♣ Capítulo 8: Lo que pasa en Estambul, se queda en Estambul

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Bueno ¿Qué puedo decir? Aun no me queda claro como pero luego de la visita a la casa de mi hermana todo se fue al carajo, más aun que la última vez. Muy probablemente fuera a causa de la gran pelea que se armó entre Diego y Camila por mi culpa luego que dejaran la casa, o quizás simplemente soy un ser fácilmente odiable ¿Quién sabe? Al fin de cuentas Camila me detestaba irreparablemente y no había nada que yo pudiese hacer respecto a ello.

Por otra parte mi hermana volvía a tener miramientos con mi persona, básicamente porque me negaba a contarle lo sucedido en Estabul.

No había mucho para contar, ese era el problema, no recordábamos absolutamente nada de lo que pasó en Estabul. Solo fue una noche pero había bastado para que amaneciéramos juntos, desnudos y con un recuerdo que no recordábamos, en mi caso un tatuaje y en el suyo un arete en la oreja izquierda. Él por lo menos se quitó el aro y asunto zanjado, yo por el otro lado no tuve tanta suerte.

Juré no hablar de ello nuevamente, y justamente eso era lo que me traía problemas con Lena. Mi mutismo tenía un precio y ese era la constante molestia de una hormonal embarazada.

Por último estaba Dena, la única que según yo tenía pleno derecho a enojarse conmigo. Había lanzado su teléfono al rió así que su ira era justa y comprensible, por eso le compré un teléfono nuevo, por eso y porque amenazó con contarle toda la maldita verdad a Vicente y, conociendo a mi hermano, era cosa de segundos para que luego de enterado él se enterara el resto del país, o del planeta, sin mencionar el hecho de que si Alex pensaba casarse con mi hermana ¿Imaginan esas cenas familiares? Incomodo…

En fin, saqué tres cosas en limpio luego de la visita a mi hermana.

1.-El camino a Camila no era ya más cuesta arriba, ahora era completamente vertical.

2.-Tirar el teléfono de otra persona a un rio no es de buena educación.

3.-Lo que pasó en Estambul se queda en Estambul.

Al final dejé de calentarme la cabeza con problemas que no podía resolver y decidí avocarme en los problemas que obligatoriamente debía resolver para poder sacar mi título, así es, los problemas legales de Camila.

Se estarán preguntado cómo solucioné aquello, bueno, fue fácil cuando di cuenta del real problema. Verán, mi padre es un hombre muy sabio y lleva muchos años de práctica como abogado y si hay algo que me quedó claro en la infancia fueron estas sabias palabras: los problemas entre mujeres no los resuelve la ley, no los resuelve el papa, no los resuelve dios, los resuelven ellas.

Así que tomé su sabiduría y seguí sus palabras. Aquel embrollo solo podía ser resuelto por Camila y su amiga, quizás con un poco de ayuda de Super Gabriel, solo un poco de ayuda.

—De acuerdo ¿Qué quieres a cambio?

—Nada—dijo ella tomando un nuevo sorbo de su taza de café.

—¿Nada? Vamos, algo debes querer para reconciliarte  con ella.

—No quiero nada, porque no quiero reconciliarme con ella.

Carmen era una chica difícil, tenía un humor cambiante y monstruoso. Se veía dura, con su pelo rojo furioso y sus pecas salmones cubriéndole la cara. Yo estaba acostumbrado a lidiar con mujeres mal humoradas basalmente así que no me acongojé, aunque debo aceptar que una cosa es lidiar con una mujer obstinada y otra muy distinta es hacerla cambiar de opinión.

—Debes tener alguna exigencia, algo que quieras pedir para mediar todo este lio. Me parece insólito que un proyecto tan bueno no se lleve a cabo solo porque ustedes no puedan entenderse.

Me miró con cara de aburrimiento y rodó los ojos como si de mi boca no salieran más que sinsentidos patéticos. Definitivamente Carmen tenía una mirada muy expresiva.

La casa de puertas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora