No hablamos mucho, Camila y yo, después de que me confesara su gran secreto. Pasamos dos días enteros sin hacerlo. Ella no llamó, yo no llamé. Fue más un asunto infantil. Según yo no tenía que enojarse tanto, por lo que, para hacer valer mi hombría, no tomé el teléfono en dos días completos.
Es irónico, esos fueron los últimos dos días que fuimos novios, y si me lo preguntan, hubiese preferido pasármelos hablando con ella sin parar que masticando mi estúpido orgullo. Creo que nunca terminaré de aprender a tragarme mi orgullo en los momentos precisos. Ya me pasó una vez. La última conversación que tuve con Lorenzo, fue algo como: ¡Muérete! ¡No, tú vete al infierno!... Bla, bla, bla.
Se supone que cuando algo te impacta así de fuerte en la vida deberías aprender, se supone. Yo no lo hice, sigo cometiendo el mismo error, tropezándome con la misma piedra y cayendo al suelo una y otra y otra vez, cada vez más fuerte que la anterior, debo decir. Sigo preguntándome: Si Lorenzo siguiera vivo ¿Se sentiría igual a como yo me siento?
No sé si se dieron cuenta, pero de aquí en adelante las cosas se ponen un poco depresivas, más que nada porque en esta parte es donde me doy cuenta de que mi estabilidad emocional se asemeja mucho a un equilibrista en un circo de última categoría. Es triste tocar fondo… dos veces.
Lo que sí puedo decirles es que en menos de una semana habré terminado con Camila, recuperado a mi mejor amigo y regresado a la casa de mis padres. Todas estas acciones sin conservar ni un mínimo atisbo de mi dignidad. Creo que esos fueron los últimos dos días en los que pude disfrutar de mi orgullo, después de eso no quedaría nada.
Pero no nos adelantemos. Vayamos a la parte en que yo y Camila no hablábamos.
Al tercer día, durante el transcurso de la mañana, me di cuenta de una cosa muy importante: la extrañaba a montones. Era innegable, necesitaba hablar con ella aunque fuera para seguir peleando. Ridículo ¿No?
Por otra parte, un día antes, Alex emprendió un pequeño viaje al sur, la empresa para la cual estaba trabajando lo había enviado para hacer una presentación sobre la nueva imagen de la compañía, solo serían dos días. Al principio se negó, más que nada porque Lena tenía fecha para la semana siguiente a esa. Aun así mi hermana se las ingenió para convencerlo de que fuera de todos modos, mal que mal mis sobrinas aun no habrían nacido para cuando él volviera.
¡Oh, sí, nacieron ese mismo día!
Realmente esa fue toda una travesía que ahora podría, de una manera muy retorcida, darme hasta risa, pero en ese minuto fue una de las situaciones más límite que jamás he enfrentado.
Creo que puedo lidiar con un hermano muerto, dos me hubiesen destruido.
Pero bueno, vamos en orden. Primero Camila.
Ese día mi estado de ánimo viajaba entre la ira contenida y la indiferencia, pero al final mis ganas de estar con ella fueron más fuertes, y terminé persiguiéndola, como siempre.
Antes de salir le pregunté a mi hermana como se sentía, ella respondió que bien, que solo le dolía un poco la espalda desde la noche anterior, y con la barriga que tenía no me pareció extraño que le doliese, es más, hasta me preguntaba que como no se le había partido ya por la mitad.
Cabe mencionar ahora que mi hermana tiene un umbral de dolor estúpidamente alto, pero en ese entonces nadie sabía. Se había luxado ambos brazos de pequeña y además se había fracturado una pierna, cada vez que cocinaba se quemaba las manos con gotas de aceite y ni lo sentía. Lena apenas si se daba cuenta cuando algo le dolía ¿Cómo darse cuenta de que su dolor de espaldas no era otra cosa que contracciones? En fin.
ESTÁS LEYENDO
La casa de puertas rojas
Roman d'amourTengo un par de problemas últimamente ¿Dije últimamente? Quise decir toda mi vida. Partiendo por el hecho que a estas alturas la única persona que me escucha es una anciana que acabo de conocer en la sala de embarque del aeropuerto, seguido de que m...