Perdí el sentido en aquel maldito hoyo sin fin. No sé cuánto tiempo habré estado cayendo, lo cierto es que pensé que había muerto. Pero la caída en aquel pozo, que yo había creído era el final, fue en realidad un nuevo principio...
LA PROFECÍA DEL R...
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CAPÍTULO 58
Mis manos trataron de agarrar desesperadas la hierba, mis dedos trataron de enterrarse en la tierra, mientras mi cuerpo era arrastrado hacia el abismo. Por un momento, estuve sujeto al borde del acantilado, pero la tierra se deshizo en mis manos y caí. Mis manotazos enloquecidos encontraron una pequeña saliente de roca, apenas cincuenta centímetros más abajo, de la que quedé colgado, sosteniendo mi peso junto con el de Hermes que se aferraba con alma y vida a mi pierna derecha.
Miré hacia abajo. Fue un error. La caída de más de cien metros me provocó un fuerte mareo y me aceleró el corazón desbocado aun más. Traté de reacomodar las manos sobre la filosa saliente de roca para agarrarme mejor.
—Parece que los eventos se repiten una vez más— dijo Hermes aferrado a mi pierna—. Los dos caemos al abismo otra vez.
No respondí. Miré hacia arriba. El borde estaba cerca, pero no lo suficiente. Era imposible izarme hasta arriba, y menos con el peso de Hermes agregado al mío. Me dolían los brazos, especialmente el izquierdo que estaba herido. La sangre del corte que había parado, comenzó a salir otra vez, corriendo hacia mi hombro. Podía sentirla por el cuello y el pecho.
Las manos de Hermes se resbalaban por el cuero lustrado de mi bota derecha. Cada vez que se reacomodaba, tratando de escalar por mi pierna, el movimiento lanzaba navajas de dolor a mis brazos. Apretaba los dientes para no gritar. Cada oscilación provocada por Hermes tratando de no caer me hacía sentir como si me fueran a arrancar los brazos. Las manos comenzaron a sangrar, cortadas por las aristas de la roca a la cual estaba aferrado con todas mis fuerzas.
Comprendí que no podría resistir mucho más. Hermes tenía razón, los dos caeríamos inexorablemente al abismo, a nuestra muerte.
Si solo pudiera alivianar el peso... Moví la pierna, tratando de deshacerme de Hermes, pero el Antiguo solo se sujetó con más fuerza, tironeando con alma y vida en aferramiento mortal. Sentí las manos sangrantes deslizándose de la saliente. Apreté con más fuerza.
De pronto comencé a sentir la bota escurriéndose hacia abajo por mi pierna. Mi movimiento había logrado que la bota se me saliera. Hermes trató de escalar por mi pierna, desesperado, pero sus manos resbalaban por el cuero. Cayó por el precipicio, profiriendo un largo grito, aun aferrado a la bota vacía.
Miré hacia arriba otra vez. Aun sosteniendo solo mi peso, no había forma de que pudiera escalar hasta el borde. Con las dos piernas ahora libres, traté de buscar algún apoyo en la pared vertical de roca. A la altura de mi cintura, comenzaba un socavón de unos tres metros de largo hacia abajo, por lo que mis pies no pudieron siquiera tocar la pared de roca.
Ya no me quedaban fuerzas. Sentía como mis dedos sangrantes resbalaban de la saliente. El dolor en los brazos era insoportable. Entré en pánico. Iba a morir.