En el mes que siguió a mi hospitalización pasaron tres cosas importantes.
1.- Mi hermana fijó su boda para el quince de septiembre (es decir justo a mediados del mes siguiente).
Tuve que recordarle que ese día era mi cumpleaños para que lo cambiara al siete de septiembre. A decir verdad no me importaba que se casara el día de mi cumpleaños pero sabía que se arrepentiría de ello cuando se diera cuenta que las fechas coincidían. Al final no fue tan terrible y pudo acomodarlo todo en el tiempo que le quedaba. No, no, no. Si fue terrible, ahora que recuerdo. Es increíble esto de la fragilidad de la memoria. Mi hermana se volvió igual de loca que las novias que pasan por la televisión, quizás más loca, no lo sé, no hay muchas mujeres en mi familia, la otra que conozco es mi madre y a ella le arreglaron la boda, no quería casarse chilló, gritó pataleó y la casaron igual, es decir, se volvió loca, pero creo que tenía razones suficientes para hacerlo.
En el caso de mi hermana la locura corrió completamente por su cuenta. Ocurrió a mediados de agosto y fue empeorando conforme subía de peso (lo cual fue muy rápido… y más de lo estimado), al final tanto Alex como yo nos escondíamos de ella detrás de la falda metafórica de Dena.
Estaba fuera de control y nosotros solo éramos dos pobres chicos sin ninguna culpa, casi sin ninguna culpa, relativamente ninguna culpa, potencialmente ninguna culpa, en teoría ninguna culpa, si nuestra legislación fuese más abierta podríamos haber tenido la absolución semi parcial de la culpa.
2.- La varicela me dejó tres pequeños recuerdos.
Y de todos los lugares donde podría haberlos dejado, me los dejó en la cara justo bajo mi ojo izquierdo. Fueron tres pequeñas depresiones redondeadas, no más grandes que una lenteja, siguiendo la curva de mi cuenca, muy simétricas y equidistantes. Justo aquí ¿Las ven? Bien.
Dena decía que hasta las cicatrices me quedaban bien, y Lorena reía. Ahí fue cuando mi compañera de departamento se enteró de mi pasado, lo poco agraciado que fui hasta los diecisiete—más menos cuando me abandonó la pubertad—, lo mal humorado y ominosos que era, y mi espeluznante mirada matutina. Entonces entendió el porqué de que Vicente me llamara constantemente “Patito Feo”.
3.- Vi a Camila dos veces en el mes.
En verdad la vi como diez veces pero solo le hablé dos. No me había pasado antes eso de encontrarme con ella por accidente, pero ese mes me pasó muchísimo. Es cierto que vamos a la misma universidad, pero de alguna manera inexplicable en año y medio no nos pillamos ni una sola vez, mientras que en un mes se me apareció hasta en la sopa.
Lo chistoso es que se suponía que había renunciado a ella, de verdad. Increíblemente chistoso, tanto que me daban ganas de aporrearme la cabeza contra todas las paredes cercanas. Todas.
No me sorprendí tanto como debía, estoy acostumbrado a los juegos del destino, no podría asegurarlo pero a veces se me antoja que soy la sección de comedia de la programación de dios. No me pone mucha atención, pero cuando lo hace es con el afán de reírse, y reírse fuerte. Por lo tanto, y sin ánimo de decepcionar a mis televidentes celestiales, la chica en cuestión coordinó su horario con el mío sin que ninguno de los dos lo supiera.
Ahí estaba, como una jodida maldición que me perseguía, Camila en el patio, Camila en la biblioteca, Camila en la cafetería, Camila en mis sueños, Camila en mi periódico, Camila en mi…
—Creí que te parecería gracioso—dijo Alex sentado a mi lado con el control del Play Station—era para relajar el ambiente.
—Y para relajar el ambiente pintaste mi cuarto, en mi ausencia, de rosado chillón a rosado princesa y dibujaste la cara de Camila en mi techo.
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La casa de puertas rojas
RomanceTengo un par de problemas últimamente ¿Dije últimamente? Quise decir toda mi vida. Partiendo por el hecho que a estas alturas la única persona que me escucha es una anciana que acabo de conocer en la sala de embarque del aeropuerto, seguido de que m...