Segunda Parte: EL DOCTOR - CAPÍTULO 45

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CAPÍTULO 45

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CAPÍTULO 45

Querido doctor:

Estos días con Luigi han sido gloriosos. Ojalá existieran palabras que pudieran expresar la gratitud que siento para con usted por haberme dejado venir a verlo en este viaje. Nunca había sentido lo que siento al estar con él. Pero su presencia invade todos mis pensamientos, y no he adelantado nada de la investigación. No puedo pensar en otra cosa que no sea él. Es por eso que le pedí que no me acompañe a Jerusalén. No puedo concentrarme en nada si él está a mi lado. Aunque separarme de él duele, sé que debo hacerlo para continuar con mi trabajo.

Luigi me ha dado algunas buenas ideas de dónde comenzar con la búsqueda en Jerusalén. Sé que el plan era esperarlo a usted e ir juntos, pero Luigi debe recomenzar su trabajo mañana, y no podré verlo por unos días. No quiero estar aquí perdiendo el tiempo, cuando podría estar adelantando trabajo en Jerusalén. Así que supongo que lo veré allá. Estaré en el hotel King David.

Ya sé que se pondrá loco y se enojará conmigo cuando reciba este correo, pero para compensar, le tengo una sorpresa que lo dejará sin respiración. ¿Recuerda que Luigi quería mostrarme algo que había encontrado? No podrá creer lo que halló. Le envié una fotografía. No me atreví a enviarla por correo electrónico por miedo a que fuera interceptada de alguna forma, así que la recibirá por correo postal entre hoy y mañana.

Saludos a Nora y a Mercuccio.

Cariños para usted,

Juliana.

Di un puñetazo en la mesa del escritorio que casi hizo caer el monitor de la computadora. Solo faltaban tres días para que habilitaran mi pasaporte, solo tres días. ¿Por qué no podía esperar tres días? Jerusalén era un lugar peligroso para una mujer sola. Debí hablar con Luigi, pedirle que la acompañara y la protegiera, pero no vi venir esto. Todos los correos anteriores solo hablaban de los lugares que había visitado con él en Roma, y de los buenos momentos que estaban pasando. Nunca imaginé que de un día para el otro decidiría ir sola a medio oriente. ¿En qué estaba pensando Luigi? ¿Cómo la había dejado ir sola? No, la culpa no era de Luigi, era mía. Conocía bien a Juliana, y debí imaginar que tramaba algo como esto. Sabía de su temperamento, y entendía que seguramente, Luigi no había podido hacer nada para detenerla. Tal vez hasta lo había engañado a él, diciéndole que se quedaría en Roma hasta que yo llegara, y luego había tomado un avión a Jerusalén sin avisarle. Si algo le pasaba... nunca me lo perdonaría.

Pensé en escribirle y regañarla, ordenarle que volviera inmediatamente a Roma. Pensé en hablar con Luigi, pedirle que la fuera a buscar. No, aquello no serviría. Ella ya debía estar en el hotel a estas horas. Nunca aceptaría volver y nunca consentiría que Luigi fuera para allá.

Golpeé el escritorio una vez más, frustrado. No podía salir del país hasta dentro de tres días. No podía protegerla desde aquí... No podía...

Traté de calmarme y razonar. No debía pensar en lo que no podía hacer, debía concentrarme en lo que sí podía ayudar. ¡Por supuesto! ¡Bruno! Ahora, ¿dónde había dejado esa tarjeta que me dio en el museo? Revolví toda mi habitación hasta que la encontré en el bolsillo de un saco.

Bruno estaba en Florencia, su ciudad favorita, y el lugar donde residía cuando no estaba trabajando en nada en particular. Prometió ir tras Juliana y cuidarla, lo cual tranquilizó mi conciencia.

Cerca del mediodía, Mercuccio me interrumpió mientras daba los últimos toques al diseño de la cúpula. Creí que venía a llamarme a almorzar, pero traía un sobre marrón bajo el brazo.

—Esto llegó para usted— me dijo, alcanzándome el sobre.

—¿De Juliana?

Mercuccio asintió.

Salté de la silla y tomé el sobre de sus manos. Lo abrí rápidamente. Contenía una fotografía.

—¿Qué es?— preguntó Mercuccio con curiosidad, asomándose por sobre mi hombro.

—Es una foto de un libro antiguo— respondí.

—¿Otro?

La tapa de cuero tenía unos símbolos grabados, símbolos del idioma de Yarcon. Había repartido el último mes entre terminar el diseño de la cúpula y aprender el idioma de Yarcon usando los glosarios que Juliana había confeccionado para trabajar con el mapa. No conocía el idioma tanto como ella, pero sabía lo suficiente para saber lo que decía la tapa de aquel libro. Juliana tenía razón, el hallazgo me dejó sin respiración.

—Este no es simplemente otro libro, este es el libro— dije con la voz temblorosa por la emoción—. Este es el Manuscrito de los Orígenes. Luigi lo encontró.

—¿El libro de las profecías?

Asentí con la mirada clavada en la foto.

—¿Dónde lo encontró?

—No tengo ni la menor idea— respondí.

Juliana tenía razón, aquella sorpresa me hizo olvidar lo enojado que estaba con ella.

Querido doctor:

Gracias por no haberme reprendido por venir sola a Jerusalén. Sé lo difícil que debe haber sido para usted no enviar por mí y llevarme de vuelta a casa. Le aseguro que estoy bien y le agradezco que haya confiado en mí.

Jerusalén es increíble. Hay más información aquí de la que podríamos procesar en toda una vida, pero entre la maraña, he podido vislumbrar algo que puede ser útil: los israelitas afirman que el centro del mundo es el monte Tabor. He decidido ir allá para ver las cosas más de cerca.

Le escribiré cuando tenga alguna novedad.

Juliana.

Al día siguiente, mientras leía su correo, Mercuccio llegó con otro sobre. Eran los pasaportes.

Me sorprendió que Juliana no mencionara nada de Bruno en su mensaje. Tal vez todavía no la había alcanzado en Israel. No importaba, ahora podría ir yo mismo a protegerla. Solo mantente a salvo hasta que yo llegue, solo unas horas más.    

LA PROFECÍA DEL REGRESO - Libro II de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora