Primera Parte: EL REFUGIADO - CAPÍTULO 10

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CAPÍTULO 10

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CAPÍTULO 10

Mercuccio volvió en el auto hacia el mediodía del tercer día. El misterioso cazador no se había acercado más al campamento. La única compañía que había tenido había sido la de los pájaros y los insectos.

—¿Todo está bien? ¿Nora está bien?— pregunté con urgencia ni bien abrió la puerta del auto.

—Buenos días para usted también— contestó él, bajando del auto—. Tranquilo, todo está bien. Nora está a salvo.

—¿Encontraste un buen lugar donde esconderla?

—Ella dice que es el mejor lugar del mundo.

—¿Dónde?

—En su propia casa.

—¡¿Qué?! ¿Estás loco? Ese es el primer lugar donde cualquiera buscaría— le grité, agarrándolo de la camisa.

—Fue idea de ella. Hay algo de Nora que debería saber: cuando se le mete una idea en la cabeza, nadie, ni siquiera Strabons puede sacársela.

—Es una pésima idea. Debes ir ya mismo y sacarla de ahí.

—Escuche, a mí también me pareció un mal plan al principio, pero creo que puede funcionar.

—La conexión es muy obvia, no va a funcionar— lo contradije.

—Nora ha vivido en la casa de Strabons por diez años. Su casa ha estado cerrada todo ese tiempo. Strabons nunca ha ido allí. Bueno, excepto hace diez años cuando conoció a Nora, pero luego nunca más tuvo contacto con el lugar, y Nora tampoco.

—Eso no importa, si la casa está registrada a su nombre...

—La casa no está registrada a su nombre sino a nombre de su esposo muerto.

—Pero...

—Es perfecto. No hay conexión alguna, ni en papeles ni físicamente.

Suspiré y solté la camisa de Mercuccio.

—¿Cómo va todo lo demás? ¿Qué pasó con la policía?

—El asesinato fue lo bastante espectacular como para llegar a los medios. Están haciendo un circo de todo. Han aventurado las teorías más locas imaginables.

—Supongo que se sorprenderían si supieran que la verdad supera a las más locas de sus teorías— murmuré—. No han hablado ustedes con la prensa, ¿no? Sus rostros no pueden hacerse públicos, sería un suicidio.

—La policía está protegiendo nuestra identidad.

—Pero los periodistas son muy insidiosos, podrían haber estado vigilando la casa, podrían haberte seguido...

—Tomé todas las precauciones necesarias, no se preocupe. Usted me parece tan paranoico como lo era el doctor. Pero bueno, a juzgar por cómo terminó su vida, tal vez no era tan paranoico después de todo.

—La brutal muerte de Strabons desató una cascada de eventos que no podemos frenar. Hay un asesino suelto buscándome y no es imaginario. Todos los que hayan tenido contacto conmigo están en peligro mortal.

—Lo sé— dijo Mercuccio con el rostro ensombrecido.

—Lamento haberles arruinado la vida— me disculpé.

Él hizo un gesto con la mano, como diciendo que no me preocupara por el asunto.

—La policía tiene a un sospechoso— me anunció Mercuccio.

—¿Yo?— pregunté temeroso.

—No, nadie sabe de su existencia, hemos puesto mucho cuidado con eso. Es un tipo que está en una de las grabaciones de seguridad del hospital. No saben quién es, no han podido identificarlo, pero están trabajando en eso.

—¿Tú viste la grabación?

—No, está en manos de la policía. La noticia de la grabación no se ha filtrado a la prensa tampoco.

—Mercuccio, tenemos que ver esa grabación. Necesito saber qué aspecto tiene el asesino.

Si Hermes de alguna forma había llegado a este mundo, no tenía su habilidad de cambiar de aspecto, así que el aspecto que tuviera en el video sería el verdadero. Tenía que verlo, tenía que conocerlo para poder proteger mejor a Nora y a Mercuccio, para poder protegerme a mí mismo.

—Supongo que la policía nos va a citar a Nora y a mí para que la veamos y digamos si reconocemos al sujeto.

—Debes conseguir una copia. Tengo que ver ese video.

—Haré lo que pueda— respondió Mercuccio.

—Gracias. ¿Trajiste la espada?— le pregunté, no me gustaba estar indefenso en medio del bosque.

—No.

Asentí comprendiendo: seguramente no había sido seguro volver a la casa de Strabons.

—¿Entonces? ¿Viniste a traer más víveres?

—No. Vine a buscarlo para llevarlo a la ciudad.

—Eso no es buena idea. Solo han pasado tres días. Deberíamos dejar que las cosas se aquieten un poco más. Si te preocupa que tenga que vivir en el bosque, no me importa en lo absoluto, me encanta el bosque, me siento a gusto en él.

—La casa de Nora es segura.

—Y seguirá siendo segura mientras yo no viva allí. Este asesino es muy tenaz y muy peligroso. No descansará hasta encontrarme, y si ustedes están cerca cuando eso ocurra, morirán también.

—La casa de Nora es segura— repitió Mercuccio—. Además, Allemandi quiere conocerlo.

—¿Quién es Allemandi?— pregunté, suspicaz.

—El abogado del doctor Strabons.

—¿Strabons tenía abogado?— fruncí el ceño, sorprendido.

LA PROFECÍA DEL REGRESO - Libro II de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora