♣ Capítulo 13: La cruda verdad del hombre imperfecto

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Y ahí estaba yo, a las diez de la noche, con una bolsa de hielo en el ojo y otra en la entrepierna, viendo como mi hermano Félix cubría con plástico fuentes inmensas con comida. La cocina de la casa de mis padres había sido declarada zona de desastre y por mucho que Félix tuviese un magister y tres postgrados en Tetris, no había forma de meter más cosas en el refrigerador, en ninguno de ellos.

Lena se paseaba por la casa tratando de organizar la anarquía, guardando mesas, repartiendo sillas, doblando manteles. Alex la seguía a todas partes, siguiendo sus órdenes como perrito faldero junto con Vicente y Dena. Mi padre trataba de separar todos los alimento que pudieran congelarse de los que durarían solo un par de días. Era oficial, por las siguientes semanas el menú consistiría en panqueques rellenos con vegetales, una extraña salsa de arándanos y masa de papa con salsa de calamar.

El único feliz en este asunto era Sebastián. Se llevaría comida suficiente como para alimentar a su familia por la próxima década.

Cabe destacar que el ambiente era algo tenso, porque visto desde la perspectiva de mi familia, yo me había acostado con Camila aun cuando salía todavía con Dena, y como guinda de la torta la tenía tarde en la noche ayudando a desmontar. Feo, muy feo.

El único que parecía entender todo sin necesidad de decirle la verdad era mi hermano Félix, es psicólogo así que se las ingenia para saber lo que pasa aun cuando no se lo comentas. No tengo idea como se enteró que Dena no era mi novia pero logró descifrarlo.

—Y eso fue básicamente lo que sucedió—dije calmado luego de finalizar toda la historia mía con Camila.

—¡Wow! Y eso que Vicente insistió una millonada de veces que ese golpe no iba a dejarte secuelas—eso fue todo lo que pudo decir después de una hora completa hablándole de nuestros tres meses juntos en el departamento.

—No es gracioso.

—Claro que no lo es, es triste.

—Tengo una explicación matemática para el asunto.

—Guárdatela—masculló sellando una ensalada de habas con palta.

—¿Y, qué opinas?

Se quedó quieto y calmado por unos instantes, hizo el gesto familiar universal para responder—es decir mirar al techo como si las respuestas estuviesen ahí escritas—y luego de mucho meditar botó aire.

—Creo que lo suyo está al revés. Primero son desconocidos, luego se enamoran, luego se acuestan, como tercer paso se mudan juntos, contigo fue completamente lo opuesto, vivieron juntos, se acostaron, se enamoraron, y terminaron como dos desconocidos.

—¿Es poético no lo crees? Un amor invertido.

—Sí, muy poético—dijo él con el ceño fruncido—pero lo poético no funciona en el mundo real, podrías escribir un buen libro sobre ello pero no importa lo que hagas no te quedarías con la chica en esta vida.

—Eres muy esperanzador Minino ¿Cómo va la tasa de suicidios en tu consulta?—gruñí reacomodándome el hielo en el ojo y en la entrepierna.

—Mis pacientes no se suicidan Angelito, y si te digo las cosas directo al hueso es porque te conozco, te quiero y sé que puedes soportarlo. Ahora, solo diré que la relación con esa chica así como va no tiene mucho futuro, como consejo te recomiendo que hagas las cosas por la vía tradicional, sé que es aburrido para el adicto a hacer todo como el forro que sé que eres, pero creo que deberías suprimir ese ¿Cómo llamarlo? Impulso de estupidez.

Puse mala cara y me guarde mis comentarios, Félix había heredado la sutileza de mi padre y de mi madre en su máxima expresión, no era la primera vez que me llamaba estúpido y no sería la última, pero por alguna extraña razón esta vez sí logró mellar mi ego.

La casa de puertas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora