Cuarta Parte: EL VIAJERO - CAPÍTULO 70

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CAPÍTULO 70

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CAPÍTULO 70

—¡Vamos, no sea tímido! ¡Tiene que hacerlo!— exclamó Nora, mientras los demás me animaban también entre risas y bromas.

—De acuerdo— cedí al fin. Apoyé mis manos sobre la mesa y me incliné hacia la enorme torta para soplar las velas. Todos prorrumpieron en un aplauso y cantaron el feliz cumpleaños.

Entre abrazos y besos, la atmósfera de alegría me llenó de júbilo el corazón. Mercuccio interrumpió el parloteo para proponer un brindis donde hubo buenos deseos para mi próximo viaje y para el bebé de Juliana. Ya llevaba siete meses de embarazo y era un varón. Luigi sonreía como un niño cada vez que Juliana le tomaba la mano y la apoyaba sobre su vientre para que sintiera cómo se movía.

Todos estaban ahí, todos mis amigos: Nora, Mercuccio, Juliana, Luigi, e inclusive Allemandi. El único que faltaba era Bruno, que se había excusado otra vez por no poder hacerse presente. Nos sentamos otra vez, un tanto apretujados en el pequeño comedor de Nora.

—¿Cuántos años ya?— preguntó Luigi.

—Treinta y uno— respondí.

Juliana se paró y se acercó a mí.

—Esto es de parte de Luigi y mía— dijo, entregándome un estuche y dándome un beso en la frente.

—¿Qué es?

—Ábralo.

Abrí el estuche. Adentro había un objeto circular que parecía un reloj de bolsillo. Era de plata y tenía grabado los símbolos que formaban mi nombre, mi verdadero nombre: Lug. Lo abrí y vi que no era en realidad un reloj, era una brújula.

—Pensamos que iba a serle útil en su viaje— comentó Luigi.

—Gracias— dije, emocionado—, es magnífica. La llevaré conmigo siempre.

—El de Mercuccio y mío no es tan elegante, pero creo que le será práctico— dijo Nora, entregándome un gran paquete.

Al abrirlo, encontré una mochila de tela llena hasta reventar. Abrí la mochila y encontré todo tipo de cosas, desde utensilios de cocina hasta mantas y sogas.

—Como verá, no hay nada de plástico. Juliana nos ayudó para que la armáramos con cosas que no resultaran discordantes con el Círculo— explicó Mercuccio.

—Procuré que todo pareciera medieval— dijo Juliana.

—La mochila la cosí yo misma— dijo Nora con orgullo.

—Oh, Nora, gracias, gracias, por esto y por todo— dije, abrazándola.

Allemandi carraspeó desde atrás.

—Creo que es mi turno— dijo, entregándome un paquete.

Lo abrí y sostuve el cilindro metálico entre mis manos, embelesado.

LA PROFECÍA DEL REGRESO - Libro II de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora