Segunda Parte: EL DOCTOR - CAPÍTULO 57

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CAPÍTULO 57

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CAPÍTULO 57

—Eres patético— le gruñó Hermes a Bruno—. Debí traer a los otros dos en vez de a ti. No tenían mucho cerebro, pero al menos no eran tan pusilánimes como tú. Si no vas a hacer tu trabajo, lo haré yo mismo.

Y así diciendo, sacó el cuchillo de su cinto y se encaminó hacia donde Bruno aún tenía encañonada a Juliana con la pistola.

—Si la tocas, te mataré— le advertí, desenvainando mi espada.

Hermes hizo caso omiso de mi amenaza y siguió caminando hacia Juliana.

—Lo que todavía no entiendo es por qué me tienes tanto miedo— dije.

Hermes se detuvo en seco.

—Es decir, en el Círculo tal vez tu miedo era justificado. Con mi habilidad y con la Perla... ¿cómo podías siquiera atreverte a enfrentarme? ¿Pero aquí? ¿Qué es lo que te detiene?— seguí.

Hermes se dio vuelta hacia mí lentamente, los dientes apretados, los nudillos de la mano que sostenía el cuchillo estaban blancos por la presión en la empuñadura, los ojos llenos de fuego.

—Yo no te tengo miedo, ni en el Círculo ni aquí— gruñó.

—¿En serio? Sin embargo tus actos dicen otra cosa. ¿Qué has hecho desde que llegaste aquí? Mataste a un anciano en un hospital, muy valiente de tu parte, después me envenenaste en el bosque para incapacitarme porque no te atrevías a enfrentarme en pleno uso de mis facultades. Veamos qué más... ah sí, mataste a un pobre hombre indefenso en una iglesia, y ahora te escudas detrás de una mujer inocente para mantenerme a raya. Estoy aquí, Hermes, adelante tuyo y estoy cansado de tu cobardía. Enfréntame de una vez o ve a esconderte en alguna otra isla, este mundo tiene muchas.

—Muy bien— gruñó Hermes. Guardó su cuchillo y se sacó el sobretodo—. Como quieras, te mataré primero y después la mataré a ella. La mataré con muerte triple, como lo hice con Loras y Gaspar, como lo hice con Strabons, y luego seguiré con tus otros amigos. Pagarán muy caro el haberte ayudado.

Me saqué el sobretodo y lo arrojé lejos. Levanté la espada, sosteniéndola con las dos manos, esperando el ataque.

—¿Piensas pelear con esa espada de juguete?— me dijo con sorna—. Me lo haces demasiado fácil— dijo, desenvainando solemnemente su espada.

Contuve la respiración por un momento. Su espada era una espada magnífica, perfectamente balanceada. Tenía un sol tallado en el pomo, y la acanaladura de la hoja tenía grabados unos espirales entrelazados. Aquella era una genuina espada forjada especialmente por Govannon. Aquella era mi espada, la verdadera. Los símbolos de plata tallados en la guarda reflejaron la luz del sol moribundo de la tarde, formando mi nombre.

LA PROFECÍA DEL REGRESO - Libro II de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora