Si tuviera que relatar en infernal proceso que fue mi reencuentro con Camila partiría por el principio, y ese principio se ubica lamentablemente en lo que yo denominé hace algún tiempo como »El segundo peor día de mi vida«, créanlo o no es un nombre perfecto para aquella fecha, veintiuno de junio de dos mil catorce ¿Cómo es que lo recuerdo tan bien? Porque aquel día veinte años atrás llegó a este mundo el peor de mis castigos, Lorena Vernetti.
¿Que se necesita para convertir el cumpleaños de tu hermanita en un cuento de Edgar Allan Poe?
1.- Dos tazas de enfermedades incurables (de preferencia marca crónica)
—Es miopía.
Sentenció Ricardo—el oftalmólogo de mi familia—con una sonrisa en la cara, como felicitándose mentalmente por lo bueno que es diagnosticando males visuales y pasando completamente por alto que acababa de amarrarme a una vida con lentes. Fruncí el ceño. Esto echaba por la borda completamente la hipótesis que lo que me había estado causando tantos dolores de cabeza, visión borrosa y mareos fuera un tumor cerebral. No, no era una mortal enfermedad inoperable, sino una patética e inofensiva miopía.
—Esperaba que fuera un tumor.
Él se giró asombrado, pero casi de inmediato soltó una risita cómplice creyendo fervientemente que era un poco de humor negro, pero no lo era. Un tumor hubiese sido bastante útil por esas fechas. Entre la tesis, mis padres, mi hermano muerto, mi hermana loca, mi ex-mejor amigo, mis alumnos de ayudantía y mi trabajo como ayudante de derecho comercial, el tumor me hubiera dado una buena escusa para mandarlo todo a la china. Pero no, era miopía, la común y no mortal miopía.
—Cuando pediste hora supuse que vendrías por esto. Curiosamente tú, tus hermanos y tu padre han presentado, todos, el mismo grado de miopía a la misma edad, así que me tomé la molestia de mandar a hacer un par de lentes de prueba. Toma.
Me acercó los anteojos de marco negro, me los coloqué y en un dos por tres todo volvía a estar en alta definición. Eso terminaba descartando definitivamente el tumor y con él se iban todas mis esperanzas de descanso.
—¿Mejor?
—Sí
Volvió a sonreír y regresó a su papeleo mientras yo admiraba nuevamente el mundo a mi alrededor, se veía mucho mas nítido de lo que lo recordaba. Puede ser que siempre haya sido medio ciego y ahora por fin viera la realidad como es, o puede ser que llevaba tanto tiempo posponiendo la visita al oftalmólogo que ya no recordaba como era ver bien. Fuera lo que fuera, ya estaba solucionado y no requeriría pabellón, quimioterapia o un una lista con las cosas que debía hacer antes de morir.
—Te tomará un tiempo acostumbrarte, solo ten cuidado al moverte, la gente suele olvidar que los trae puestos.
Asentí mientras me colocaba nuevamente la chaqueta y me ajustaba la corbata, para ese entonces quedaban meses para graduarme y pasaba de tribunal en tribunal por lo tanto no me sacaba el traje ni en la ducha.
Me despedí brevemente y salí en dirección a la universidad, me había perdido la clase de la mañana pero no podía perderme la ayudantía de comercial, aquel trabajo era un punto clave en mi curriculum y si quería tener un buen futuro debía a toda costa conseguir una carta de recomendación de la profesora que dirigía el ramo, Olivia Retamal, una mujer pequeña, de cabello rojizo y carácter fuerte, acostumbrada a hacer muchas preguntas en poco tiempo y a caminar como si escapara del Apocalipsis, rápido y sin descanso.
Lo que hacía yo, junto con otros ayudantes y la profesora a cargo, era básicamente proporcionar ayuda legal a estudiantes de otras carreras que quisieran realizar proyectos a gran escala, guíalos, aconsejarlos y a veces hacer el papeleo.
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La casa de puertas rojas
RomanceTengo un par de problemas últimamente ¿Dije últimamente? Quise decir toda mi vida. Partiendo por el hecho que a estas alturas la única persona que me escucha es una anciana que acabo de conocer en la sala de embarque del aeropuerto, seguido de que m...