Segunda Parte: EL DOCTOR - CAPÍTULO 55

223 29 0
                                    

CAPÍTULO 55

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

CAPÍTULO 55

El ruido se hizo más fuerte al sacarme los auriculares. Recogí mi espada envainada del piso, y abrí la puerta del helicóptero. Salí, alejándome agachado para evitar las enormes aspas. Mercuccio y Luigi me siguieron, entrecerrando los ojos, con el cabello revuelto por el viento provocado por la hélice aún en movimiento.

Nos dirigimos al hangar, donde un lugareño nos miraba con curiosidad, apoyado sobre el marco de una enorme puerta de chapa.

—Hi, I'm Luigi— se presentó Luigi, extendiendo una mano.

—Jerry— contestó el otro, estrechando la mano extendida.

—We were wondering if another helicopter or plane has landed here earlier today— le preguntó Luigi.

—As a matter of fact, yes. A couple of hours ago— respondió Jerry.

—How many were they?

—Three and the pilot, just like you. Are they friends of yours?

—Not exactly. Was there a woman with them?

—Yes, one of them was a woman.

—Curly long dark hair? Brown eyes?

—Yeah.

—Was she hurt?

—I don't think so, but she seemed a bit distressed. I tried to talk to her, but she wouldn't answer.

—She was being coerced— dijo Luigi con los dientes apretados.

—I gathered as much. Do you want me to call the police?

—No, it's ok, we'll handle it. We are here to help her. Do you know where they were headed?

—Dun Aengus.

—What's that?

—It's an archeological site. It's a fort on the edge of a cliff, seven kilometres west from here— explicó Jerry, señalando hacia el oeste con la mano.

—Right. How can we get there?

—Come on in, I'll show you in a map.

Luigi se dio vuelta hacia nosotros:

—Dice que aterrizaron hace un par de horas. Juliana estaba con ellos. Aparentemente está bien. Dice que fueron a Dun Aengus. Son unas ruinas de un fuerte a siete kilómetros hacia el oeste. Va a mostrarme cómo llegar en un mapa— nos explicó.

Asentí. Luigi se metió en el hangar con Jerry, mientras Mercuccio y yo esperábamos afuera.

—No lo entiendo— dijo Mercuccio—. Hermes ha estado buscándolo por años, lo tiene a su merced, de rodillas ante él, desarmado, indefenso, y prefiere dejarlo ir y llevarse a Juliana. ¿Por qué no aprovechó la oportunidad para matarlo a usted?

—Hermes está enfermo de odio— expliqué—. Sabe que me hará más daño de esta manera. Quiere destruirme no solo físicamente, sino emocionalmente también.

—¿Cree que realmente matará a Juliana?

—Sí, pero no antes de que yo llegue al lugar, querrá torturarla primero.

—¿Por qué?

—Quiere repetir lo que pasó durante mi último día en el Círculo. La mujer que yo amaba, Dana... Bress la mató, pero fue torturada primero. Hermes piensa que Juliana es a quién amo ahora, y quiere que vuelva a sentir la misma desesperación y angustia que sentí con Dana. Quiere enseñarme, demostrarme que no tengo permitido amar a nadie sin que corra un espantoso destino. Por eso necesito que tú y Luigi se queden, y me dejen ir solo a Dun Aengus. En mi último día en la isla, Hermes asesinó a mis dos amigos, Loras y Gaspar, con muerte triple, y los colgó de un poste para que yo me los encontrara. Hará lo mismo con ustedes si los encuentra— expliqué.

—Ellos son solo dos. Si somos tres contra ellos, tenemos más oportunidad. Debe dejarse ayudar, Lug, para eso estamos los amigos— me dijo Mercuccio, apoyando una mano en mi hombro.

Saqué su mano de mi hombro y puse las dos mías en los de él, girándolo para mirarlo de frente a los ojos.

—Escúchame bien Mercuccio, Gaspar era un marino experimentado con mayor fuerza física que Hermes, y Loras era un guerrero, era capitán de un ejército y estaba armado. Aún así, Hermes los mató a los dos él solo. Tú y Luigi no tienen oportunidad.

Mercuccio tragó saliva, desviando la mirada al suelo.

—Entonces... ¿qué oportunidad tiene usted?— murmuró, aun con la vista en el piso.

—He tenido cinco encuentros con él y aún estoy vivo— dije.

Mercuccio suspiró.

—¿Cómo voy a hacer para disuadir a Luigi de ir allá? Ya vio el temperamento que tiene, es más obstinado que Juliana o que usted— protestó Mercuccio.

—No creo que puedas disuadirlo, tendrás que retrasarlo de alguna manera.

—¿Y cómo voy a hacer eso?

—Eres un amigo muy inteligente, estoy seguro de que encontrarás la manera— dije, palmeándole la espalda.

—Lug... ¿Cómo nos encontró Hermes? ¿Cómo supo...?

—No lo sé— respondí—. Pero ya no importa. Quise hacer jugar a Hermes con mis reglas, pero terminé jugando con las suyas otra vez. Ya no tengo tiempo de cambiar las reglas, solo puedo seguirlas para salvar a Juliana.

Luigi se despidió de Jerry y le dio las gracias por su ayuda. Luego se acercó hasta donde estábamos nosotros, tenía un papel en la mano.

—Jerry dice que los autobuses y los carros con caballos que van hasta Dun Aengus llevando turistas ya no salen a esta hora, pero me dijo que podemos alquilar bicicletas para llegar hasta allá. El último tramo es un poco empinado, y seguramente lo tendremos que hacer caminando. Aquí me dibujó un mapa de cómo llegar— dijo, extendiéndome el papel.

Tomé el mapa y lo estudié, pensativo, no parecía difícil llegar. Lo memoricé y se lo devolví.

—Tú y Mercuccio alquilen un par de bicicletas— le dije—. ¿Dónde averiguo lo de los carros con caballos?

—Los carros ya no salen a esta hora— señaló Luigi.

—Sí, pero no me interesan los carros, solo los caballos. No creo que tengan problemas en prestarme uno si les ofrezco una buena cantidad de dinero.

—¿Sabe montar?— me preguntó Luigi, sorprendido.

—Luigi, te sorprendería la cantidad de kilómetros que he recorrido a caballo... y en unicornio.

Luigi se volvió hacia Mercuccio.

—¿De qué está hablando?

Mercuccio encontró más fácil encogerse de hombros que ponerse a explicar mis palabras.    

LA PROFECÍA DEL REGRESO - Libro II de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora