Primera Parte: EL REFUGIADO - CAPÍTULO 5

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CAPÍTULO 5

Observé el frente de la casa por un momento. Aquella no era la casa blanca y modesta de Strabons que yo había conocido, la casa con la cúpula de vitrales. Aquel era un caserón enorme de dos plantas con numerosas habitaciones y una enorme cochera. En el frente, había un hermoso y amplio jardín con ligustros recortados formando figuras geométricas, y macizos con coloridas flores. Respiré hondo y me dirigí a la puerta principal por una vereda con baldosas anaranjadas. Toqué el timbre, y después de un momento, escuché las llaves abriendo la pesada puerta de madera de dos hojas. La puerta se abrió, y una mujer de unos cuarenta años apareció ante mí: Nora. La recordaba de cuando había traído el té en mi encuentro con Strabons en la casa de la cúpula de vitrales. Parecía bastante más joven.

—Hola— dije con mi mejor sonrisa.

—¿Qué desea?— preguntó ella, desconfiada.

No pareció reconocerme.

—Soy...—. Pensé en presentarme con el nombre de Strabons, pero luego cambié de idea—. El doctor Strabons me envió. Dijo que llamaría por teléfono para avisar de mi llegada.

—¿Usted es el nieto?— preguntó ella con un gesto de disgusto.

—Sí.

Nora me miró de pies a cabeza con el ceño fruncido. Dio vuelta la cabeza hacia el interior de la casa y llamó por encima del hombro:

—¡Mercuccio!

Unos momentos después, un hombre de unos treinta años, con un uniforme negro, apareció junto a ella. Me pareció que era el chofer de la señora Cerbara, la mujer que me había sacado del complejo de los hermanos del Divino Orden, pero no estaba seguro. Se veía diferente, más joven, y el corte de pelo era distinto. Tal vez me fallaba la memoria, después de todo, solo lo había visto brevemente cuando lo conocí.

El hombre me estudió por un largo momento.

—¿Es esa la ropa del doctor?— preguntó suspicaz.

—Sí... eh... tuve un percance y el doctor me prestó su ropa— intenté explicar.

—Este es peor que los otros— le dijo Mercuccio a Nora. Ella asintió con la cabeza.

—¿Hay algún problema?— pregunté.

—¿Le quitó hasta la ropa?— me acusó Mercuccio.

—Yo no le...— comencé, pero Nora me cortó en seco:

—Escuche, no sé qué historia le contó al doctor, pero no piense que puede aparecerse así como así a reclamar una herencia que usted imagina que le pertenece.

LA PROFECÍA DEL REGRESO - Libro II de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora