♣ Capítulo 22: Cuando pase el temblor

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—Uno de estos días Gabriel vas a tener que dejarte de pendejadas ¡Y lo digo en serio!

Lorenzo rodeó el auto hasta llegar al asiento del piloto, entró hecho una furia y se sentó pegando un portazo. No era una persona fácil de sacar de quicio, pero yo tenía ese don innato, podía sulfurarlo más rápido de lo que pestañeaba.

—Jódete Lorenzo—farfullé mientras rumiaba mi ira. Apoyé mi cuerpo en la ventanilla y miré la casa de la cual había salido hacía algunos minutos antes. Detestaba que me dijeran que hacer, donde ir y donde no ¡Era mayor de edad y eso me daba la libertad de hacer lo que se me viniera en gana!

Mi cuerpo se hundió dentro del auto en cuanto Lorenzo bajó la ventana. Me volteé enfurecido y con ganas de mandarle a la mierda.

—Súbete o te subo, pendejo.

Entré de malas ganas, no entendía como era qué, aun con mi mayoría de edad a cuestas, Lorenzo seguía dándome órdenes y yo obedeciéndolas como un fiel cachorrito. Necesitaba sentirme libre de esas estúpidas ataduras familiares, deseaba dejar de sentir que todos tenían poder sobre mí.

Ansiaba una libertad que no entendía del todo, una que iba a terminar destruyéndome.

Me quedé quieto en mi lugar, mirando la ventana como poseso, admirando los arboles pasar uno tras otro y la ciudad convertirse en bosque, en naturaleza, en tierra indómita.

—Creo que debemos hablar.

—No quiero hablar.

—Entonces no hables y escucha.

—No quiero escuchar—él suspiró largo y sonoro, indicando que yo era insoportable y que me estaba comportando como un adolescente mimado. Eso me sacó aún más de mis cabales e hizo mi bilis subir hasta mi boca.

—Eres un niño.

—¡No soy un puto niño!

—No lo parece. Por lo general los niños son quienes se escapan de fiesta sin permiso, los que se pelean con sus padres por burradas y los que no quieren ir a la universidad.

—¡Claro que quiero ir a la universidad! Lo que no quiero es estudiar leyes.

—¿Por qué no? Es lo tuyo.

—¿Por qué tú no lo hiciste? Papá también te iba a obligar, pero no lo hiciste.

—Yo tenía mis temas claros, Angelito, quería ser profesor, siempre lo quise, tú en cambio…

—Yo también tengo mis temas claros, no quiero ser abogado ¡Y deja de decirme Angelito! ¡Ya soy lo suficientemente mayor para que me trates como a un bebé!

—Es que te comportas como uno—rio suave y burlón. Lorenzo tenía una risa que siempre sonaba como si hubieses dicho lo más descabellado sobre la tierra, siempre te sentías estúpido a su lado, y muy probablemente lo eras. Lorenzo era una persona sabia, él lo sabía todo.

Imploté, completamente humillado por mi hermano mayor. No podía ser que aún se me tratara como un pequeño de cuna, ya no lo era un chiquillo, yo era un hombre.

—Muerte—gruñí desde mi furia.

—Y tú vete al infierno—soltó entre risillas que no hicieron menos que aumentar mi supremo desagrado.

Pero no me duró mucho la ira, no me duró nada la verdad.

La luz salió de la nada y no alcancé a girar la cabeza en su dirección antes de que nos impactara.

La casa de puertas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora