Segunda Parte: EL DOCTOR - CAPÍTULO 34

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CAPÍTULO 34

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CAPÍTULO 34

Cuando Juliana me vio entrar a la biblioteca de la casa de Nora, se arrojó a mis brazos, llorando. Había estado seria y callada desde que habíamos llegado de Londres dos días atrás. Sabía que estaba preocupada por mí, por lo que pasaría si lograba encontrar la salida del mundo, pero esto debía ser algo más.

—¿Qué sucede?— le pregunté suavemente mientras ella enterraba la cabeza en mi pecho.

Sollozando, ella solo señaló la computadora. La pantalla mostraba una página de internet de noticias. La portada anunciaba que Inglaterra entera estaba conmocionada por el crimen de Hereford. El encargado de relaciones públicas de la catedral de Hereford, asiento de uno de los más importantes mapas medievales del mundo, había sido encontrado muerto. Había sido violentamente asesinado. Al parecer, lo habían ahogado en el agua de la pira bautismal, lo habían golpeado en la cabeza y lo habían colgado del cuello de una de las columnas de la nave central de la catedral. La policía estimaba que ya estaba muerto cuando lo colgaron.

Muerte triple.

—Oh, Juliana...— murmuré.

Ella aflojó el abrazo y se secó un poco las lágrimas.

—Esto es mi culpa— gimió.

—Juliana, no...

—Sí, yo le di su nombre, yo lo condené a muerte.

—No tenías forma de saber que Hermes llegaría hasta él— traté de consolarla, secando una lágrima de su mejilla con el pulgar.

—Cometí un error, y ese error le costó la vida a una persona inocente. Cuando me habló de Hermes... nunca entendí lo peligroso que era, hasta ahora... nunca pensé... Podríamos haber sido nosotros los colgados de esa columna.

—Juliana— le dije, tomando su rostro entre mis manos y mirándola directo a los ojos—, aun estás a tiempo de abandonar esta investigación. No te pediré que arriesgues tu vida por esto. Debes alejarte de mí mientras puedas, mientras Hermes no sepa de ti.

—Ya es tarde— musitó ella.

—¿De qué hablas?

—Si Hermes encontró a ese hombre interceptando un correo electrónico privado mío, ya sabe quién soy, y sabe que estoy con usted.

Me corrió un escalofrío por la espalda. Le solté el rostro, y me la quedé mirando sin palabras por un momento. Extendí una mano hacia atrás, hasta tocar el respaldo de una silla, y me dejé caer pesadamente en ella, ensimismado, con la mirada perdida, pensando. Yo también había cometido un error, el error de pensar que Juliana estaría a salvo. Yo la había condenado a muerte al dejarla trabajar como mi asistente. Había dejado morir a Dana y ahora había condenado a la inocente Juliana al mismo destino. La culpa me oprimía el pecho y no me dejaba respirar.

—Lo que no entiendo es cómo lo logró. No es fácil interceptar un correo, violar una cuenta— dijo ella.

—Tal vez haya contratado a algún experto— ofrecí.

LA PROFECÍA DEL REGRESO - Libro II de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora