Capitulo 1: El inicio del problema

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A ver... ¿cómo podríamos empezar esto?

—Por el principio, tal vez—se metió Gabriel.

—Cállate, arcángel estúpido—dijo Dean.

—Rubio idiota.

En fin, en lo que ellos se arreglan, vamos a ver cómo fue que terminaron con... un pequeño problema con Castiel. Para hacerla corta, comencemos esto justo el día en que todo terminó como terminó.

Dean y Sam habían estado tratando de encontrar a una especie de fantasma que, por lo que habían visto, era uno de los pocos que no causaba daños mayores. Era como «un fantasma travieso.» Gastaba bromas pesadas sin herir a nadie. Al menos, no físicamente. Porque mentalmente, algunos terminaron mal.

—Sammy, si hay alguien que conocemos que le gusta gastar bromas pesadas, es Gabriel.

—Dean, él no haría todo lo que vimos. No creo que sea él.

— ¿Por qué estás tan seguro? O más importante aún... ¿por qué lo defiendes?

Sam simplemente giró la cabeza bastante rápido. Sus mejillas se tornaron levemente rojas. Sin percatarse, Dean soltó un suspiro a la falta de respuesta. No entendía que pasaba últimamente con Sam, pero él había estado raro cuando mencionaban a Gabriel.

— ¿Mi hermano hizo de las suyas de nuevo?—preguntó Castiel, apareciendo de la nada.

— ¡Dios!—gritaron los hermanos al unísono.

— ¡Cas! ¡Ya te dije que dejes de hacer eso!—lo regañó Dean.

—Lo siento—dijo el moreno, bajando un poco la cabeza.

Sam le lanzó una mirada de reproche a su hermano.

—No, no te preocupes. Pero no sabemos si fue Gabriel o no. Yo creo que sí—comentó Dean, como mucha seguridad.

—Dean—soltó Sam, con algo de fastidio.

—Sé que Gabriel no es muy agradable con ustedes, pero esta vez les puedo asegurar que él no tuvo nada que ver—dijo Castiel, con su habitual seriedad.

— ¿Cómo lo sabes?—preguntó Dean.

—Eso ya es otro asunto.

—Bueno, creo que lo único que podemos hacer es... ir al lugar del ataque—dijo Dean, como si fuera lo más obvio—. Los espero en el auto.

Castiel se encogió de hombros y siguió a Dean. Sam sacudió la cabeza, tomó algunas cosas que había escrito y salió de la habitación del hotel—que era bastante grande y con dos habitaciones— para subir al Impala.

El viaje fue en completo silencio, que usualmente era roto por Castiel, que hacía muchas preguntas.

«Y luego soy yo el molesto que no deja de cantar», pensó Dean, tratando de ignorar a Castiel.

— ¿No tienen una idea de lo que ese espíritu hace?—preguntó el ángel.

—No. Y de hecho, no sabemos si es un espíritu o no—respondió Sam, que estaba muy tranquilo—. Como dijimos antes, sólo sabemos que no hace ningún daño físico.

—Yo aún creo que es tu hermano—insistió Dean.

—Olvídalo, Dean—dijo Sam. El mayor suspiró, derrotado.

Castiel se puso contra el respaldo del asiento y se quedó mirando por la ventana. ¿De verdad podía tratarse de su hermano mayor? De verdad que a él le gustaba gastar bromas, pero casi siempre eran sólo para Dean y Sam. Y algunas veces para él.

—Dean, es aquí—señaló Sam. Señaló una casa común y corriente. No se veían antigua ni arruinada como siempre veían. Además, estaba muy bonita por fuera.

Los tres se bajaron y fueron hasta la casa. Antes de entrar, comprobaron el perímetro para ver que nadie estaba por ahí. Si bien no habían cerrado el área, terminarían por ser vistos de ladrones si alguien los veía entrar en esa casa que no se veía abandonada. Dean le pidió a Castiel que los metiera dentro para poder hacer todo más rápido. Cuando lo hizo, barrieron el lugar con la mirada para ver si podían encontrar algo que estuviese por ahí.

— ¿Por dónde comenzamos?—preguntó Castiel.

—Busquemos algo. Alguna marca, un objeto... Algo fuera de lo normal—dijo Dean.

—Cas, ¿puedes ver el piso de arriba?—preguntó Sam. El moreno asintió y fue escaleras arriba.

Allí, vio que había una habitación que podía pertenecer a un niño. Tenía posters de bandas de rock, algunos juguetes y otras cosas. Miró con determinación el lugar y, por pura curiosidad, tomó un auto de juguete que estaba en la cama. Lo examinó, pero no tenía nada de utilidad, así que lo volvió a dejar en la cama. Al voltearse, un chico lo observaba con atención. Tenía el cabello rubio, ojos marrones y tez pálida. Castiel entrecerró sus ojos, frunció levemente el ceño y movió la cabeza un poco al costado, haciendo su típica cara de confusión.

— ¿Quién eres?—preguntó. El adolescente no le respondió nada. Simplemente se quedó ahí, mirándolo fijamente. Castiel comenzó a sentirse un poco incomodo con la mirada fija que le daba ese chico. Creyó que lo mejor que podía hacer era avisarles a los Winchester. Pero cuando se dispuso a dar un paso, el joven le hizo un gesto con la mano para que se acercara a él, considerando que el ángel era más alto que él. Castiel, sin dejar su mirada de confusión, se inclinó para que su rostro quedara a la altura del rubio. Éste estiró su brazo y tocó la frente de Castiel con un dedo.

— ¡Cas!—escuchó el grito de Dean y se puso derecho. En ese momento, el chico desapareció.

—Vaya—susurró el ángel. Decidió volver a bajo para poder contarles lo que había pasado. Pero ni bien dio dos pasos, su vista se puso borrosa y comenzó a sentir que su fuerza lo abandonaba—. ¿Por qué me siento así?—se preguntó. Lo último que pudo escuchar fueron los gritos de Sam y Dean.

Al despertar, sintió que ya no estaba en el suelo. Estaba en algo menos duro. Aún con pesadez, abrió los ojos. Estaba en la que sería la habitación de Dean. Miró a su lado y los Winchester estaban ahí.

— ¿Cómo te sientes, Cas?—preguntó Dean. El moreno podía jurar que antes lo había visto pálido.

—Bien. Mejor ahora. ¿Qué pasó?

—Te desmayaste en esa casa. Nos asustamos, así que te sacamos y te trajimos hasta aquí—explicó Sam—. Tuvimos suerte, porque cuando nos fuimos, llegaron unas personas. Pero por lo que vimos, no eran las que vivían ahí.

— ¿Viste algo antes de que te desmayaras?—preguntó el rubio.

—Digamos que... Yo... un... estaba...—las palabras iban muriendo en sus labios. Los hermanos intercambiaron una mirada de desconcierto. El ángel se llevó una mano a la cabeza y se dejó caer en la cama de nuevo.

Una especie de polvo se esparció por el aire. Dean y Sam se taparon las caras, sin entender que estaba pasando.

El polvo estuvo en el aire por unos segundos, hasta que fue desapareciendo. Lo que tuvieron ante sus ojos, los dejó helados.

—Oh, Dios mío—susurró Dean, observando a Castiel, convertido en... bebé.

El amor de un hermanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora