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Luego de que la bibliotecaria mirara al idiota a su lado de forma desaprobatoria, Yoongi se extrañó.
—¿Para qué quieres llevárselo a ese idiota?—cuestionó Yoongi después de la extraña pregunta del de pelos rosas.
—¡Debe ver que bueno eres en la escritura, Grinch!—contestó con entusiasmo y las mejillas rojas.
Yoongi sintió una bofetada en su cara, no comprendía desde cuando era bueno escribiendo, es decir, él siempre leyó pero jamás pensó siquiera en escribir la historia de una papita. Si es del todo sincero, tampoco había pensado antes en que hermoso era Jimin con sus cachetes coloridos.
—Si le sacarás el estúpido "Grinch" hubiese sonado mejor, ¿sabes?—se quejó cruzándose de brazos cómo de costumbre.
Jimin sonrió ampliamente mostrando en parte sus rosadas encías acompañadas de hermosas perlas y dejó salir carcajadas por su boca. Yoongi no podía ignorar sus ojos, joder, su belleza podían dejar a la puesta del sol en ridículo. ¿Él lo sabía?
—Dejemos la clase aquí por hoy, ¿vale?—preguntó el más bajo limpiándose las lágrimas ocasionadas por la risa.
Yoongi asintió de mal rollo, no quería despedirse de Jimin aún. No deseaba llegar a casa y comenzar a pensar otra vez en el pasado, además, debía devolverle la chaqueta y si no la tenía, no tendría su aroma junto a él. Pero no tendría que importarle, ¿no es así? Yoongi no estaba ni cerca de enamorarse de ese enano de mierda, o eso al menos quería creer.
—Ten—dijo de mala gana y comenzó a quitarse manga por manga, Yoongi debía ganarle a su conciencia. Jimin se sonrojó.
—N-no te preocupes—nervioso, hizo un ademán con la mano—. Con traerla mañana está bien, d-debes tener frío.
—Tengo la camisa abajo, no impor...
—Solo devuélvela mañana.
Realmente el pelinegro no tenía frío, ni un poco, sin embargo terminó por obedecer y salieron uno tras del otro de la biblioteca. El sonido de la lluvia traspasaba las paredes del instituto.
—¿E-Estás mejor que hace rato?—oyó a Jimin preguntar de espaldas, su nuca se veía espectacular desde atrás. Bueno, además de otra cosa.
—Lo estoy—respondió casi en un susurro y llegaron a la puerta de vidrio que daba vista al patio. Jimin abrió el paraguas y miró de reojo a Yoongi, seguramente esperando que soltará otro comentario acerca de la similitud de colores entre el paraguas y su cabello, pero Yoongi se limitó a no decir palabra alguna.
—Te acompaño a tomar el autobús, anda—lo animó a caminar debajo del paraguas—. No vaya a ser que pesques un resfrío.
El corazón de Yoongi dejó de responder por una fracción de segundo. ¿Por qué era tan amable?
—Vale.
Ambos caminaron esquivando los charcos por el patio, sus hombros se rozaban y Yoongi se sentía cada vez más y más incómodo.
Tuvo que repetirse «no soy gay, no soy gay» por cada maldito centímetro que más cerca se encontraba junto a él hasta llegar a la parada, donde el autobús parecía estar esperando por Yoongi.—Nos vemos mañana—lo despidió Jimin con la mano a un costado de la parada. El paraguas rosa lo resguardaba de la lluvia.
Yoongi lo observó desde el fondo autobús. El pequeño aún seguía allí despidiéndole con su manito.
Parecía no cansarse de sonreír y entre toda la gente, Jimin era el que más resaltaba. Tal vez porque era el único alegre entre todos los trabajadores grises que aguardaban su transporte o porque su paraguas lo hacía notar.Tal vez porque en ese mundo sin color, Jimin era un paraguas rosa y Yoongi una tonta y patética gota, que por más que intente mojarlo, acabará rebotando y aterrizando de lleno en el suelo, siendo absorbido por la tonalidad del triste cielo.