Segunda Parte: EL DOCTOR - CAPÍTULO 42

222 31 0
                                    

CAPÍTULO 42

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

CAPÍTULO 42

Al entrar al comedor, las dos nos estaban esperando. Juliana tamborileaba con los dedos sobre la mesa, y Nora estaba cruzada de brazos. Las dos con mirada furiosa.

—Oh, no— murmuré.

—Parece que lo atraparon— me susurró Mercuccio a mi lado.

—¿Por qué no se sienta, Lug?— me invitó Nora con tono helado.

¿Lug? ¿Por qué Nora me había llamado así? Ella no sabía... Mi mirada saltó a Juliana.

—Merecían conocer la historia— dijo ella. No se estaba disculpando, solo estaba estableciendo un hecho.

—¿Merecían?— repetí, volviéndome hacia Mercuccio—. ¿Tú también lo sabes?

Mercuccio se encogió de hombros, tratando de poner cara de inocente.

—¿Desde cuándo...?— quise saber.

—Dos semanas— respondió él.

—No tenías derecho— le reproché a Juliana, enojado, con un dedo en alto. Ella no se inmutó ante mi ira.

—Usted no es el más indicado para hablar de derechos— me respondió—. Ahora siéntese— me ordenó.

Gruñendo por lo bajo, me senté en una silla del otro lado de la mesa, quedando frente a las dos. Mercuccio se deslizó lentamente junto a la pared como para pasar desapercibido. Cuando ya iba llegando a la puerta que daba a la cocina, Nora lo detuvo en seco solo con la mirada. Nora inclinó la cabeza hacia la otra silla que estaba a mi lado. Mercuccio tragó saliva y se vino a sentar junto a mí.

Juliana apoyó ambas palmas sobre la mesa.

—Muy bien, ahora que estamos todos, cuéntenos el resto de la historia— dijo.

Parecía una jueza abriendo una sesión de la corte, y Mercuccio y yo éramos los acusados del mayor de los crímenes para ella: ocultar la verdad.

—¿Qué resto de la historia?— pregunté—. Parece que ya todos saben todo.

—Bueno, podría comenzar por decirnos por qué fueron al bosque en medio de la noche.

Miré acusadoramente a Mercuccio.

—Yo no dije nada, lo juro— protestó él. Era cierto, no había tenido tiempo ni oportunidad de revelar nada.

—¿Cómo sabes que estuvimos en el bosque?— pregunté, intrigado.

Ella suspiró como si la respuesta fuera lo más obvio del mundo.

—Tiene una hoja de eucalipto enredada en el cabello. No hay eucaliptos en la ciudad.

Me pasé la mano por el cabello, desenredé la hoja delatora y la apoyé sobre la mesa.

LA PROFECÍA DEL REGRESO - Libro II de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora