♣ Epílogo: La casa de puertas rojas

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Un año y un mes más tarde…

Abro la puerta y lo primero que me encuentro son los ojos azul brillante de Liesl mirándome con una curiosidad inmensa. Ha sacado todo, absolutamente todo, de mi hermano. Ojos, cabello, forma de cara. Si hasta mi madre ha hecho comparaciones fotográficas de ambos y solo queda pensar que cuando crezca mi sobrina será la copia idéntica de su padre.

Dena me sonríe y se me tira al cuello chillando de emoción por todo el tiempo que ha pasado desde la última vez que nos vimos. Que dicho sea de paso solo fue hace tres meses.

No sé si la maternidad la ha cambiado o es el agua de Austria, pero últimamente se comporta como toda una mujer madura.

Mi hermano se acerca y le arrebato a la bebé de los brazos. Es tan bella la mocosa que parece una de esas muñequitas de porcelana. Cuando se ve libre de su hija me abraza y besa mi mejilla. También se queja de que hacía mucho que no hablábamos. Que dicho sea de paso fue hace una semana, por Skype.

Él también está cambiado, o por lo menos más tranquilo. Ya no hace bromas pesadas cuando llama, no tiene el sarcasmo a flor de labio y definitivamente ya no se va interminablemente de parranda… no sin Dena por lo menos.

Le sonrío a Liesl y ella carcajea. Tiene ese tipo de miradas brillantes que te llaman a mirarla sin parar, como si las estrellas se reflejaran en sus ojos inocentes.

Tomo una de sus manitos, ella aprieta de vuelta y se lleva mi dedo a su boca mientras ríe.

¡Mocosa exquisita! Voy a tener que dispararle a todos quienes se atrevan a mirarla… dispararles de verdad, no solo amenazarlos.

—No sé cómo lo haces, pero te adora—rezonga Dena—. He buscado niñeras por todo el continente y ninguna es lo suficientemente buena para la princesa ¡La vieras! En cuanto un extraño la toma rompe en llanto eternamente. Le hizo mañas a tu madre ¡A tu madre!

—Es que no queremos que ningún extraño malvado se te acerque ¿Cierto Liesl?—la lleno de besos en la cara y ella ríe, ríe y ríe—. Son los únicos besos que recibirás antes de que tu papi te mande al convento.

—Cuenta con ello—agrega Vicente tomando asiento en mi sala—, nadie nunca jamás le pondrá un dedo encima.

—Recuerda que es tu hija—canturrea Dena—y todo lo que tenga el apellido Vernetti atrae los problemas como un imán el hierro.

Vicente le sonríe con una cara de enamorado que lo hace ver patético. El “tifoncito” de hace tres años se hubiese burlado por horas del “Vicente Amaro Vernetti” de hoy.

—Te atraje a ti ¿No?—Dena le sonríe de vuelta y se besan ¡Si hasta parecen un matrimonio de verdad!

Su atmosfera de amor y buenos deseos comienza a darme alergia y decido toser deliberadamente para que se separen.

—Si tienes problemas para encontrar niñera yo podría cuidártela ¿Cierto Liesl? Tú y el tío Gabriel la pasarían de maravilla todas las tardes. Iríamos por helado, pasearíamos por Roma, te daría largas charlas de lo malos que son todos los hombres, y que es una buena opción el celibato o la homosexualidad. Si hasta podría llevarte a conocer al papa para que comenzaras a pensar en tomar los votos.

Dena bufa mientras Vicente me levanta ambos pulgares. Realmente la mocosa es un dulce, si no solucionamos el problema ahora, cuando tenga dieciséis se nos saldrá de las manos.

—Yo encantada te la dejaría, pero considerando las distancias entre Viena y Roma, creo que no me da el tiempo.

Al final Dena decidió pedir intercambio universitario y venirse a vivir acá a Europa con Vicente, y el decidió comprar una casa de verdad y mudarse a un lugar menos bulliciosos en Viena. Tienen un bonito hogar estilo rococó en el barrio residencial, Dena comenzará su último año de enfermería el año que viene y Vicente es miembro permanente en la sinfónica de Viena y además da clases… y ya no se gritan, ahora se susurran palabrotas, cada vez que se enojan, para no despertar a Liesl ¿Quién dijo que no había finales felices?

La casa de puertas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora