajo. Gracias por tráeme, desde acá me las arreglaré sola.

La casa de puertas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora