Segunda Parte: EL DOCTOR - CAPÍTULO 20

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CAPÍTULO 20

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CAPÍTULO 20

Llegué a la casa de Nora hecho una furia. Siete años perdidos buscando la forma de construir aquella maldita cúpula, y no podría salvar a Dana. Entré en la biblioteca y comencé arrancar todas las fotos y dibujos de cúpulas de las paredes, rompiéndolos en mil pedazos, estrujándolos con fuerza entre mis dedos. Abrí la puerta que daba al patio desde la biblioteca y salí a ver el hermoso parquizado que Mercuccio había arreglado para mí. Pero para mí no era hermoso, era solo el doloroso recordatorio de mi fracaso.

Tomé todos los libros sobre cúpulas que estaban sobre la mesa y los acarreé hasta el patio, hasta el lugar donde debería haber estado la cúpula. Los fui arrojando al césped, haciendo una enorme pila junto con los trozos de fotos y dibujos.

Nora salió al patio desde la cocina con una sonrisa al ver que yo había decidido finalmente seguir su consejo y salir un poco al aire libre aunque más no fuera al patio. Su sonrisa se apagó de inmediato cuando vio lo que estaba haciendo.

—¿Strabons? ¿Qué pasa? ¿Qué está haciendo?— me preguntó, sorprendida.

Nora avanzó por la vereda y me tomó del brazo para detenerme. Me solté bruscamente de su mano y entré a la biblioteca para traer más libros.

—¡Strabons!— me gritó ella.

La ignoré y seguí acumulando más libros en la pila sobre la hierba. Ella se metió a la cocina, llamando a gritos a Mercuccio.

Cuando hube sacado hasta el último libro sobre cúpulas, entré otra vez a la casa y busqué una botella de alcohol y fósforos. Rocié el alcohol sobre la pila de libros y encendí un fósforo. Miré la pequeña llama por un momento, hipnotizado por el fuego ondulante. Escuchaba gritos de alguien que me llamaba a mis espaldas, pero mi mente estaba en otro mundo. Me acerqué a la pila de libros y arrojé el fósforo. El calor de la llamarada me acarició el rostro. Justo a tiempo, antes de que las llamas me alcanzaran, sentí un tirón violento hacia atrás desde los hombros. Caí de espaldas sobre Mercuccio. Intenté levantarme, pero Mercuccio me tenía rodeado con sus brazos y me sostenía con fuerza contra él. Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas enrojecidas por el calor del fuego, mientras observaba la destrucción de los últimos siete años de mi vida, la destrucción de la posibilidad de salvar a Dana.

El destino se había burlado de mí otra vez. Cuando por fin el décimo Antiguo me había contactado, cuando por fin parecía que iba a conseguir mi objetivo, todo se volvía a desmoronar y la posibilidad de salvar a la mujer que amaba se escurría entre mis dedos. ¡Maldita cúpula! ¡Maldito mundo! ¡Malditos todos!

Lloraba amargamente, mientras veía como el papel de los libros se retorcía y se ennegrecía en agonía, consumido por el fuego. Me sentía como esos libros quemados, con el corazón retorcido por el dolor, con el alma ennegrecida por la culpa de haberla dejado morir.

Apenas pude percibir que Nora estaba arrodillada a mi lado. Había tomado mi cabeza entre sus manos y me la había apoyado en su falda, acariciando mi cabello, diciéndome palabras de consuelo que en mi estado de angustia no podía discernir.

Cuando dejé de luchar por arrojarme al fuego junto con los libros, Mercuccio aflojó el abrazo que me mantenía inmovilizado contra el suelo. Me dio un apretón comprensivo en el hombro, y luego se puso de pie para buscar un balde. Lo cargó con agua de la fuente y apagó el fuego.

Suavemente, me levantaron entre los dos y me llevaron hasta la cocina, sentándome en una silla. Nora me trajo una taza de té, pero las manos me temblaban demasiado para sostenerla. Ella tomó la taza de mis manos y la apoyó en la mesa. Los dos se sentaron a la mesa conmigo, esperando en silencio a que yo me calmara.

Estuve un buen rato con la mirada fija en el vacío.

—Todo va a estar bien, las cosas van a salir como deben, ya lo verá— me alentó Nora, pasando un brazo por mis hombros.

Nora no sabía que sus palabras representaban una contradicción, porque si las cosas salían como debían, nada iba a estar bien, Dana iba a morir.

—Alquilé un automóvil por unos días hasta que compre otro. ¿Por qué no lo llevo a dar un paseo?— ofreció Mercuccio.

Levanté la vista por primera vez hacia él.

—Quiero ir al bosque— dije.

—Claro, por supuesto— dijo él, poniéndose de pie—. Iré a cargar las cosas en el coche.

—El bosque le hará bien— concedió Nora. De inmediato, comenzó a preparar unas viandas para que llevara.

Necesitaba calmarme. Necesitaba estar solo. Necesitaba pensar. Sí, el bosque me haría bien. Me levanté de la mesa y fui a cambiarme de ropa, mientras Mercuccio y Nora lo preparaban todo.

Agradecí interiormente que Nora y Mercuccio no me preguntaran qué había pasado, por qué había quemado los libros. Aunque a veces me molestaba con ellos, debía admitir que nunca me habían presionado para que les revelara cosas sobre mí, sobre mi pasado, sobre mi futuro. El hecho de que no se entrometieran en mis asuntos me hacía sentir cómodo con ellos, pero a la vez, me sentía solo por no poder compartir con nadie las cosas que me habían sucedido. Había pasado tanto tiempo con todas esas cosas guardadas dentro de mí, que había llegado a perder la perspectiva. Por momentos, había llegado a pensar que todo había sido una fantasía, que el Círculo y todas mis vivencias en él estaban solo en mi mente.Solo Dana me hacía recordar que todo había sido real. El encuentro con Humberto ayudó también a traer a la realidad cosas que por mucho tiempo me habían comenzado a parecer partes de un sueño, cosas que casi había olvidado, como mi verdadero nombre, como el hecho de que el Círculo era tan real como este mundo.    

LA PROFECÍA DEL REGRESO - Libro II de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora