CAPÍTULO 37
Cuando llegamos del banco, Mercuccio guardó el auto, y luego nos dirigimos a la entrada principal de la casa. Sonreí al ver el color del frente de la casa: blanco. Mercuccio lo había pintado a pedido de Nora. Las cosas parecían ir encajando poco a poco.
Apenas rocé el picaporte de la puerta, cuando Juliana abrió desde adentro, ansiosa. Aunque tenía el corazón aún emocionado por lo que había encontrado en la caja, me forcé a mostrar un rostro impasible.
—¿Y?— preguntó Juliana, mirándome de arriba a abajo.
—Nada— mentí.
—¿Qué?— exclamó ella incrédula, mirando mis manos vacías. Dirigió su mirada inquisitiva a Mercuccio. Él desvió su mirada al cielo y fingió estar interesado en una nube que pasaba sobre nuestras cabezas. Me había visto cargar el bolso en el baúl del auto y sabía que estaba mintiendo.
—Entiendo— murmuró ella con el semblante ensombrecido—. Todavía no confía en mí.
Antes de que pudiera decirle nada, dio media vuelta y se metió en la casa.
—Espero que sepa lo que hace— me murmuró Mercuccio al oído al pasar junto a mí.
Suspiré y entré finalmente a la sala de estar, cerrando la puerta tras de mí. No podía revelar a Juliana el hallazgo hasta no ver bien de qué se trataba. Tenía que asegurarme de que no hubiera nada que yo no quisiera revelar.
Pasé por el comedor y luego por la cocina, hacia mi habitación.
—¿Qué le hizo ahora?— me preguntó Nora en tono de reproche al verme pasar por la cocina.
—Nada, ¿por qué?
—Pasó corriendo y se encerró en su habitación. Creo que estaba llorando. Debe haberle hecho algo.
—No tengo tiempo para ocuparme de sus caprichos. Tengo cosas más importantes que hacer— dije.
—Como quiera, pero si se va otra vez, yo no voy a mover un dedo para traerla de vuelta. Tendrá que buscarla y convencerla usted.
—No se irá— le dije—. No es para tanto.
Seguí mi camino hacia mi habitación. Pasé por la de ella y me detuve un momento ante la puerta cerrada. Mercuccio había terminado de acondicionar la habitación la tarde anterior, y Juliana estaba muy contenta con el resultado. Apoyé el oído en la puerta. Se escuchaba movimiento, pero no oía llanto. Solo había sido un berrinche, ella estaría bien.
Me encerré en mi recuperada habitación. Unos momentos más tarde, apareció Mercuccio con el bolso. Tenía el rostro serio y hacía todo lo posible por demostrar que no aprobaba mis acciones por medio de un obstinado silencio.
—Mercuccio, entiende que debo estudiar primero esto yo solo antes de revelarlo a otros. El contenido de esos cuadernos puede ponerlos en riesgo a todos.
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LA PROFECÍA DEL REGRESO - Libro II de la SAGA DE LUG
FantasíaPerdí el sentido en aquel maldito hoyo sin fin. No sé cuánto tiempo habré estado cayendo, lo cierto es que pensé que había muerto. Pero la caída en aquel pozo, que yo había creído era el final, fue en realidad un nuevo principio... LA PROFECÍA DEL R...